Los primeros llimones. Dempués de cuatro años, munchos trabayos, muncha poda y sulfatiar, muncho amparu de les xelaes...
La Miñota, Morís, 26/01/14.
Xuan Xosé Sánchez Vicente: asturianista, profesor, político, escritor, poeta y ensayista. Articulista en la prensa asturiana, y tertuliano en los coloquios más democráticos. Biógrafo no autorizado de Abrilgüeyu
 Ahora bien, frente a los pájaros o los animales, los seres humanos no abandonamos el nido a las pocas semanas ni nos valemos pronto para caminar: son necesarios años de atención, sustento y protección por parte de los padres, y sobremanera  o principalmente de la madre. De modo que el hecho de dar a luz a una nueva criatura implica un costoso y complejo esfuerzo a lo largo de tiempo. Por otro lado, y en nuestro mundo (dícese «contemporáneo y rico»), el niño ni siquiera puede constituirse desde temprana edad, como antes, en un auxiliar de ciertas tareas («el más roín, a por agua y al molín», manifiesta el refrán asturiano), por lo que no puede aportar compensación alguna al gasto que supone. De esa manera, la descendencia supone, en el presente, compromiso, esfuerzo y desembolsos mayores aún que en el pasado. Si a ello añadimos la irracional legislación que, a golpe de legislaturas, va añadiendo cargas y responsabilidades a los padres privándolos al mismo tiempo de capacidades para dirigir a sus vástagos o tomar decisiones sobre ellos, entenderemos que la decisión de ser madre, cuando es consciente, solo puede tomarse desde una decidida conjunción de voluntad y amor, pues solo esos dos vectores pueden poner los medios para sostenerse en un camino tan largo y tantas veces tan complicado. Pensemos, por otro lado, en qué gana nadie, ni la sociedad ni el nacido no abortado, cuando los infantes ven la luz en familias que los maltratan, torturan, drogan o matan de hambre.
Ahora bien, frente a los pájaros o los animales, los seres humanos no abandonamos el nido a las pocas semanas ni nos valemos pronto para caminar: son necesarios años de atención, sustento y protección por parte de los padres, y sobremanera  o principalmente de la madre. De modo que el hecho de dar a luz a una nueva criatura implica un costoso y complejo esfuerzo a lo largo de tiempo. Por otro lado, y en nuestro mundo (dícese «contemporáneo y rico»), el niño ni siquiera puede constituirse desde temprana edad, como antes, en un auxiliar de ciertas tareas («el más roín, a por agua y al molín», manifiesta el refrán asturiano), por lo que no puede aportar compensación alguna al gasto que supone. De esa manera, la descendencia supone, en el presente, compromiso, esfuerzo y desembolsos mayores aún que en el pasado. Si a ello añadimos la irracional legislación que, a golpe de legislaturas, va añadiendo cargas y responsabilidades a los padres privándolos al mismo tiempo de capacidades para dirigir a sus vástagos o tomar decisiones sobre ellos, entenderemos que la decisión de ser madre, cuando es consciente, solo puede tomarse desde una decidida conjunción de voluntad y amor, pues solo esos dos vectores pueden poner los medios para sostenerse en un camino tan largo y tantas veces tan complicado. Pensemos, por otro lado, en qué gana nadie, ni la sociedad ni el nacido no abortado, cuando los infantes ven la luz en familias que los maltratan, torturan, drogan o matan de hambre. Es cierto que el Estado, en beneficio de la sociedad y de la «polis», podría tener interés en propiciar los nacimientos. En ese caso podría convencer a las futuras madres para que entregasen a sus hijos al Estado, siguiendo aquella tradición romana de la Columna Lactaria, donde quienes no tenían medios para mantener a sus hijos los abandonaban, o la nuestra tradicional de los tornos de los conventos. Pero cabe preguntarse por la felicidad de esos ciudadanos criados en esos centros de expósitos.
