Un discurso bien trabado

(Ayer en La Nueva España) UN DISCURSO BIEN TRABADO El del candidato, que vestía de azul, como una gran parte de la Cámara, incluido el presidente en funciones, probablemente porque el azul es color recomendado para la televisión. Si la palabra “jesuítico” no estuviese cargada de connotaciones negativas, yo diría que su discurso lo fue al acogerse al lema de Claudio Acquaviva, tomado de Quintiliano, “Suaviter in modo, fortiter in re”. Feijóo dedicó la parte inicial de su intervención a explicar por qué se presentaba a la investidura, y cada una de las explicaciones cortaba un trocito de la tela de araña que el PSOE y sus voceros han ido tejiendo contra ella: porque había ganado las elecciones, porque era el único candidato que había tenido más apoyos en la Zarzuela, porque tenía un enorme poder municipal y autonómico. Y, al mismo tiempo, explicaba que “de momento” tenía 172 votos y que podría tener más, pero aclaraba cómo no deseaba tenerlos: no procediendo a conceder una amnistía que, sobre inconstitucional, pondría en solfa el entramado legal español, la justicia, al mismo Rey, al propio Parlamento; no cambiando esos votos por un derecho a decidir o cosa semejante que viniese a derribar la igualdad entre los españoles y la equidad entre las comunidades autónomas. Tampoco deseaba tenerlos, afirmó, diciendo lo contrario de lo que siempre había dicho al respecto, votando lo contrario de lo que había votado, a propósito del 155, en el propio Parlamento, haciendo algo para lo que no le habían votado y que no estaba en su programa, como que habría socios con los que nunca pactaría, los que llevasen en sus listas condenados por delitos de sangre. En una palabra, que él sí era una persona de fiar y sería un presidente de fiar. Ninguna alusión a don Pedro Sánchez, como se puede advertir. La segunda parte estuvo amparada bajo el arco de un desiderátum: el que las dos grandes fuerzas del Estado deberían entenderse, y, bajo esa premisa, ofreció una serie de “pactos de Estado” (que, naturalmente, podrían agrupar otras fuerzas): de regeneración democrática e independencia de las instituciones; sobre la inmigración; sobre la economía, afectando a pymes y autónomos, estimulando la inversión, aumentando el PIB, bajando el desempleo, especialmente el juvenil y femenino, bajando impuestos a las clases bajas y medias, acuerdos en materia de ayudas sociales y de eliminación de la burocracia; un pacto por la familia; pactos por la economía verde y el agua; un pacto territorial. Y, sobre todo ello, libertad y no imposiciones de prejuicios o ideología. Cada una de estas ofertas de acuerdo llevaba en sí la crítica y eliminación de las medidas del último Gobierno que han causado más desacuerdo y malestar, en gran parte, al menos, de la sociedad española: independencia judicial y anulación de la ley que impide más nombramientos de magistrados desde el CGPJ, comisión de investigación sobre el cambio de postura en torno al Sahara, no ocupar con exministros los tribunales, no espantar las inversiones extranjeras con la inseguridad jurídica, no llenar todo el día el boletín con nuevas normas y quitar tres por cada una nueva, modificar la ley Sisí y las leyes de vivienda para que la ocupación de la misma se resuelva en 24 horas, no a las políticas que perjudican al campo por prejuicios ideológicos o discursos radicales pseudoverdes, mejora de la financiación autonómica eliminando desigualdades… En una palabra, cada propuesta de pacto encerraba algunas agudas punzadas de crítica de lo hecho por el Gobierno. Su alocución final la destinó a agradecer los votos de los españoles que lo apoyan y a dirigirse uno a uno a cada grupo parlamentario, con un especial momento de ironía cuando le llegó el turno al PNV: —A ustedes los han votado por la autodeterminación, de acuerdo, ¿pero los han votado también para que apliquen la política económica de Podemos? A lo que sonrieron los aranianos. Lo he dicho: un discurso trabado, siempre expresado sosegadamente, y con algunas pausas para subrayar o dirigirse a alguien. El núcleo, tal vez, la expresión con que abrió y cerró: “Soy de fiar”. Lo que, no hace falta subrayar, implica una alusión por antítesis. Por otro lado, me ha extrañado lo modosín que ha estado don Pedro, sin tomar notas y sin gestos, tan frecuentes en él. Seguramente se lo han mandado sus asesores de imagen. Del banco del Gobierno en funciones, la única que reía, gestualizaba y casi saltaba era Yolanda. Tal vez a la espera de que pasase algún cohete.

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