Xuan Xosé Sánchez Vicente: asturianista, profesor, político, escritor, poeta y ensayista. Articulista en la prensa asturiana, y tertuliano en los coloquios más democráticos. Biógrafo no autorizado de Abrilgüeyu
Alfredo Canteli, un tipo
(Ayer, en La Nueva España)
ALFREDO CANTELI, UN TIPO
El día 18 de este mes LA NUEVA ESPAÑA recogía una conversación en San Miguel de Lillo entre el alcalde d’Uviéu, Alfredo Canteli, y la Conseyera de Cultura, Berta Piñán. En ella el regidor le decía a la conseyera que “el sí que hablaba de verdad el asturiano, y no ese bable inventado que usaba ella”. Y, para poner un ejemplo, afirmó que él, para agilizar una obra, dice a los técnicos “Emburrie p’allá ese expediente”. Piñán le contestó que ella hablaba “el auténticu”.
La conversación es enormemente ilustrativa. Fijémonos en que Canteli, vamos a dar veracidad a sus palabras, esto es, creamos que, efectivamente, dice eso en el Ayuntamiento a los técnicos, utiliza el vocablo “emburriar”. “Emburriar” es voz que, salvo en su acepción material de hacer fuerza sobre un cuerpo, no cabe más que en el lenguaje festivo o muy vulgar, difícilmente en otro más formal. En ese contexto podría decirse “entaíne con ese expediente (o “esos papeles”)” o “de-y priesa (o prisa) a esi expediente”, o, en fin, alguna fórmula que saliese del lenguaje vulgar y cupiese en el formal y administrativo. ¿Porque sería concebible que dijese en castellano algo así como “tío, empújeme el expediente”?
Ese “gracia” argumentativa, unido al que nunca se ha oído al alcalde hablar en asturiano en público, indica a las claras qué es para don Alfredo el asturiano: un hablar propio de momentos festivos o, todo lo más, familiares o entre amigos. La respuesta de doña Berta, que habla asturiano en prácticamente todas las ocasiones, es el envés del decir del munícipe, “el auténticu”: no necesita emplear una palabra “rara”, exótica, le basta con un término culto convertido en asturiano por su impronta morfológica.
Pero la visión del alcalde sobre el asturiano (“el bable”, como no dejan de decir los enemigos de la normalidad del asturiano, por marcarlo con una palabra que señale el exotismo de la lengua y alejarla de su conexión con el nombre de la Comunidad Autónoma) nos desvela una realidad que se está ocultando en el debate sobre el artículo 3º de la Constitución, las profundas implicaciones sociales (de “estatus”, de “clase”) y emocionales que para una parte de la población tiene la posibilidad de que la lengua asturiana salga de su gueto de marginalidad, de lengua casera, de lengua propia para la chanza o los momentos festivos (para el “monólogo”) y pase a ocupar un espacio de dignidad y uso equivalente al del castellano, español, si lo prefieren.
Porque en muchos casos, lo que late tras los argumentos de costos o tramas conspirativas en contra de la oficialidad (dejemos, en fin, de lado lo que no son más que infamias) no es más que eso, la incomodidad, la desazón, la irritación de ver cómo una lengua que sobrevive en los sótanos sociales —y asociada, por tanto a los de abajo, campesinos, gente poco ilustrada— asoma su cabeza para convivir con la otra, aquella en nombre de la cual ha sido y es perseguida en la escuela, reprimida en el uso social, prohibida en el (R)IDEA fuera de los usos de las clases bajas, y pugna por sentarse en los asientos de los mismos lugares que hasta hace poco ocupaban en exclusiva los portadores de la lengua buena.
A quienquiera que conozca un poco las situaciones de diglosia en cualquier parte del mundo no haría falta explicarle nada: es siempre igual en todos los lados, aquí, a la asturiana, al asturiano modo. Pero quizás podamos iluminarlo con un hecho autóctono de una meridiana claridad, el del pateo que sacude los suelos del Campoamor cuando se pide en asturiano —tras pedirlo en castellano y antes de hacerlo en inglés—que se apague el teléfono y se da la bienvenida. ¿Los “señores” de toda la vida, en su mundo exquisito de la música o del teatro, pateando como vulgares espectadores de un antiguo cine de dos perrones? ¿Qué les pasa? Pues simplemente se remueven porque en su mundo ha entrado lo nefando, lo que ellos tienen por vulgar, que debe ser alejado de ese delicado y exquisito mundo suyo. Ese es el trasfondo real, emocional, de cosmovisión, de muchos de las argumentaciones contra la oficialidad.
Don Alfredo es un tipo ejemplar de esa visión del asturiano, y, seguramente, de esa consideración del mismo como un hablar pintoresco ligado a momentos ocasionales o festivos. Eso para él es la autenticidad. Cuando sale al escenario desde las bambalinas o emerge desde debajo del mismo, donde se lo tenía recluido en sus funciones ancilares, causa sorpresa, inquietud, desazón, malestar; el mundo de seguridades y exclusividad, el mundo que no compartían con nadie más, se mueve.
Nada extraño que a los dos días don Alfredo corriese a abrazarse con don Juan Luis Rodríguez-Vigil y a firmar ambos contra el artículo 3º de la Constitución, actuaciones que, aunque parezca que son contra la oficialidad del asturiano, son, en realidad, contra el asturiano y sus hablantes, los que hablan y lo usan sin restricciones de lugar, situación o grupo social, los que hablan “el auténticu”, es decir, una lengua no discriminada y cuyos hablantes no se resignan a utilizarlo solo en situaciones de marginalidad, ya consueta, ya obligada.
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