Sánchez tramita de urgencia la ley de pandemias

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(Ayer, en La Nueva España) SÁNCHEZ TRAMITA DE URGENCIA LA LEY DE PANDEMIAS El Gobierno, el PSOE y don Sánchez han decidido eliminar del Código Penal el delito de «sedición» y crear uno nuevo, el de «desórdenes públicos agravados», que conlleva penas mucho menores. No sustituye uno a otro, ni el segundo rebaja las penas del primero: uno desaparece, el otro incide sobre otro tipo de conductas. Hay quienes han aplaudido lo que ellos entienden como rebaja/sustitución, por entender que la nueva legislación nos equipara con Europa y «nos moderniza». Sin embargo, la mayoría de los juristas rechazan que se trate de un proceso de sustitución, de adecuación del delito, de su «ablandamiento», sino que se produce un vacío al eliminar el 544 del Código Penal. «Sedición es sedición» ha troquelado en estas páginas hace unos días don Pedro de Silva, sustanciando la cuestión (los invito, especialmente a los panglosianos y fideles, a leer el billete: https://www.lne.es/opinion/2022/11/12/sedicion-sedicion-78458882.html). Por señalar lo sustancial: el, en el futuro desaparecido, concepto de sedición señala a los que «sin estar comprendidos en el delito de rebelión»… «se alcen para impedir, por la fuerza o fuera de las vías legales, la aplicación de las Leyes», impedir a las autoridades «el legitimo ejercicio de sus funciones o el cumplimiento de sus acuerdos, o de las resoluciones administrativas o judiciales». La nueva legislación: «serán castigados con la pena de prisión de seis meses a tres años los que […] ejecuten actos de violencia o intimidación sobre las personas o las cosas; u obstaculizando las vías públicas ocasionando un peligro para la vida o salud de las personas, o invadiendo instalaciones o edificios». Salta a la vista que el 544, aparte de ligar sutilmente la sedición con la rebelión, trata de los impedimentos para que se cumpla la Ley o para que el Estado pueda ejercer sus funciones o ejecutar las resoluciones administrativas o judiciales. El «modernizador/europeizador» habla de algaradas. Sobre los efectos retroactivos en relación con los condenados por el golpe de Estado del 17 (por cierto, apuntemos que al Supremo le tembló el pulso en el juicio, los hechos constituían, en realidad un delito de rebelión —«Declarar la independencia de una parte del territorio nacional»—) nada diré, lo saben ustedes de sobra. Ahora bien, no es descartable que el cambio legislativo, que incluirá posiblemente rebajas en el delito de prevaricación, más los efectos de percepción sobre el procés y sus consecuencias, avive el «lo volveremos a hacer», un nuevo intento, si es que la demanda de un referéndum pactado con el Estado o alguna otra fórmula de avance hacia una soberanía plena o compartida no pueden llevarse a cabo, que ya veremos. Los más panglosianos sostienen que ahora, gracias a las sucesivas medidas del PSOE —indultos, eliminación de la figura de la sedición a petición de ERC, compromiso de una mesa de diálogo para un referéndum o similar— Cataluña está más tranquila. Es posible, pero no debe dejarse de lado otra causa para esa «tranquilidad»: el efecto «apaciguador» de las condenas y del 155; y otra más: que las fuerzas independentistas se encuentran agazapadas, esperando a ver qué obtienen del Estado (como han obtenido indultos y reforma del Código Penal) antes de realizar el próximo envite, con que, por cierto, amenazan una y otra vez. Sin olvidar que estamos ante un proceso que repercutirá en otras partes de España. De momento en Euskadi los de la antigua Herri Batasuna ya se manifiestan reclamando la independencia al olor de las modificaciones legislativas en marcha, y el PNV ya ha pedido la reforma del 155. Pero del efecto carambola de lo de Cataluña y las reformas legislativas que vienen seguiremos hablando. En el estilo tan de Sánchez-PSOE, todo este proceso ha ido envuelto en mentiras o medias verdades. Por ejemplo, que nos homologamos con los países del entorno, que la nueva legislación «sustituye» al delito de sedición, que la supresión del delito de sedición (y la posible modificación de las penas por malversación, o la nueva definición de esta) no tiene nada que ver con la negociación de los presupuestos con ERC. Efectivamente, por eso han presentado la proposición de Ley en trámite de urgencia, porque sabido es que desde que el Constitucional declaró inconstitucional el confinar a los ciudadanos mediante el estado de alarma, nos encontramos sin legislación que aplicar (salvo que usemos los inadecuadísimos estados de excepción o de sitio) en caso de una situación de pandemia que necesite del confinamiento. Por eso se han apresurado a traer al Congreso esta Ley de Pandemias y a tramitarla de urgencia.

