Preciado sienta cátedra

Preciado sentando cátedra
Cada vez es más insoportable. Cada vez lo aguanto menos. Estoy a punto de visitar al juez para ver si consigo echarlo de casa. A Abrilgüeyu, mi trasgu particular. Lo acabo de encontrar sentado en mi despacho, ante mis libros y frente a mi ordenador. Recostado en la silla, tiene los pies sobre la mesa y hace reposar la montera sobre la neonata Ortografía de la lengua española, que casi oculta. Entre sus manos, abierta, LA NUEVA ESPAÑA. Insolente y confianzudo, me guiña un ojo, la pliega y me señala la portada. Veo que es la edición de Xixón del domingo 9. A donde apunta es a una fotografía de Manuel Preciado que, junto con el pie de foto, ocupa casi un cuarto de página.

—¡Aquí, aquí! Mira. Lee. ¿Lo ves?

Sigo su dedo: «Aquí la gente aguanta más de lo normal», dice el de El Astillero.

—¿Qué te parece?: ni políticos, ni sociólogos ni periodistas, Preciado ha captado perfectamente el tipo de sociedad que sois: un grupo humano que, como tal, es incapaz de reaccionar aunque le quiten el plato de la boca. «Aquí la gente aguanta más de lo normal», ¡perfecto!

—¡No te pases! —le respondo.

Pero mientras observo, primero, su mirada displicente y, luego, cómo, con ojos rijosos, pasa morosamente su larga uña del dedo índice por los anuncios de contactos, pienso en lo que me ha dicho. «Algo de razón acaso tiene» —me digo—. Y recuerdo que llevamos décadas de estancamiento económico, con un paro altísimo, con una notable emigración de los jóvenes, con salarios bajos en los sectores punteros, con una población activa muy escasa. Repaso otros datos: la ingente cantidad de dinero que se ha gastado en proyectos inútiles y en subvenciones de «coge la capa y escapa»; los proyectos dependientes del Estado que se atascan durante décadas, tal la autovía del Cantábrico, o se paralizan, como la autovía a La Espina o los enlaces de la AS-I; los que impulsa la autonomía que tardan lustros, así el Hospital Central, para ser, al final, cosa menor que la prometida inicialmente; los proyectos «emblemáticos» que, con costo opaco pero altísimo, se ponen en marcha sin saber muy bien cuál será su finalidad o su utilidad o que quedan frenados, como el Palacio de Justicia del Vasco; aquellos otros que cuestan pero a los que no se sabe sacar fruto, al modo de lo que ocurre con La Laboral; la sumisión abyecta a Madrid de los partidos centralistas; su falta de pudor a la hora de apoyar proyectos y estatutos que benefician a otros y nos perjudican a nosotros; su desafección, cuando no su enemiga, hacia nuestra cultura y nuestras señas de identidad; su capacidad de engaño, «compromintiendo» cada vez que prometen; sus altas prestaciones en i (incompetencia) + d (despilfarro) + i (incuria)…

«Y que todo ello suceda como si nada ocurriese» —concluyo—. «Que no haya una reacción ciudadana vigorosa, que haga sentir sus razones e imponga su razón; que los responsables de tanto desastre sean premiados y aclamados una y otra vez como gestores eficaces…, sí, quizás tengan razón Abrilgüeyu y Manuel Preciado: aquí la gente traga más de lo normal; tragamos, porque tú, sin duda, eres el primero en ello».

Lo observo. Me observa. Ha dejado el periódico y se abanica con la montera. Me mira ahora maliciosa, luciferinamente.

—Y esa es la razón por la que, de tarde en tarde, ocurren vuestros episodios de «rauxa». Os levantan de cascos, os cascabelean, ¡vamos! Y entonces corréis en busca de un salvador. Porque creéis que os podrá solucionar aquello que vosotros ya no es que no hayáis solucionado es que ni siquiera habéis pensado en poneros a solucionarlo. A falta de «seny» social, acudís a la milagrería. ¡Yo le daría a Preciado una cátedra de sociología, por su clarividencia!

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