El 25 de septiembre asoleyaba La Nueva España esti artículu de Ramón d'Andrés, que trescribo talu cualu.
La Academia de la Llingua y el posibilismo
El cambio de postura de la institución académica respecto a la ley de Uso y Promoción del Asturiano
25.09.2015 | 04:05
La Academia de la Llingua y el posibilismo
Ramón d'Andrés El pasado 13 de septiembre, LA NUEVA ESPAÑA publicaba una entrevista con el consejero de Educación y Cultura, Genaro Alonso. Al preguntarle Eduardo García si está de acuerdo con la cooficialidad del asturiano, respondía (cursiva mía): "Soy partidario, sí. La cooficialidad sería el marco legal idóneo para el uso de la llingua asturiana, pero al menos tenemos otro marco legal que nos permite progresar en la normalización social. Hay que ser posibilista".
Palabras prudentes y de sentido común, que muchos compartimos al cien por cien. Palabras que aluden claramente a la vigente ley de Uso y Promoción del Asturiano. Como estas otras, en su comparecencia en la Junta General el pasado 16 de septiembre: "El desarrollo de la ley de uso nos permitirá avanzar". Quiero intuir que también las comparte la dirección de la Academia de la Llingua, ya que, desde el comienzo de su gestión, Genaro Alonso ha sido objeto de todo tipo de parabienes desde esa institución. Así, el pasado 7 de agosto un miembro de su directiva proclamaba en un acto público que el nuevo consejero es "una esperanza para la llingua", y el pasado 12 de septiembre la presidenta de la Academia calificaba al consejero como "uno más de nosotros", confiando plenamente en su gestión. (Desde los años 80, muchos asturianistas, incluso académicos, que estuvimos trabajando por la "llingua" desde la Administración en condiciones adversas, no tuvimos otro reconocimiento por parte de la Academia que su actitud hostil y "focicona"; sin duda, no éramos "uno más de nosotros").
No tengo la más mínima duda de que Genaro Alonso hará una gestión positiva en favor del asturiano, incluso la mejor en muchos años, y eso por muchas razones, empezando por su valía personal y siguiendo por el sentido común que demuestran las palabras citadas más arriba. Ahora bien, lo llamativo es que durante muchos años el concepto de "posibilismo", y los "posibilistas" mismos, no recibían un trato muy amable desde la institución académica. En el Día de les Lletres Asturianes del año 2006, tal como se puede leer en el número 93 de la revista "Lletres Asturianes", la presidenta de la Academia dedicaba el núcleo de su discurso en el Campoamor a fustigar y ridiculizar a aquellos que, en ausencia de oficialidad, defendíamos que la vigente ley de Uso y Promoción del Asturiano era útil como vía de avance. Así se expresaba (traduzco del asturiano): "[?] Tenemos que mostrar la tristeza más dolorosa y la preocupación más profunda ante aquellas posturas que, diciéndose favorables a la recuperación de la lengua asturiana, renuncian previamente a seguir luchando por la oficialidad, planteando una nueva doctrina que algunos llaman 'posibilista'. [?] Y queremos replicar también argumentalmente a algunos posibilistas que, efectivamente, la cuestión se plantea entre el todo o la nada: nosotros queremos el 'todo' y ellos se conforman con la 'nada'. Porque frente al posibilismo, la Academia solo considera una única posibilidad: la oficialidad de la lengua histórica del pueblo asturiano".
Y es que muchos comportamientos de ese entramado llamado "asturianismo", con la Academia de la Llingua al frente, se han caracterizado a menudo por ese maximalismo estéril. Para ilustrarlo, nada mejor que recordar, precisamente, las circunstancias en que nació la vigente ley de uso. En 1997, en pleno proceso de reforma del Estatuto de Autonomía, se debatía sobre la cooficialidad del asturiano. Todos los asturianistas la reclamábamos. Pero las matemáticas parlamentarias eran implacables: solo había seis diputados favorables, frente a cuarenta y cinco contrarios. (Y fórmulas posibilistas como una "oficialidad diferida" eran repudiadas por el PSOE, Izquierda Unida y la Academia). Llegó a ser evidente para cualquiera que, por muchos esfuerzos que se hicieran (y se hicieron), el asturiano no iba a ser cooficial.