Todos a urgencias y los dictoburócratas

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(Ayer, en La Nueva España) L’APRECEDERU TODOS A URGENCIAS Y LOS DICTOBURÓCRATAS Última semana. Una pequeña alergia alimentaria. El padeciente acude a la farmacia a por un antihistamínico que ha usado siempre para trastornos de ese tipo. Descubre que ya no se despacha sin receta. Para tratarse, pues, ha de acudir al médico (tres días de espera y ronchas) o ir a urgencias para conseguir la receta. Fin de semana. Un niño asmático, fuera de casa. Le sobreviene una crisis y carece del inhalador. Acude a la farmacia. Frente a lo que venía siendo habitual, ya no se despacha sin récipe. Solución: ahogarse o acudir a urgencias. Pues lo mismo ha ocurrido en los últimos tiempos con otros remedios que eran de despacho sin prescripción. Y es que en el Ministerio han decidido que los ciudadanos son tontos e irresponsables y que, por tanto, hay que prohibirles que decidan ellos sobre aspectos menores de su salud. Sobre el insulto, ello supone someter al ciudadano a molestias físicas y temporales, y a recargar el sistema sanitario, especialmente las urgencias. Y todo ello porque un informe de dictoburócratas ha decidido que es mejor que los ciudadanos no actúen por su cuenta en materias que escaso daño pueden hacer si se errase en su uso. ¿Y quién iba a errar? Este escándalo de los dictoburócratas es escayu que brota peruquiera en la UE, como sucede con ciertas limitaciones a la circulación de coches u otras en materia energética, acogidas muchas veces con bobalicona aceptación. Pero centrémonos en la pesca. Después de ocho años de sucesivos recortes en el cupo de merluza pescable, ¡ahora descubren los dictoburócratas que el recurso es excelente y permiten aumentar la cuota en un 84%! Y lo mismo con otras especies. ¿Y el daño causado? ¿Y los barcos desguazados? ¿Y…? Y así en tantos ámbitos. Y es que, como dice, «Hailos que-yos gusta más mandar que x…». Aunque igual solo conocen un significado de esta palabra.

Para pandemia, la Administración

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(En La Nueva España, el 16/11/2022) PARA PANDEMIA, LA DE LA ADMINISTRACIÓN Estos días LA NUEVA ESPAÑA promueve una campaña de esclarecimiento y denuncia de las demoras de la Administración causadas por la cita previa, que es un mecanismo más de inferir las molestias y daños habituales que con sus retrasos frecuentes provoca el Estado. No es la única la Administración (estatal, autonómica, municipal) la que ha implantado la norma diferidora postpandemial, también lo han hecho algunas empresas en su atención al público. Sobre los retrasos, inconcebibles a veces, de la Administración están apareciendo en estas páginas ejemplos frecuentes: «El colmo de la burocracia: dieciocho años para obtener un permiso para fabricar galletas artesanales», por ejemplo, o «Aunque parezca mentira, llevamos ya cinco años peleando con las licencias». Pero no hablamos de ahora de trámites para inversiones o empresas, sino de esos retrasos de días o meses que sufren los ciudadanos para trámites corrientes: una cita en el médico, una certificación del Ayuntamiento, renovar el carné de identidad… Pues bien, ese procedimiento ocasiona molestias y retrasos al ciudadano, retrasos que, en algunos casos, le hacen llegar fuera de plazo para otras actuaciones administrativas. Y añadamos que, en no pocas ocasiones, el conseguir ser atendido para obtener la cita previa constituye un verdadero calvario de llamadas inútiles a teléfonos que nunca se descuelgan, que siempre están ocupados o que nos piden paciencia hasta que se cortan de por sí. Pónganse ustedes ahora en el lugar de una persona tal vez mayor, tal vez poco ducha en las artes digitales —cuando la cita requiere ese camino—, y sentirán la desesperación, impotencia y ganas (o, más bien, necesidad) de proferir maldiciones de los afectados. No se entiende de ninguna manera que, tras haberse superado los momentos más difíciles de la pandemia, en lo que las autoridades califican ahora como «de normalidad», no se vuelva a la situación de «normalidad» anterior. Ya que la cita previa implica una dilación injustificable para recibir al ciudadano, supone molestias o perjuicios para él y entraña mayores costos en la Administración. ¿La razón? Porque el tiempo calculado entre cita y cita es un tiempo generoso, y, por tanto, el número de personas diarias atendidas es mucho menor. Sin contar con que suele haber inasistencias y durante ese período, reservado pero no ocupado, no se atiende a nadie. Pregúntense ustedes en qué tiempo antes llegaban a un mostrador y cuánto tardan ahora en llegar. ¿Y a quién beneficia el sistema? Digámoslo con claridad: únicamente a los funcionarios de toda condición, sexo y ventanilla, a su comodidad, lo mismo que el teletrabajo los beneficia a ellos, mientras que es dudoso que acelere la tramitación administrativa. Alto y claro: la cita previa es un abuso, una tropelía, una arbitrariedad. Es el virus postpandémico que se ha instalado en nuestra sociedad, con daño, naturalmente, para el ciudadano.

