(Trescribo, como davezu, los primeros párrafos)
El ser y la sidre
Xuan Xosé Sánchez Vicente 14.05.2018 | 04:24
El ser y la sidre
Una parte importante de los asturianos vivimos el año enredados en la sidra. De mediados de abril hasta noviembre, en vigilar la floración de los pumares (que este año, como todo, viene retrasada), el volumen de la cosecha, habitualmente sometida a vecería, y la cantidad de azúcares de la manzana. De esa fecha en adelante, preocupados por la evolución del ambarino líquido, desde el duernu hasta su perfección en los toneles, pasando por su fermentación, su retraso o anticipación, el trasiego y otras labores (que, por cierto, también viene retrasada este año la sidra de denominación).
La ligazón entre los asturianos y la sidra viene de antiguo: se constata en los primeros documentos medievales, e incluso algunos sospechan que las tropas asturianas que se asentaban en torno al muro de Adriano, en Inglaterra, en los primeros siglos de nuestra era, llevasen allí la pasión por esa bebida. Comoquiera que sea, a partir del XVIII, las pumaradas empiezan a multiplicarse y desde entonces comienza una intensa historia de consumo de sidra y de literatura en torno a ella.
La sidra asturiana ha desarrollado, además, a su alrededor algunas peculiaridades: el vaso, la botella, el llagar como local de despacho, una particular vinculación con la tonada y, sobre todo, el escanciado. Son esas algunas de las razones, algunas de las singularidades, que impulsan la demanda de que la sidra sea declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad.
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