Hablando bien del gobierno


Ya sé que no se lleva, pero aprovechemos la ocasión, ahora que celebran el «acierto indudable» de Rajoy y Monti desde la prensa internacional hasta los escasamente partidarios de la española, pasando por personalidades como el señor Almunia, cuyo es el entrecomillado.

Y es que la actuación del Gobierno ante las instituciones europeas —no sólo en la noche del 28 al 29 de junio, sino durante algunos meses antes— ha conseguido mover posiciones que antes parecían inamovibles, transformar interpretaciones de los acuerdos en un sentido distinto al anterior y, lo que, es más importante, marcar probablemente un punto de inflexión en la dramática situación de nuestra capacidad de financiación exterior y de parte de nuestro sistema bancario.

Conviene, tal vez, recordar los tres hitos fundamentales alcanzados en este mes como fruto de ese trabajo; los tres, vías nuevas dentro de lo que hasta ahora venía siendo la actuación habitual de la UE: la disponibilidad de 100.000 millones de euros para la banca sin que eso supusiese la intervención del país (8/9 de junio, vísperas del partido España-Italia de la primera fase de la Eurocopa), en lo que seguramente serán condiciones ventajosas del préstamo; la posibilidad de transferencia, en su momento, de esos fondos directamente a la banca, sin que computen como deuda soberana y, por tanto, sin que agraven nuestra fiducia internacional; el que el préstamo no sea tenido como deuda preferente, lo que ahuyentaría a los inversores institucionales privados. A ello debería añadirse un importantísimo hipotético, aunque no deseado de momento, y aún por definir y solicitar, pero ya acordado: el de la posibilidad de intervenir a fin de comprar deuda soberana tanto a través de los fondos de rescate como del BCE.

Con todo, el logro más importante ha sido un intangible, el de la confianza que se ha transmitido sobre el proyecto del euro. No han sido únicamente las buenas formas las que han impulsado a don Mariano Rajoy a afirmar —como también lo ha hecho don Mario Monti— que «Este Consejo ha lanzado una señal inequívoca: el Proyecto Europeo es hoy más fuerte y más creíble que ayer» y que «El mensaje de esta cumbre es la reafirmación de ese gran proyecto económico que es el Euro». Porque, efectivamente —y al margen de nuestros problemas—, una de las razones más poderosas que conspiraban contra España e Italia en el mercado de la deuda era la casi seguridad —y la apuesta especulativa, como consecuencia de ello— de que el euro no resistiría y de que, por tanto, la quiebra española y sus consecuencias económicas y financieras eran inevitables. El quiebro emprendido en la víspera de San Pedro y San Pablo probablemente aminore esos presagios de manera notable.

(Déjenme establecer este pequeño paréntesis para invitarlos a recordar todo el ruido y la furia eructado en estos días en el mundo político y mediático, en ese hablar por hablar de nuestro país, en el que parece que todo se exige que suceda y resuelva en el tiempo del coito del gallo.)

Pero no nos equivoquemos, si en Europa se nos han hecho estas concesiones (que son también beneficiosas para la moneda y el proyecto comunes) no ha sido por la necesidad de quienes han cedido ni por nuestra capacidad de presión, sino por las reformas que se han hecho hasta ahora para reducir el déficit y por el crédito de seriedad y cumplimiento de la palabra que el Gobierno de Mariano Rajoy tiene ante Alemania y el BCE. «Nos fiamos de vosotros —nos han dicho— y creemos que llevaréis a cabo todos los términos de nuestros acuerdos y de vuestros compromisos». Por lo tanto, ese camino ha de andarse y cumplirse con exactitud en los próximos meses.

Terminaré con un pronóstico optimista que vengo anunciando hace tiempo: si, como parece, la situación financiera se estabiliza, hacia finales de este año empezaremos a ver también señales positivas, la detención de la destrucción de empleo y, tímidamente, otro clima inversor. Para ello —sobre otras actuaciones notables, como los pagos de atrasos a proveedores, la eliminación de trabas en la apertura de negocios u otras que vendrán— va a tener una importancia decisiva la nueva legislación laboral, único vector inmediato (según he dicho, asimismo, hace tanto tiempo) que pueda superar nuestra debilidad tecnológica, nuestra deficiente estructura productiva, el arcaísmo en muchos sectores de nuestra arquitectura económico-social y las dificultades que nos procura la misma moneda única.

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