Párrocos censores, jueces justicieros

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Ayer, en La Nueva España PÁRROCOS CENSORES, JUECES JUSTICIEROS Sucedió en Grao. El dueño de una discoteca publicita una caravana de mujeres para conocer solteros. Organiza el baile y pone gratis el autobús de ida y vuelta desde distintos puntos de Asturies. Como aquellos párrocos que vigilaban con celo el escote o la longitud de la falda de las mujeres, enseguida aparecen quienes lanzan gritos de censura: «Es intolerable, constituye una cosificación de la mujer». Y, a continuación, los alaridos recorren Asturies: asociaciones feministas, partidos políticos, sindicatos y sindicalistas, todos corren a escandalizarse y a pedir la suspensión de la fiesta/encuentro. ¿Las mujeres que concurriesen iban a ir obligadas de alguna forma?, ¿pagadas?, ¿secuestradas? De ninguna forma, irían —hasta cincuenta se habían apuntado— porque querían. ¿Dónde estaba, pues, el motivo de escándalo? ¿Acaso no ocurre lo mismo en los portales de citas de interné en que las mujeres que quieren ponen sus datos para que contacten con ellas? ¿O en los encuentros de ese tipo que aparecen por televisión? ¿Cuál es la diferencia? Seguramente en que lo de la discoteca era más antiguo, más «primitivo», menos «cool». (Bueno, y, a lo mejor, que ocurrió en el líquido amniótico de Grao y Asturies). Pero en esa unanimidad en el griterío, en ese propagarse el escándalo con más velocidad que un fuego impulsado por el viento ábrigu, confluye también el miedo al ex illis es, ya saben aquella acusación de ser marrano, de no ser cristiano viejo, con que en el Retablo de las Maravillas cervantino todos aseguran ver lo que no ven, para no ser tenido por uno de «ellos». ¡Y qué desconocimiento de las mujeres! No de la mujer en abstracto, ni, por supuesto, de todas las mujeres, sino de muchas, de su infinita variedad de seres y quereres. ¿O es que piensan que esas cincuenta mujeres apuntadas a la caravana, sobre no ir obligadas, iban desesperadas por casarse o ligar? Pues en variadas proporciones, en el conjunto y en la misma persona, irían por escapar del aburrimiento, por viajar, por bailar, por la folixa, por un ligue ocasional, por reír, por… ¿Y no es, en el fondo, ese desconocimiento menosprecio? ¿No supone un mirar desde arriba a esas mujeres a las que se supone víctimas arrastradas contra su voluntad o por su escasa capacidad para decidir? Por cierto, ¿alguien se ha molestado en preguntarles algo a ellas? ¿Lo que pensaban? ¿Lo que opinan del escándalo y la suspensión? ¿Alguien? ¿Es que no son nadie? Y en otro orden de cosas, ¿no es sorprendente que tras la muerte de la desdichada niña Olivia, presumiblemente a manos de su madre, un juzgado de Castilla-León haga pública una sentencia en la que se condenaba al padre de la niña a nueve meses de prisión por maltrato? ¿Cuál es la razón de esa publicidad, que nada tiene que ver con la muerte de la desdichada niña? ¿Trata esa publicidad de atenuar la presumida culpabilidad de la madre? ¿De justificarla? ¿Se intenta acaso manchar al cónyuge varón para que se vea que, en realidad, en el fondo el asunto no deja de salirse de los cánones de la violencia machista? Para ello se está usando —desde luego, con más o menos disimulo— en las redes sociales y en algunos artículos de opinión. ¿O es todo más sencillo, y no es más que una censura encubierta, un irresponsable pellizco de monja o un evitar el ex illis es de un juzgado, el que condenó al padre, a otro, el que le concedió la custodia de Olivia, que, por tanto, vendría a ser el responsable último de la tragedia? Tendremos que mandar investigarlo al comisario Gorgonio, si es que no está muy ocupado indagando sobre lo que algunos funcionarios xixoneses juzgan gravísimos agravios y llevantos en la última novela de Alejandro Martínez Gallo.

