El testu ta escritu'l 13 de mayu de 2010. Invítolos a lleelu y reflexionar.
En el
año 2002, con motivo de la entrada en vigor del euro y la ratificación del
tratado de Niza, señalé, a propósito de la moneda única, que la desaparición de
la potestad devaluatoria para los estados obligaba a que los ajustes se
tuvieran que realizar por la vía de la reducción de salarios o por la del
crecimiento del desempleo. Asimismo, el 05/11/02, apuntaba los posibles problemas de
la moneda única en la economía: «Sin embargo, los defensores del déficit
cero tienen una parte importante de razón: sin disciplina la moneda europea
pierde crédito y queda sometida a tensiones en los mercados financieros, con
los efectos negativos que ello tendrá sobre la inflación y los créditos. Ahora
bien, puesto que el desiderátum monetario de entropía cero no parece posible,
ello quiere decir que cada uno de los nuevos países (con muchas más
dificultades económicas que los actuales miembros de la UE) se escaparán de
aquélla en la medida que les sea necesario, con lo que los problemas del euro
serán mayores.» Y, del mismo modo, señalando los futuros problemas del euro en
relación con las divergentes realidades económicas que bajo su techo se
acogían, recogía una profecía de algunos economistas: « Toda esa situación
puede llevar a que tanto la moneda única como el Banco Central —al menos como
depositario de toda la política monetaria— tengan que ser reconsiderados y,
acaso eliminados, por inconvenientes. Tres premios nobel, al menos, que yo
sepa, Gary S. Bécquer, Milton Friedman y Paul A. Samuelson, se manifestaron en
ese sentido en el pasado. Alguno, como Friedman, ha puesto fecha, el 2010.»
El objeto de este artículo no es
estrictamente el de señalar lo acertado de tales previsiones, sino, a partir de
ello, subrayar que aquellos y otros problemas incardinados en la «veracidad del
euro» —en cuanto reflejo de las diversas economías y en cuanto instrumento de
política monetaria para toda la zona de la moneda única— tienen difícil
solución (si es que la tienen) y que, por tanto, el euro puede verse, de un
lado, expuesto a ataques cíclicos de los mercados y, por otro, llevar a
políticas monetarias que puedan tener efectos contradictorios en los diversos
países, y eso, pese a cuantas medidas se están tomando en estos momentos de
respaldo crediticio a concretos países o a la misma moneda. La reconsideración,
pues, del Banco Central y del euro deviene inevitable.
Ahora bien, el problema de la Unión
no es exactamente el de la política monetaria, sino el de su economía real.
Como decía en el 2002, « Pero es que, además, el problema real de la economía
europea es su escaso dinamismo, sus no muy altos parámetros de innovación
tecnológica e industrial y, por ello, su dificultad para crear empleo.»,
opinión que estos días ha vuelto a poner sobre el tapete el «Comité de Sabios»
de la UE presidido por Felipe González Márquez.
En todo caso, y junto con esas
cuestiones señaladas apunta en el horizonte otra: la posibilidad de una época
convulsiones sociales, especialmente en el sur de Europa. Es sabido que unos
cuantos estados han de realizar ajustes económicos severos que, además, irán
unidos a una época de recesión —y, por tanto, de paro— relativamente larga. El
malestar social es, en consecuencia, inevitable. El tamaño y forma de expresión
de ese malestar no depende únicamente de la capacidad del estado y de las
fuerzas políticas para gestionarlo, sino de la aparición o no de fuerzas
«antisistema» que sepan utilizarlo y, como en todas las cosas sometidas a la
humana ventura, de imprevisibles circunstancias o accidentes coyunturales. Una
de las manifestaciones de ese malestar mal gestionado o ingestionable pueden
ser las explosiones de violencia social o política. Otra, no incompatible, con
la anterior, la «argentinización» (o la «helenización») de los estados, la
progresiva depauperación del país a base de políticas demagógicas que conviertan en aparente pan de hoy la miseria
del mañana.
De cómo manejemos, pues, unos y
otros vectores, pero, sobre todo, de la implantación de políticas de
crecimiento económico real —basadas en la innovación y en la productividad y no
el crecimiento exponencial del endeudamiento, como hasta ahora— va a depender
el futuro de alguna de las sociedades europeas y el propio ser de Europa.
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