Extraños en nuestro presente

(Ayer, en La Nueva España) EXTRAÑOS EN NUESTRO PRESENTE Veo la película Downton Abbey. Una nueva era. En ella, la anciana Lady Grantham manifiesta a sus familiares que no le importa morir, que el mundo presente ya no es su mundo y que no se reconoce en él: su mundo ha desaparecido hace tiempo. Esa idea de que nuestro mundo o una parte importante de nuestro mundo ha desaparecido es una emoción que embarga a muchas personas cuando llegan a una determinada edad. No es solo que hayan desaparecido objetos, costumbres, vestidos, músicas, personas… es que aquel “mundo”, el de la infancia, la juventud, la temprana madurez, constituía una especie de placenta o líquido amniótico que nos construyó y, en la medida en que seleccionamos sus elementos y sus límites, construimos. Esa desazón conlleva, al mismo tiempo, la impresión de que el mundo de nuestro presente no es enteramente el nuestro, de que nos es relativamente ajeno y no lo comprendemos, de que estamos enajenados en nuestro propio presente. Y aparecen entonces, junto al extrañamiento, los recuerdos del pasado, la consciencia de la mutación de los tiempos, la añoranza de lo que se fue, la señardá, esa palabra asturiana que señala la consciencia emotiva de sentirse solo, extraño, separado de los demás y, tal vez, de lo que fue uno mismo, de lo más auténtico de nuestro yo. Del libro Escrito sobre Gijón. Selección de textos desde la antigüedad a nuestros días, compilado por José Antonio Mases y prologado por Juan Cueto, extraeré algunos ejemplos que, con más o menos emoción, señalan la mutación de los tiempos y las cosas y, en parte, su añoranza. Aurelio Menéndez, cuyos barrios de infancia y juventud fueron el Natahoyo y La Calzada de Xixón, rememora: “En aquel tiempo la calle era nuestra, de los niños. Por aquellas calles jugué a todo y con todos. A todo: al pío campo, a la peonza, a ‘les chapes’, a la rasa, a ‘les boles’, al trueque de ‘les vistes’ y los cromos, al balón, a las peleas de un barrio contra otro. Recuerdo con cierta nostalgia aquella Asturias urbana, pero todavía Asturias de la huerta, la bolera y el barrio que me tocó vivir”. (Por cierto, ¿cuántos de nosotros no vivimos nuestra infancia así, en la calle y en los juegos de la calle?). Ernesto Salanova: “Cimadevilla está pasando de ser una atalaya marinera y pescadora a ser una cantina bullanguera […] Ya no bajan, entre imprecaciones y burlas, las sardineras a la rula. Ya nadie, en domingo, calafateaba su barca o le daba una mano de pintura […] Ya no se veían, al pasar, las ventanas y puertas abiertas de las casas, donde cosían “para afuera”, ante la Singer, muchas mujeres del cerro. Don Fermín y su enclave leguleyo declinaban”. Desde fuera, Hans Magnus Enzenberger, hablando de Juan Cueto Alas (a quien me presta aquí recordar y honrar): “Cueto vive en la periferia española. Antaño, Gijón había sido un floreciente centro de la industria pesada y un importante puerto exportador. Pero hoy la ciudad está marcada por la miseria posindustrial”. Y José Luis Garci, hablando con Juan José Plans (a quien también quiero aquí recordar y honrar): “Y es que la moda que sufrieron las chicas de mi generación […] era lamentable. Todas las madres, e ignoro el motivo, se empeñaban en comprar unos vestidos horribles a sus hijas de catorce o quince años, o se hacían con retales igualmente espantosos y encargaban el modelito a las modistas de la barriada; daba igual. El caso es que telas, estampados, patrones, frunces, tablas, hechuras, nada, en fin, favorecía a las mujercitas -mocinas- que ya habían florecido ni, peor aún, ocultaban la eterna niña por la que suspiraban las mamás”. En todo ello no hay novedad alguna. No debe pensarse que es la modernidad con su relampagueante fluir y mudar la que provoca esa sensación de extrañamiento, seguramente siempre ha sido de ese modo, o, al menos, desde hace siglos. Los versos de Jorge Manrique por la muerte de su padre señalan la fugacidad del tiempo y lo inevitable de la muerte, pero también el declinar de las cosas, el cambio de los “mundos” que no ha mucho tiempo se vieron nacer, florecer y triunfar: “¿Qué se fizo el rey don Juan? / Los infantes de Aragón, / ¿qué se ficieron? / ¿Que fue de tanto galán? / ¿Qué fue de tanta invención / como truxeron? / Las justas y los torneos, / paramentos, bordaduras / y cimeras, / ¿qué fueron sino verduras / de las eras? […] ¿Qué se fizo aquel trovar, / las músicas acordadas / que tañían? / ¿Qué se fizo aquel dançar, / aquellas ropas chapadas / que traían?”. Pero no son únicamente los mundos personales los que se nos enajenan, también las instituciones. Con motivo del cincuentenario del congreso del PSOE en Suresnes (1974), Rosa Conde realiza un elogio de aquel renovado partido socialista y afirma: “Por eso para una votante socialista desde 1977, militante desde 1988 y durante años con responsabilidades en el Gobierno y en el Congreso de los Diputados, resulta difícil entender la distancia que esta generación de responsables políticos del PSOE ponen con personas que tuvieron en aquellos años la máxima responsabilidad en el partido y en el gobierno y que siguen defendiendo los valores socialdemócratas”.   “Como resulta difícil entender que para llegar a acuerdos de investidura u otras decisiones políticas se renuncie, no ya a postulados del partido de hace treinta o cuarenta años, sino a los aprobados en el último Congreso del PSOE de hace apenas tres años o a compromisos en las elecciones generales de hace poco más de un año”. Es evidente que para ella este PSOE ya no es “su” PSOE, que su tiempo ya no es el de hoy, como les ocurre a muchos militantes socialistas que han dado en llamar, despectivamente, “del Viejo Testamento”.

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