Xuan Xosé Sánchez Vicente: asturianista, profesor, político, escritor, poeta y ensayista. Articulista en la prensa asturiana, y tertuliano en los coloquios más democráticos. Biógrafo no autorizado de Abrilgüeyu
No pierdan el tiempo ni nos tomen el pelo
(Ayer, en La Nueva España)
NO PIERDAN EL TIEMPO NI NOS TOMEN EL PELO
Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares… (A. Machado)
Lleva la política asturiana ocupada un largo tiempo (y ocupa en ello también a parte de la intelectualidad y de la opinión) en dos cuestiones: el despoblamiento, especialmente el geográfico, y la pérdida de población, la llamada crisis demográfica, dos cuestiones solo tangencialmente relacionadas, aunque pudiere parecerlo. Las dos son, por otro lado, tendencias prácticamente universales, aunque en España y en Asturies revisten especial intensidad; en nuestro país, extremadamente.
El abandono de los pequeños núcleos de población a favor de los grandes se debe a un factor económico, la búsqueda de empleo o de un mejor empleo o salario; la demanda de mejores servicios y de una mayor oferta de ellos (desde los sanitarios a los de las tiendas de productos varios); pero, especialmente, a la presencia potencial de mayores ocasiones de entretenimiento, de relaciones personales, de diversión, de conocimientos y experiencias, de sentirse “más libre” y menos controlado por el entorno.
En el caso de Asturies existe una razón específica añadida. Con una población creciente desde mediados del XVIII al menos, el territorio se ha ido ocupando, para vivienda y para explotación, a terrenos inconcebiblemente ocupables sino por la extrema necesidad, tanto de ganar el pan como por la inexistencia de tierra en los valles: miren ustedes cuántas casas están encolingadas en los montes, piensen en cuántas en el fin del mundo y comprenderán que se abandonen esas tierras en cuanto se pueda. Recuerden, además, cuál era la economía de esas familias, la de la miseria.
Durante un tiempo, las aldeas vacías venían a reforzar las cabeceras de comarca, pero desde hace algunas décadas la mayoría de esas villas ya no son centros de atracción ni de creación de ocupación: solo algunos núcleos con especial atractivo turístico resisten o algunos muy cercanos a Uviéu, Xixón y Avilés, que actúan a modo de villas residenciales.
La cuestión demográfica, es decir, y fundamentalmente, la combinación de aumento de las expectativas de vida unido al descenso abrupto de los nacimientos es también un problema prácticamente universal, al menos en los países más o menos industrializados, y no depende, en general, de las condiciones económicas de cada Estado. La gente ha decidido tener menos hijos y tenerlos cada vez más tarde, sustituyendo en muchos casos los afectos paterno o materno filiales por los habidos con las mascotas, más firmes, más sometidos a la voluntad del padre-dueño, menos costosos y que causan menos disgustos. Que en España y, especialmente, en Asturies, la cuestión sea más grave es más harina del mismo costal.
¿Se puede hacer algo para revertir esas tendencias? ¿Y, sobre todo, se puede hacer algo desde las instituciones? Pues, en general, poco, porque consiste, fundamentalmente, en un problema de mentalidades y de expectativas, personales y colectivas.
Ahora bien, si se trata de mantener en activo, y por lo tanto, ocupando el terreno a los agricultores o ganaderos que sobreviven en la zona rural o a los vecinos que lo hacen sin actividad, lo principal es que ni la UE ni el Gobierno central ni el autonómico se dediquen a crear problemas todos los días: los purinos, los lobos, las construcciones o las reformas en las aldeas, el aprovechamiento forestal, los parques con vecinos dentro, la convivencia de las labores ganaderas con los urbanitas recién llegados…: cada día una molestia para que desistan y abandonen. Otras medidas, digamos, “de atractivo”, pueden servir para que algunas personas, pocas, abandonen los grandes núcleos y se desplacen a las villas, raramente a los pueblos, salvo para fines de semana y veraneos. Pero eso son gotas de agua en el océano del despoblamiento.
En cuanto a lo relativo a la demografía, algo pueden ayudar estímulos económicos, garantía de libros y ordenadores gratuitos para estudios, medidas de conciliación familiar… Empero, en algunos países con fuertes acicates de ese tipo, la natalidad sigue bajando.
Y no me digan nada de la política de inmigración para compensar nuestro vacío demográfico. ¡Ay qué risa, Basilisa! Pero si aquí no hay empleos, ¿quién va a acudir masivamente? (Otra cuestión es la de los empleos que no quieren cubrir los llariegos, pero es esa otra materia).
Paralelamente a ese vaciamiento, muchos de nuestros jóvenes mejor preparados marchan fuera, a otras comunidades, a Europa, al ancho mundo. Porque nuestro problema fundamental es un problema de empresas, es decir, de trabajo, que tiene varios factores, uno de ellos, inveterado, de falta de capitales; de crecimiento de las empresas, de tecnología y de exportación. Las hay. Muchas. Multinacionales y propias. ¿Qué he de decir yo que durante años he impulsado el “Premiu a la Meyor Empresa del Añu”, como reconocimiento y estímulo a ese tipo de empresas? Pero son insuficientes.
Ahí es donde han de poner su trabajo y su tiempo los partidos e instituciones frente al despoblamiento y la crisis demográfica: en la creación de empresas y su crecimiento, no, por entendernos, “en la creación de empleo”, que no es más que una consecuencia. Y, para ello, hay algunas cosas que se pueden realizar, entre otras, no poner continuamente trabas a la inversión y eliminar burocracia. Lo que implica no querer volver a un pasado imposible en el presente, justamente el camino que, en general, se ha venido siguiendo hasta ahora.
Y no seguir inflando, con palabras y apoyos, el discurso colectivo dominante, que, por ser discreto, lo resumiré con una frase del yerbatu don Salvador Ordóñez en LA NUEVA ESPAÑA del 7 del corriente: “A un muchacho vasco cuando entraba a trabajar como aprendiz le decían: Fíjate y observa, que un día montarás tu empresa. Aquí: ¡Que no te exploten!”. Pero esa mentalidad que todo lo impregna y domina sí que es difícil de cambiar.
Mas convendría empezar. Y si a ello no se dedican, por lo menos no nos tomen el pelo ni pierdan el tiempo, tratando de hacer que van a arreglar lo que no tiene arreglo, ni siquiera en los limitados términos en que es posible, mientras ustedes no cambien.
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