Respondioles Don Júpiter: tened lo que
pedistes / el Rey tan demandado por cuantas voces distes
Semejante a aquel que contra la
política y los políticos, contra la democracia y el parlamentarismo, sacudió
occidente otras veces, especialmente antes de las dos guerras mundiales del
siglo XX (o antes de la guerra civil española). Menor aún en su intensidad, con
un contexto distinto, pero idéntico en sus constituyentes y semejante en su
etiología: las convulsiones sociales y económicas, la constatación de que la
política no aporta soluciones inmediatas (milagrosas, diría yo).
Ese clima se alimenta de datos falsos, sin duda amañados intencionadamente en su inicio y repetidos después como verdad de fe. Por ejemplo, el de que existen en España 445.568 políticos, cuando, incluidos los concejales del más pequeño de los concejos, suman, en números redondos, 68.000. La manipulación, por otro lado, no responde únicamente a los números, sino a los conceptos. Porque al decir «políticos» en esos conceptos entrañamos también «grandes sueldos» y, subliminalmente, «inútiles y ladrones»; y, por otro lado, si dijésemos que de esas 68.000 personas, 65.000 son concejales —esto es, «concejales lisos y llanos»— habríamos desactivado gran parte de la carga emocional del discurso. Si, además, se precisase que la mayoría de esos concejales cobran poco más que dietas ocasionales, la cosa empezaría a verse reducida a sus justos términos, que serán o no problemáticos en esa estricta dimensión y no en la hinchada que se maneja.
Ese clima se alimenta de datos falsos, sin duda amañados intencionadamente en su inicio y repetidos después como verdad de fe. Por ejemplo, el de que existen en España 445.568 políticos, cuando, incluidos los concejales del más pequeño de los concejos, suman, en números redondos, 68.000. La manipulación, por otro lado, no responde únicamente a los números, sino a los conceptos. Porque al decir «políticos» en esos conceptos entrañamos también «grandes sueldos» y, subliminalmente, «inútiles y ladrones»; y, por otro lado, si dijésemos que de esas 68.000 personas, 65.000 son concejales —esto es, «concejales lisos y llanos»— habríamos desactivado gran parte de la carga emocional del discurso. Si, además, se precisase que la mayoría de esos concejales cobran poco más que dietas ocasionales, la cosa empezaría a verse reducida a sus justos términos, que serán o no problemáticos en esa estricta dimensión y no en la hinchada que se maneja.
Naturalmente,
todo ello corre y se multiplica exponencialmente y a la velocidad de la luz por
el territorio paradigmático de la irresponsabilidad, las redes sociales. Pero
no es únicamente en ese ámbito donde escuchamos ese tipo de soflamas: las
tertulias en los medios son un campo donde la logomaquia, la mentira y la
ignorancia sobre la política y la economía campean al par del vocerío, que es
la manifestación sintomática de producirse esas tres enfermedades de la verdad
y el pensamiento.
Es en
ese dominio, el de las tertulias, en el que el discurso contra los políticos y
la política deja de ser plano para desplegarse en manifestaciones variadas de
un mismo fondo, la principal de las cuales es el ataque contra las autonomías y
a favor de su anonadamiento, como causa de los males de España. Es ahí también
donde se hacen patentes ya no los logorrutios de la prédica, sino las posturas
emociónales y discursivas que sostienen e impulsan esa prédica: el centralismo isabel-fernandino,
el viejo anhelo de uniformismo cultural y lingüístico, la intolerancia hacia el
diferente, el desprecio por la protección social en nombre de la eficacia y (al
mismo tiempo) el anhelo colectivista del socialismo y el comunismo… Y es
reseñable que entre los logorrutios más frecuentes se encuentre la exigencia
imperiosa de que el gobierno (o «Rajoy», depende del tono del momento) actúe ya
para poner en marcha modificaciones sustanciales de tipo jurídico-administrativo
que requieren leyes, acuerdos, alteraciones constitucionales notables, tiempo, cuando
menos, y que, en algunos casos, son en la práctica casi imposibles. Nada
importa a los ideólogo-arbitristas que lo que ellos exigen y la forma en que lo
exigen viniera a constituir un golpe de estado de facto, una violación de la
ley y la constitución.
Y es que
tanto en el discurso de la calle —la tienda, el chigre, las redes— como en el
de muchos «analistas políticos», economistas y tertulianos hay (también como en
las primeras décadas del XX) una apelación implícita al «cirujano de hierro», a
alguien que de forma inmediata e implacable, ponga remedio a la situación y
arroje al vacío a «tanto indeseable». Naturalmente lo que cada uno de los
discurseadores, malhumorados, indignados, tertulianos o redeadores desea no es
un remedio de cualquier modo, sino de acuerdo con lo que su humor arbitrista,
su rencor o su situación proponen o necesitan.
Pero a
lo mejor lo que los cirujanos de hierro (simples «hombres de negro», en este
caso) propondrían no es lo que cada uno quiere o fantasea, sino lo que ellos
dispusiesen, porque, como dice el refrán castellano, «uno piensa el bayo, otro
el que lo ensilla». O, como en la «Fábula de las ranas que pedían rey a
Júpiter», lo que este envía es una cigüeña que hace mortandad extrema entre
todas las ranas, sean ellas de izquierdas o de derechas, centralistas o
nacionalistas, jubiladas o en activo, paradas o con trabajo, indignadas o
mansuetas.
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