Xuan Xosé Sánchez Vicente: asturianista, profesor, político, escritor, poeta y ensayista. Articulista en la prensa asturiana, y tertuliano en los coloquios más democráticos. Biógrafo no autorizado de Abrilgüeyu
La alcaldesa y las divinas palabras
(Ayer, en La Nueva España)
L’APRECEDERU
LA ALCALDESA Y LAS DIVINAS PALABRAS
Doña Ana dice querer “creer que los hombres son seres humanos, y no animales, y que son racionales y no actúan por instintos. Que no son pura explosión fisiológica”. Doña Ana no afirma el contenido de la frase, lo niega, es decir, niega que la mitad de la humanidad (toda, sin excepciones, no algunos, no una parte) responda a ese estereotipo. Si la hubiese pronunciado entre sus amigos no estaríamos más que ante una bocayada de chigre. Poco que decir.
Pero esas palabras se producen en la intersección de tres vectores: doña Ana, un congreso socialista y un congreso de un grupo autodenominado feminista. En ese contexto, la frase adquiere otro significado: la afirmación negada supone la existencia de la afirmación, la existencia del discurso al que la alcaldesa no da su aquiescencia, discurso que se produce y vive, precisamente, en esa conjunción. Dicho con claridad, la alcaldesa viene a afirmar que para una parte de conmilitonancia, socialista y feminista, es una realidad incontrovertible el que los varones (todos) no son seres humanos, sino semiseres humanos, seres humanos degradados.
Pero, aun así, y entendiendo la voluntad “salvífica” (y, tal vez, irónica, pongámonos en el mejor contexto) la bocayada no deja de ser una faltonada. Sitúese usted en un contexto distinto. Acérquese a un amigo (o amiga) y dígale: “Pues yo no creo que seas imbécil, como dicen todos de ti”. ¿Creen ustedes que no hay un agravio en la mera negación?
El panorama lo completa la conmilitonancia socialista. Las críticas, para unas, “son ataques machistas” (implicación: ustedes jamás tienen derecho a criticarnos, estamos exentas). Para el nuevo Secretario General de Xixón, las críticas son “una campaña de la ultraderecha”. El recetario de siempre: las “divinas palabras” con que se consigue que los miembros de la Iglesia se aquieten y sientan defendidos.
¿Todos? No, hombre, nosotros no somos como las paridoras de la frase: “dellos, dalgunes”.
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