Por tierra, mar y aire.

(Ayer, en La Nueva España) POR TIERRA, MAR Y AIRE El domingo 20, después de varios meses de demostraciones y concentraciones por toda España, se produjo en Madrid una masiva manifestación de agricultores y ganaderos, en la que, por cierto, y, como siempre, se hacían notar las banderas de Asturies (algún día hablaremos de la paradoja que encierra esa masiva presencia de nuestra enseña en todo tipo de acontecimientos). Sin duda, el malestar del campo viene acelerado en los últimos tiempos por la inflación, la consecuente subida de los productos sanitarios y alimenticios destinados al ganado, la huelga de los camioneros, que ha provocado desabastecimientos; parámetros a los que ha puesto el acelerador la masacre de Ucrania por las fuerzas invasoras. Pero el malestar y la indignación no son un elemento coyuntural, sino permanente: desde hace tiempo el campo viene padeciendo precios bajos para sus productos, aumento de costos, exigencias crecientes de todo tipo, a la vez que observa que –justificadamente o no, es esa otra cuestión- lo que se paga en origen se multiplica exponencialmente cuando llega a las estanterías de las tiendas de alimentación. El campo puede sentirse, pues, perseguido por tierra, mar y aire, y de hecho lo está. Si el propósito explícito de las políticas gubernamentales y europeas fuese el de extirpar al campesino de su medio, no llevaría una vía muy distinta a la que ahora practica. Es verdad que, dentro de una tendencia general en occidente, el campo ha perdido población de forma drástica en las últimas décadas, en general, al haberse pasado de una ocupación de todo el territorio por razones de estricta necesidad, a la concentración en pueblos y ciudades; por haber aparecido empleos mejor remunerados y ocupaciones menos esclavas fuera del campo; por disfrutar de mejores servicios, de una vida social más variada y de mayores oportunidades para las nuevas generaciones en las urbes. Así, el sector primario asturiano ha perdido el 83% del empleo en cuarenta años, y la tendencia se acentúa. Pero las causas que pudiéramos llamar históricas y sociales no son las únicas. España y Europa compiten en inventar cada año nuevas regulaciones que ahogan la actividad agrario-ganadera y, sobre encarecer los costos, atoxiguen al paisano del campo. Muchas de estas regulaciones tienen como bienintencionado objetivo la preservación de la naturaleza o el mediombiente, pero no siempre es claro que tal sea su efectividad, aunque siempre lo son su daño y el malestar que provocan. Una de las más evidentes –tan frecuente en Asturies- es la de encerrar en parques nacionales o naturales a poblaciones: sobre su medio y su actividad económica caen desde entonces multitud de ridículas prohibiciones. La legislación que no tiene en cuenta las características de lo rural, o la ausencia de ella, empujan también al abandono del campo. Podríamos citar muchas muestras, relativas, por ejemplo, al tamaño, reparación o mejora de las edificaciones en pueblos o explotaciones. O los crecientes conflictos entre las explotaciones ganaderas o los ruidos (de los gallos, por ejemplo) o excrementos de los animales y los urbanitas, que se saldan siempre a favor de los “señoritos” que vienen de la ciudad, perturbando, de este modo, la actividad consuetudinaria de los vecinos. Y no hablemos ya de algo más serio, los montes vecinales en mano común. La manifestación más palmaria de esa voluntad de expulsión del campesino y el ganadero la constituye la legislación contra la actividad ganadera en extensivo y a favor de la matanza indiscriminada de ganado menor y perros, quiero decir, a favor del lobo. No es solo nuestra iluminada Teresa Ribera o los lobófilos quienes exhiben una profunda incomprensión de lo que es la vida campesina y de sus emociones. También lo hacen las instituciones judiciales españolas y europeas. De este modo, se ignora que la protección omnímoda del lobo no tiene solo efectos sobre la economía de los campesinos, sino sobre sus emociones, sobre su desesperación, su voluntad de abandono y aun sobre la ternura hacia las víctimas del depredador (a propósito, ¿el terror, muerte y sufrimiento del ganado, incluido el tarazado y superviviente, a nadie conmueve? ¿Solo preocupa el bienestar del lobo?). Por cierto, cuando uno ve las recomendaciones de la UE europea para la convivencia del Canis lupus con el pastoreo, no sabe si reír o llorar. ¿Se imaginan, como recomiendan, nuestros Picos y nuestros puertos vallados para proteger el ganado? ¿Los imaginan llenos de mastines, que, aunque pacíficos, pueden representar un peligro para viandantes y transeúntes? ¿Y si a ello le añaden los nuevos requisitos de la Ley de Bienestar Animal con sus requisitos para los canes? En fin, que si no legislan expresamente para vaciar el campo, lo hacen de hecho. Por tierra, mar y aire. Por cierto, en la última reunión de presidentes de comunidades autónomas, el señor Revilla arremetió contra Teresa Ribera, avisando que cualquier día los lobos van a provocar “una desgracia humana”, y pidió el cambio de legislación. De nuestro Presidente, don Adrián, también allí presente, no se tiene noticia de que haya abierto la boca al respecto, pese a las declaraciones que para consumo interno realiza su Gobierno.

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