Xuan Xosé Sánchez Vicente: asturianista, profesor, político, escritor, poeta y ensayista. Articulista en la prensa asturiana, y tertuliano en los coloquios más democráticos. Biógrafo no autorizado de Abrilgüeyu
Un hombre, un boto
UN HOMBRE, UN BOTO
Llegaban las primeras elecciones generales. Un ingenioso y entusiasta comerciante de zapatos piloñés (animador, por otra parte de su vida social y cultural), Manuel Eduardo Marina Fernández, colocó por todo el oriente de Asturies carteles anunciando uno de sus productos, unos robustos y sólidos “botos”, con el lema de “un hombre, un boto”.
Me ha venido a la memoria aquel episodio al saber del disparatado voto desde su casa del señor Casero, uno de los cerebros de la maquinaria del PP, quien, tras haber emitido el sufragio equivocado a favor de la Ley laboral del Gobierno, volvió a ratificarlo cuando se le pidió confirmación de lo votado.
Uno se pregunta, al respecto, en qué estaría pensando don Alberto mientras erraba con su dedo o qué estaría haciendo con la otra mano mientras calcaba, aparte de cumplir con el precepto evangélico de “que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda”, o viceversa, según uno sea diestro o no.
“No es bueno que el hombre esté solo”, dice el Génesis, y, en la práctica de tal aserto, durante la misma tarde de gloria de don Alberto Casero, 79 diputados del PP se equivocaron al votar el dictamen sobre el acoso en clínicas abortivas –entre ellos, otra vez, el señor Casero-, eso sí, influidos por la indicación errada de la secretaria general del Grupo Parlamentario, volviendo, de este modo, otra vez a Mateo, “si un ciego guía a otro ciego…”.
(Y miren que tiene importancia esto de los votos. Miren cómo se pusieron con el voto popular algunos partidos y sindicatos llevando hasta las Cortes la elección en el Benidorm Fest, como locos se pusieron porque no se conculcaron las normas para dar como ganador el sufragio popular a favor de Tanxugueiras (las “meloneras”, creo que es la traducción al asturiano), montando un espectáculo histérico y excéntrico, en cuyo entorno solo las Tanxugueiras y Bandini se portaron como seres normales y educados, felicitando, aponderando y dando su apoyo a Chanel).
En cualquier caso, todo eso hace muy humanos a nuestros representantes, los pone al raso nivel de muchísimos agentes de las redes sociales, cuando votan, sí, pero también cuando hablan. Por poner solo ejemplos recientes (no voy a citar al señor Turrión confundiendo a Newton con Enistein), ahí tienen al insigne Miguel Ángel Revilla pontificando sobre por qué hay más covid en Cantabria que, por ejemplo, en Galicia: “Es el viento quien trae el virus y como el nordeste viene de Europa, que es una zona más poblada que los vientos que vienen del Atlántico, que tienen que pasar por el mar, por eso a lo mejor carga más en las zonas cuyo viento viene de zonas muy pobladas”. ¿Qué les parece? Cum laude.
Pero no crean que estamos ante una seña de identidad nacional. Ahí tienen a la congresista estadounidense Marjorie Taylor Green. Se pone seria, tonitronante, olímpica, y acusa a la Presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, de haber puesto en marcha una “policía gazpacho” para vigilar a los congresistas. Bueno, en realidad quería decir “Gestapo”, pero el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
Acaso, don Manuel Marina, al decir aquello de “un hombre un boto” ante las primeras elecciones, expresaba de forma elíptica lo que pensaba “que algunos no eran capaces de ponerse ellos solos los dos”. Pero no achaquemos ideas maliciosas al bueno de Marina. Tampoco nos irritemos demasiado con ellos, no los vituperemos en exceso, no nos sonrojemos al ver su ineptitud o su ignorancia. A fin de cuentas, se parecen tanto a nosotros (acabo de oír por la radio “lunenses” por “lucenses”).
Si no, ¿por qué los íbamos a votar una y otra vez?
PS (A propósito). Corría el año 1979. Se dilucidaba la presidencia de la Diputación tras las primeras elecciones democráticas. Formaba yo parte de la mesa de edad, como diputado más joven (o tempora!) por el PSOE, el otro miembro, el de más edad, era José Puertas Meré, por UCD, arribado a la institución en lo que el que fue director de este periódico, José Manuel Vaquero Tresguerres, denominó "la guerra de los cien años”, proceso en búsqueda del diputado de más edad, puesto que, empatada izquierda y derecha, correspondía la presidencia de la Diputacion al diputado más veterano sobre la tierra.
Pues bien, hete aquí, que don José se confunde al votar y vota al candidato socialista. “Tas equivocáu. Vuelve a votar, home” le dije. Y asina fue.
O mores!
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