Con otru güeyu

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(Ayer, en La Nueva España) L’APRECEDERU CON OTRU GÜEYU «Préstame», iba a titular, pero he preferido este. Ahora les explico lo que me presta. Las noticias, en general, tienden a ser únicamente malas noticias. Y si nos referimos a la economía y la sociedad asturiana, no parece haber otras: paro, emigración, población decreciente, cierre de empresas… Y, sin embargo, hay una Asturies que sí funciona. Y muy bien. Que crea, inventa, crece, exporta. No aparece en los medios o sus apariciones son muy esporádicas. Por eso me alegra ver que Alegría tiene un gran encargo, o que Armón sigue expandiéndose y consiguiendo contratos per uquiera, por referirme solo a los últimos días. Pero sé bien que no son solo empresas de un tamaño medio o grande las que van bien. De vez en cuando vemos emerger a la luz a algunas de las muchas personas que inventan o abren su negocio, empresas que, muchas veces, a través del ámbito digital, exportan al resto de España. Así, en LA NUEVA ESPAÑA del domingo 30, se muestran cinco mujeres que han creado su empresa y que prosperan. Son tan solo una pequeña muestra de esa amplia realidad que fluye por nuestro territorio y que rara vez vemos. Por eso no sería malo que, más allá de la visión del mundo de lo tradicional, lo consueto y lo negativo con que siempre miramos, observásemos con otru güeyu. Esa mirada distinta implica un nuevo clima. Ejemplifico: durante doce años entregamos anualmente el Premiu a la Meyor Empresa Asturiana, con éxito, puesto que todas han prosperado. Para casi todas ellas era la primera ocasión en que se reconocía su trabajo desde el ámbito político. Hace un mes me lo confesó el director de una empresa centenaria, la primera que galardonamos: «Estamos agradecidos. Pensé: «Hombre, desde hoy, dejarán los políticos de mirarnos como a bichos raros». Y en ese nuevo clima, la Administración, desconfiada, retardataria y causante de muchos problemas.

¡Probe Pelayín!

