Siempre las mismas víctimas

(Ayer, en La Nueva España) SIEMPRE LAS MISMAS VÍCTIMAS LA NUEVA ESPAÑA titulaba el 11/02: “La mitad de los alquileres en Asturias ya se firman en Asturias con seguros de impago de renta”. Podía haber añadido que otra gran parte de los propietarios exigían avales para contratar con un inquilino. Explicaba, además, que existe un gran número de pisos vacíos que no se ofertan porque “hay muchos propietarios con miedo a alquilar” y que, como consecuencia de ello, se prefiere vender a alquilar, y que hay más demanda de alquileres que de ofertas de lo mismo, más viviendas en venta que en renta. ¿La razón? Pues es muy sencillo: la legislación “progresista”, la protección de la ocupación y del moroso, a través de las garantías hacia el ocupador o el deudor –necesitado o renuente a pagar, es igual- frente al propietario, las eternas dilaciones en los trámites judiciales, han llevado a esta situación: una desconfianza generalizada hacia el alquiler. ¿Y quiénes han sido los perjudicados? Pues los de siempre, los salarios bajos o, en términos clásicos, proletarios y clases medias bajas. Por un lado, porque encuentran dificultades para alojarse en sitios cómodos o céntricos, y aún para alojarse, y, sobre todo, porque han subido notablemente los precios y, porque, además, en la mayoría de los casos deben buscar un avalista –cuestión nada fácil, por supuesto- o añadir una cantidad extra para la habitual fianza. Pero también han sido los propietarios los perjudicados. Y, al escribir esta palabra, “propietarios”, conviene aclarar que la gran mayoría de ellos no son “ricachones” ni grandes corporaciones, sino gente de cierta edad que, a través de muchos años de trabajo, venta de tierras de la aldea, ahorros, herencias, han llegado a tener algún o algunos pisos en propiedad –tal vez para transmitir a sus hijos- de los que esperaban sacar unas rentas mayores de las que proporciona el dinero en el banco. De esa forma, cuando retiran del alquiler su capital, lo que hacen es retirarlo de la circulación y congelar sus posibles rendimientos. Es cierto que el Estado, en vista de la situación que él propicia, ingenia nuevas medidas paliativas: dinero para la renta de los jóvenes, ayudas al seguro de impago, disposiciones todas que vienen a aumentar las cargas generales sobre la vivienda, eso sí, haciéndolas reposar sobre los hombros de todos nosotros: los presupuestos generales del Estado y de las autonomías. En pocos meses, otra medida “progresista” caerá sobre una parte de esas víctimas económicas de las decisiones políticas: las ciudades de más de 50.000 habitantes prohibirán la entrada en el centro de las mismas, creando “áreas libres de emisiones de coches más contaminantes”, que serán los de más antigüedad. ¿Y quiénes tienen coches más antiguos porque no pueden cambiarlos por otros o gastar más de 30.000 euros en un híbrido o un todo eléctrico? Pues no lo creerán, pero serán pocos, posiblemente, de los que legislan, que tampoco, por cierto, suelen vivir de alquiler. Serán, otra vez, los paganos de las decisiones sobre la vivienda: salarios bajos o, en términos clásicos, proletarios, clases medias bajas y jubilados. Es verdad que la decisión se toma en función del medio ambiente, aunque no tiene en cuenta el estado real de los vehículos, su ITV, sino únicamente su fecha de puesta en circulación; pero sea cual sea la causa o lo benemérito de la intención, las víctimas, los mismos. Los mismos que lo son de las decisiones apresuradas de descarbonización, que se toman solo a mayor gloria y ego del Gobierno, sin tener en cuenta ni las necesidades energéticas del país, ni la repercusión de los costes en las empresa, ni los efectos sobre los territorios y los ciudadanos. “Siempre las mismas víctimas” he titulado, podía haberlo hecho de esta otra forma: “Los rayos no caen del cielo, tienen su Zeus impulsor”. Por cierto, todos esos miles de ciudadanos agraviados por la acción política tendrán la ocasión de votar varias veces en los próximos años. Unos, descontentos, se quedarán en casa; otros, inundados de esa fe que llaman ideología, repetirán su voto; unos terceros tomarán caminos imprevisibles llevados por su malestar e irritación. En cualquier caso, todos ellos, al modo de Gustavo Adolfo Bécquer, podrán decir, “Mi vida es un erial, / flor que tocan se deshoja, / que en mi camino fatal / alguien va sembrando el mal / para que yo lo recoja”.

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