Xuan Xosé Sánchez Vicente: asturianista, profesor, político, escritor, poeta y ensayista. Articulista en la prensa asturiana, y tertuliano en los coloquios más democráticos. Biógrafo no autorizado de Abrilgüeyu
Una visita a la vieja escuela
(Ayer, en La Nueva España)
UNA VISITA A LA VIEJA ESCUELA
El domingo 17 de abril publicaba LA NUEVA ESPAÑA un reportaje sobre una exposición (https://www.lne.es/sociedad/2022/04/17/gran-vuelta-cole-65076107.html) que el Muséu del Pueblu d’Asturies había inaugurado pocos días antes con el título de “La fotografía escolar”, una colección de ciento ochenta y dos fotografías, colectivas e individuales, de alumnos de escuelas desde 1880 a 1980.
La primera observación que cabe hacer es la más evidente: la evolución de la sociedad en esos años, desde la pobreza generalizada de las primeras décadas, visible en vestidos y calzado, hasta el relativo progreso de las últimas; también, la diferencia existente entre los colegios privados, uniformados los alumnos y mejor vestidos, y los públicos, donde los niños llevan la ropa “de casa” (y la que pueden).
Pero antes de revisar con ustedes algunas de las fotografías del reportaje de este periódico, los envío a esta que publica el facebook del muséu ( https://www.facebook.com/MuseudelPuebludAsturies/photos/a.237135646420536/25616614906345) bajo el título de “Búsqueda de información”. Son un total de 28 alumnos de una escuela rural y su maestro. Los hay de diferentes edades, algunos ya mayorinos; calzados todos con madreñes, hembras y varones. Las mujeres se cubren todas con pañuelo la cabeza; de entre los varones, solo hay uno con boina. Llama la atención, la actitud “modosa” de ellas, con las manos entrelazadas, mientras que ellos las llevan en los bolsillos, la mayoría, o sueltas. Al mismo tiempo, los chicos tienen una expresión más decidida, menos “modesta”, ante la cámara, alguno, incluso, una mirada retadora o desafiante. ¿Reflejan, tal vez, los rostros y actitudes de algunos de ellos la confianza y el trato que el maestro les ha transmitido, al margen de aquel con que los forman el ambiente social y el familiar?
De las de La Nueva España, que espero disfruten en su totalidad, quiero fijarme en cuatro. La primera, la última fechada, de 1970, en Sobráu (Tinéu). Son un número reducido de alumnos, son ya nuestros coetáneos, no solo por el vestido, sino por su actitud “contemporánea”: relajados, sonríen ante el fotógrafo y algunos apoyan sus brazos sobre los cuerpos de sus compañeros. Comparen con la seriedad y rigidez de los posados de grupo más antiguos.
La segunda, es para mí enternecedora. Fotografiados por Vélez en 1960, un niño y una niña, ella de más edad, realizan sus deberes en la cocina de casa, en dos escaños individuales de madera sin barnizar, que tal vez hayan sido hechos ex profeso. Destaca la seriedad que en su trabajo ponen, en ese ambiente, en el que, al fondo, sobre lo que debe ser el borde del fregadero, reposa un desatascador. ¡Tantos estudios se siguieron así, en el espacio casi único y cálido de la cocina!
Las otras dos son individuales y corresponden a les semeyes escolares personales que se empiezan a realizar en la postguerra al acabar el curso, especialmente el de Ingreso. Una es una alumna de Santullano, del curso 1955-1956. Relluma serenidad de adolescente ya madura en lo interior, a través de lo que su sonrisa y su mirada tranquila hacia la cámara transparentan, y destaca su abundante pelo, que cuelga en dos magníficas coletas. La otra es de un mozo, de 1945. Su mirada tranquila, su boca recta, su expresión firme y decidida revelan un carácter ya hecho, una personalidad ya constituida para salir al mundo.
En El tragaluz, un drama de Buero Vallejo, uno de los protagonistas, un viejo que ha perdido su salud mental, se entretiene en recortar las personas de las fotografías, y “rescatar” a cada uno de ellos preguntándose “¿Este quién es?”. Y, en la obra, los investigadores del futuro, que rescatan, a su vez, trozos de vida del pasado, nos invitan a mirar “cada árbol del bosque en particular”, cada vida, subrayando “la importancia infinita del caso singular”.
Y es esa la pregunta ante esas fotografías. ¿Qué ha sido de cada uno de esos niños y adolescentes? Es evidente que todos los nacidos antes de 1936 han pasado la guerra, sus trabajos y sus penurias posteriores. ¿Han sobrevivido a ella? ¿Se han comportado durante la misma y después como criminales o como personas compasivas? ¿De qué modo han transcurrido para ellos los difíciles años de la postguerra?
Pero más allá, de ese condicionamiento colectivo, ¿qué ha sido de todos ellos (algunos están, sin duda, vivos hoy)? ¿Han sido felices? ¿Se han casado? ¿Han tenido hijos o nietos? ¿Han obtenido un trabajo que no haya respondido a su significado etimológico, el de “potro de tortura”? ¿La enfermedad se ha cebado en ellos? ¿Han pasado grandes apuros en lo económico? ¿Cómo han juzgado su realidad inmediata o la más lejana del mundo? ¿Cuál ha sido su compromiso o su empatía con los demás? ¿El número de sus amigos o su sociabilidad? ¿Su soledad?
Tal vez a todos nosotros, como a los personajes de El tragaluz, nos gustaría seguir, una a una, cada vida que se asoma a través de su mirada y sus gestos en esas fotografías.
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