Planes de inmovilidad

                                             

                               (Asoleyóse ayer en LNE)


PLANES DE INMOVILIDAD


Algunos ayuntamientos asturianos preparan lo que llaman “planes de movilidad”. Esos proyectos se basan en argumentos mayormente ideáticos: la contaminación, la voluntad de sustituir los motores de explosión por eléctricos, la consideración reverencial de la bicicleta, la peatonalización de zonas urbanas y la reducción de la velocidad, la prevalencia del transporte público sobre el privado y una cierta animadversión hacia este, una visión de la ciudad y la vida que elude su realidad económica y ciudadana y la sustituye por una vida imaginada al modo de los libros de la existencia autosuficiente. Verdaderamente, esos planes llamados de movilidad constituyen, en realidad, planes de inmovilidad. Examinemos ahora algunos de esos factores.
Empecemos por un titular de La Nueva España del 18/12/18: “La mitad de los vehículos asturianos no podrá acceder al centro de las ciudades. Más de 350.000 coches de la región tienen ya vedado el corazón de Madrid por sus humos y sufrirán la misma restricción en Oviedo, Gijón, Avilés y Siero”. ¿Cuáles son esos vehículos? Los más antiguos, porque contaminan más. ¿Y cúyos son? Obviamente, de la gente con menos dinero, con menos capacidad para sustituir su coche.
La segunda cuestión  se refiere a la contaminación. ¿Es tan grave la contaminación por los vehículos de explosión en nuestros pueblos para tomar medidas tan drásticas? Es posible que lo sea, aunque uno no puede dejar de mostrar su extrañeza ante una evidente contradicción estadística: la esperanza de vida no cesa de aumentar, sin embargo todos los años aparecen nuevos estudios que demuestran nuevas causas que provocan la muerte anticipada de miles de personas. Sea como sea, es seguro que hay aquí también un motivo ideático (la palabra existe también en asturiano: idiáticu) y que tiene asimismo consecuencias en el mundo de la economía general y particular. Lo decía Javier Álvarez Pulgar el lunes 18 a este periódico, a propósito de las energías y el medioambiente: “El mundo es global, no lo que digan Barbón y la Ministra, una talibana que dice que va a acabar con el gasoil en el país que produce más coches de gasoil”.
Lo de la bicicleta es otra cosa. No digo que se empeñen en que todo el mundo ande en bicicleta, pero lo expresan como un desiderátum. ¿Mayores de cierta edad también? ¿Con frío y agua también? Ya sé que existen países en que así es, pero el problema es que aquí es otra cosa. Me acuerdo, al respecto, el comentario de Josep Pla cuando Jordi Pujol proponía con entusiasmo para Cataluña el modelo sueco. Le respondió que el problema era que en Cataluña no había suecos.
 Vengamos a la realidad, ¿qué porcentaje de personas utilizan la bici como forma de desplazamiento fuera de los meses de verano? ¿El cero como cero qué por ciento? Y, para más ejemplo, acudan ustedes al carril bici del campus de Xixón, adonde acuden, evidentemente, jóvenes, y hallarán una respuesta.
Y respecto a la movilidad en relación con el coche particular y el transporte público, poco hay que comparar. Si el autobús es para que lo lleve a uno de un lugar al pie otro, incluido el centro de trabajo, bueno. Si no, se multiplican los tiempos de desplazamiento. Y no digamos ya nada, si el que se desplaza ha de hacerlo entre diversos puntos. Esto es, no facilita demasiado el trabajo y la actividad, como no los facilitan otras restricciones a la circulación.
La sacralidad del coche eléctrico como arca de Noé que nos salve del desastre medioambiental es otro de esas cosas sorprendentes de los discursos autollamados de movilidad. Lo he dicho muchas veces: existen algunos problemas al respecto. Me limitaré a repetir las palabras de Pere Navarro, nada menos: “El coche eléctrico es carísimo y no hay dónde enchufarlo”. “Se ha vendido un producto que no teníamos en la estantería”. Reforcémoslo: estos vehículos representan el 0,9% de las ventas de este año, y, además, el 59% han sido para empresas.
                Es decir, se quiere fundamentar el eje de estos planes en un artefacto que es solo para gente con dinero.
                No dudo de la buena voluntad de los proponentes de estos planes. Pero, en realidad, son planes que entorpecen la movilidad, que perjudican el trabajo y la productividad y que se olvidan siempre de la gente con menos recursos, los pobres, los trabajadores y las clases medias.
                Que sean la bandera de partidos que se dicen progresistas dice mucho de su entusiasmo con las ideas y de su escasa preocupación por sus consecuencias.

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