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(Ayer, en La Nueva España) ¡PROBE PELAYÍN! En cierta ocasión picaron a la puerta de una vecina mía. Preguntaban por su yerno. «¿Vive aquí X, un puntu pequeñu, calvu, barrigón y con una nube nun güeyu?». Mi vecina quedó un momento pensativa. «¡Ai, sí, pero nunca pensé que yera tan desgraciáu!». La anécdota vino a mi cabeza al ver en LA NUEVA ESPAÑA las declaraciones del arqueólogo Iván Muñiz: «Pelayo mediría probablemente 1,50, quizás sería calvo y le faltarían dientes». ¡Hombre, pues sí, probablemente, puesto que la estatura media era hasta no hace mucho relativamente baja! ¿Pero por qué no de 1,60, cuanto más que, siendo de una familia bien alimentada, es más fácil que su estatura superase la media? ¿Y no es aún más verosímil que su talla un poco superior fuese un rasgo que lo hiciese destacar para ser elegido cabezaleru o aceptado como tal? Que le faltasen dientes es verosímil, aunque no inevitable, ¿pero calvo? ¿También barrigón, como el yerno de mi vecina? Este tipo de aventuraciones se sustentan sobre la voluntad del declarante de hacerse notar, de abrirse un sitio entre la pléyade de especialistas dedicados a una materia, pero, por otro lado, tienen su correspondencia con una corriente de abundante floración en estos tiempos: la de reducir a poco más que la nada Covadonga y los primeros años del Reinu d’Asturies, en parte, por el hecho en sí mismo, en parte, por negar el concepto de Reconquista y lo que ello entraña de construcción de España como Estado a lo largo de la historia y de poner en cuestión los valores que la conformaron, una mezcla de cristianismo, herencia romano-clásica, individualismo y libertad, frente a los proclamados por el Islam, frecuentemente idealizado éste durante su permanencia en Hispania y convertido en otra cosa. Vengamos a Covadonga. Hay una tendencia a negar allí una batalla (y, con ello, implícitamente, el papel de Pelayo como líder). Pero para muchos historiadores, y no digamos para la totalidad de los antiguos, sí la hubo. Seguramente, más engarradiella que batallona allí; probablemente algo más en su entorno. Lo evidente es que en pocos años está asentado un poder asturiano, un Reinu, que se expande y que crea monumentos de eso que llamamos «Arte asturiano», lo que implica un nivel de excedentes importantes, la utilización de artesanos y arquitectos, etc. De no haberse producido ello en la línea de la historiografía tradicional, más o menos hiperbólica, ¿de dónde habría salido todo? ¿Acaso por un milagro de la Santina, sin batalla? Las implicaciones del discurso negacionista que trata de reducir o anular el término «Reconquista», ligándolo a la construcción de un discurso calificado negativamente como «españolista», «ultraconservador», «ranciamente católico y reaccionario», son de mayor gravedad. Es cierto que la palabra «reconquista» es tardía, y que la visión de Covadonga como símbolo y raíz de la construcción del Estado unitario y su fortaleza es una idea del XVIII (el entorno de Xovellanos ya anda tras ella). Pero la idea de la importancia de Pelayo y Asturies en la recuperación del territorio invadido por el Islam es secular, y no es menos antigua la idea de la expulsión de los moros del territorio invadido y establecer en la península una sola cultura y religión, la occidental y cristiana. Lo sorprendente es que muchos de los debeladores de estas ideas parecen, en el fondo, lamentar el proceso histórico y su resultado, la sociedad actual; echar de menos la persistencia en España de un poder con cultura islámica, si no de un Estado que conviviese en paridad con el occidental sobre una parte del territorio. Y la pregunta es: ¿pero de verdad preferirían vivir en una sociedad sometida a los dictados religiosos y sociales de los imanes? ¿A los valores políticos y sociales del Islam? ¿Qué lamentan entonces o añoran? Y cuando son mujeres las que se manifiestan en esa línea, ¿para qué preguntarse? Seguramente conocen ustedes la troquelación de Platón: «Doy gracias a los dioses por haber nacido griego y no bárbaro, libre y no esclavo, hombre y no mujer». Mutatis mutandis, es una declaración que, salvo en el último término, suscribiríamos hoy los habitantes de bastantes países. Por desgracia, en otras muchas partes del mundo, la frase podría ser suscrita por entero por sus habitantes varones, por la situación de dependencia, preterición, marginación o esclavitud de la mujer.

Palabrerías

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(Ayer, en La Nueva España) L’APRECEDERU PALABRERÍAS «Pensatible, plasmáu y silenciosu…», leo las declaraciones de Alba González, aspirante a candidata de Podemos. Su programa es que los jóvenes no tengan que emigrar y «darles una vida digna en Asturias». Me hago una pregunta ¿qué es una «vida digna»? Supongo que implica un trabajo. ¿Cuál ha de ser su remuneración para que sea «digna»? ¿La vida digna incluye un piso? ¿En propiedad, en alquiler, gratuito? ¿Exige un vehículo —eléctrico, por supuesto— propio? ¿Debe devengar su trabajo lo suficiente para unas vacaciones en el extranjero? Háganse preguntas, para ninguna obtendrán respuesta. «Digno, digna» no es más que una palabra-camelo, una palabra para hipnotizar incautos o excitar a fieles. Pero lo del vocablo no es sino la epidermis del problema, que es otro: para que los jóvenes no emigren deben crearse aquí un amplio número de puestos de trabajo. ¿Cómo se crean? ¿De dónde se sacan las empresas que los creen y los mantengan, que sean, por tanto, competitivas en un mercado nacional o global? ¿Y cuál ha de ser su nivel de competitividad para que puedan pagar salarios dignos que garanticen una vida digna y eviten la emigración en busca de otros salarios «más dignos»? Mi trasgu particular, Abrilgüeyu, aparece y me recrimina: ¡Eres un caso. Nunca estás satisfecho con nada! ¿A quién se le ocurre preguntar por esas minucias? ¿Qué importa la realidad si la proclama es buena? Y más palabrería: la de los que dicen luchar contra el despoblamiento del campo y hacen todo lo posible por vaciarlo. No son solo los lobos, o los jabalíes o los parques. De esta semana, en Vega de Poja: 300 euros de sanción porque los mugidos de Carmina y el ruido de una motosierra superaban los decibelios permitidos. ¿Pero es que el campo es como la ciudad? ¿Pero no se pueden realizar en el campo faenas agrícolas? Pues no, lárguense ustedes y desparezcan. Todo palabrería.