Es cierto que el Estado, en beneficio de la sociedad y de la «polis», podría tener interés en propiciar los nacimientos. En ese caso podría convencer a las futuras madres para que entregasen a sus hijos al Estado, siguiendo aquella tradición romana de la Columna Lactaria, donde quienes no tenían medios para mantener a sus hijos los abandonaban, o la nuestra tradicional de los tornos de los conventos. Pero cabe preguntarse por la felicidad de esos ciudadanos criados en esos centros de expósitos. Lo que al respecto le cabe al Estado, por razones morales también o por razones existenciales de la propia sociedad, es hacer tomar consciencia de la grave decisión que es concebir (sorprende que año tras otro el número de abortos no baje en España de los cien mil) y alentar los nacimientos mediante varias vías: garantizando el menor costo para los hijos durante la infancia y la juventud; haciéndose cargo, directamente o a través de la adopción, de los hijos nacidos pero no sostenidos; modificando la legislación de adopciones y, finalmente, eliminando, para favorecer precisamente las adopciones, toda esa estúpida metafísica legislativa que tutela los derechos de los genes frente a los de los padres constituidos en tales por el amor y el esfuerzo.
Lo que al respecto le cabe al Estado, por razones morales también o por razones existenciales de la propia sociedad, es hacer tomar consciencia de la grave decisión que es concebir (sorprende que año tras otro el número de abortos no baje en España de los cien mil) y alentar los nacimientos mediante varias vías: garantizando el menor costo para los hijos durante la infancia y la juventud; haciéndose cargo, directamente o a través de la adopción, de los hijos nacidos pero no sostenidos; modificando la legislación de adopciones y, finalmente, eliminando, para favorecer precisamente las adopciones, toda esa estúpida metafísica legislativa que tutela los derechos de los genes frente a los de los padres constituidos en tales por el amor y el esfuerzo. 
 Pues el mismo silencio de camposanto con que se constata que ni el también en su día salvífico Obama iba a cerrar Guantánamo o acabar con las prácticas de espionaje o de guerra sucia. Ni uno de sus antiguos adoradores y bautistas ha dicho esta boca es mía, como guardan un silencio absoluto sobre monsieur Zapatero quienes en su día lo jalearon y anunciaron al mundo la «conjunción planetaria» de la yunción Barak Hussein-Rodríguez.
Pues el mismo silencio de camposanto con que se constata que ni el también en su día salvífico Obama iba a cerrar Guantánamo o acabar con las prácticas de espionaje o de guerra sucia. Ni uno de sus antiguos adoradores y bautistas ha dicho esta boca es mía, como guardan un silencio absoluto sobre monsieur Zapatero quienes en su día lo jalearon y anunciaron al mundo la «conjunción planetaria» de la yunción Barak Hussein-Rodríguez.|  | 
| Daniel, Habacuc y l'ánxel | 
 En algunos de estos casos, muchos de quienes guardan esos ominosos silencios lo hacen porque creen que, en lo sustancial, los sistemas constituidos por esas dictaduras no son rechazables per se, sino porque tienen algún defecto menor, que no hace inválido el sistema aunque sí incómodo. Y piensan que, si como Habacuc, ellos pudiesen desplazarse allí llevándose en el aire por los pelos, rescatarían al Daniel-pueblo para hacerlo gozar de la buenaventura eterna en ese sistema, ahora ya corregido por ellos de sus imperfecciones menores y coyunturales.
En algunos de estos casos, muchos de quienes guardan esos ominosos silencios lo hacen porque creen que, en lo sustancial, los sistemas constituidos por esas dictaduras no son rechazables per se, sino porque tienen algún defecto menor, que no hace inválido el sistema aunque sí incómodo. Y piensan que, si como Habacuc, ellos pudiesen desplazarse allí llevándose en el aire por los pelos, rescatarían al Daniel-pueblo para hacerlo gozar de la buenaventura eterna en ese sistema, ahora ya corregido por ellos de sus imperfecciones menores y coyunturales.