El peligro de absoluta desprotección para el asturiano era evidente, de manera que un sector asturianista razonó que al menos merecía la pena intentar arrancar algo real, positivo y duradero. El diputado Xuan Xosé Sánchez Vicente se puso al trabajo de redactar una ley de uso, que se revelaba como una oportunidad única de salvar algo del desastre; el 7 de junio declaraba con todo el sentido común: "Es la máxima cota a la que se puede llegar por ahora". Y en el seno de la comisión parlamentaria argumentaba -recogido en las actas- que la ley permitiría "hacer prácticamente todo en el ámbito de la normalización", "explorar vías de actuación real en la socialización y normalización del asturiano" y que hubiera "más ciudadanos que hablen asturiano y que se sientan libres de hacerlo". Negociaron con el presidente Marqués, y finalmente la ley se aprobó en 1998 en la Junta General con amplia mayoría.
Durante el proceso de elaboración y negociación de la ley, y también después, los asturianistas que la defendieron recibieron furiosos ataques desde dos frentes. Unos provenían de los enemigos intolerantes de cualquier avance para el asturiano, que veían la ley como un peligro, porque reconocía derechos lingüísticos; para ellos era inconstitucional. Pero los bombazos venían también de un cierto asturianismo parapolítico dirigido entonces por el Pautu pol Autogobiernu y la Oficialidá, del bracete de la Academia de la Llingua y con la colaboración de IU y de muchos que en aquellos tiempos, desde nuestra ingenuidad, apoyábamos cualquier consigna aventurera e inútil. Y así, este conglomerado decretó que quienes apoyaban la ley de uso eran traidores al asturiano, y fueron tratados en consecuencia. Y es que en pleno desastre del "Titanic", unos náufragos se empeñaban en negar el iceberg, el naufragio y la lancha de salvamento, y solo querían llegar a Nueva York en camarote de primera. Portavoces cualificados de la Academia hacían esta interpretación en los titulares de prensa: "El proyecto de ley del bable es un intento de abortar el logro de la oficialidad"; "El único objetivo del proyecto de ley es distraer la atención sobre el debate de la oficialidad" (2 de setiembre de 1997); y el camino abierto por la ley de uso era visto como "una vía hacia la confrontación", en el discurso oficial de la Academia ("Lletres Asturianes", núm. 68, 1998).
Y bien. Después de tantos años, ni hay oficialidad ni se la espera, y la ley de uso sigue siendo el máximo marco legal vigente. Entonces, ¿qué ha podido suceder para que la dirección de la Academia haya pasado de un ataque frontal a la ley a alinearse con quienes la valoran? Se podría decir, quizá, que la Academia "cayó de la burra", al darse cuenta de que la dialéctica del todo o la nada no conduce a ningún sitio.
Pero entonces: ¿significa esto que estamos asistiendo a un cambio en la tradicional actitud áspera, de piñón fijo y estéril de esa institución lingüística? Las tradicionales posturas intransigentes de la Academia han dejado una "lista negra" de disconformes; y es llamativo que estos heterodoxos son personas de talante moderado y dialogante, que hicieron esfuerzos por situar el asturiano en un terreno realista y de consenso. Posibilistas, en suma. Quizá se esté transformando aquella Academia que conocí en otras épocas, más parecida a un partido maoísta o a una fraternidad de verdades eclesiales (incluso en el terreno científico). O quizá no, y todo sea puro efecto de las conveniencias del momento. Me alegraría de lo primero, aunque me pilla ya a una sosegada distancia. Pero el tiempo lo dirá.
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