Hernán Cortés y nosotros
La crónica de la conquista de México realizada por Bernal Díaz del Castillo
17.10.2015 | 05:02
Xuan Xosé Sánchez Vicente La magnífica serie televisiva sobre Carlos Primero me anima a volver a la Historia verdadera de la conquista de La Nueva España, una minuciosa, precisa y preciosa crónica de la conquista de México realizada por uno de los soldados de Hernán Cortés, Bernal Díaz del Castillo, muchos años después, a sus setenta y tres años de edad. Si el lector me lo permite, compartiré con él algunos datos y reflexiones sobre los primeros momentos de la conquista.
Desde el punto de vista literario, la obra es una maravilla por la precisión de su escritura, por su detallismo, por el orden en la composición de las escenas; aunque conviene leerla en sesiones cortas para evitar que nos canse lo exhaustivo de sus datos.
Destaca, cómo no, el personaje de Hernán Cortés: su voluntad de atropellar el derecho, enfrentándose a su superior, el gobernador de Cuba, Diego Velázquez, y a los hombres -ahora en batalla- que envía para prenderlo; su decisión, en el episodio tan conocido de la inutilización de los barcos; su negativa a volver a territorio seguro cuando miles de nativos amenazan con exterminar a los pocos cientos -agotados, heridos en su mayoría- que ellos son. Pero sobre todo, su capacidad para combinar violencia y apaciguamiento con los enemigos, su astucia para aprovecharse de la credulidad de los indios, haciendo, por ejemplo, pasar por un teule (dios) al más feo, viejo, malherido de los suyos, un tal Heredia el Viejo. Y anota el cronista: "Y esto pongo aquí por cosa de risa, porque vean las mañas que tenía Cortés". Que no era menor la de enterrar los cuerpos de los muertos a gran profundidad, para que no oliesen, y durante un tiempo los indígenas siguiesen pensando que eran dioses inmortales
Un personaje absolutamente sorprendente es doña Marina o la Malinche, una mujer que, junto a otras diecinueve, fue entregada como esclava a los españoles en 1519. De una inteligencia y disposición extraordinaria ("de buen parescer y entremetida y desenvuelta"), se convierte en la amante de Cortés, de quien tiene un hijo, Martín Cortés, y en su consejera, traductora (aprende en pocos meses el castellano) y astuta negociadora (comenzaba sus discursos con un "estos dioses dicen", sabiendo que no era cierto, pero conociendo que los oyentes lo creían o temían). ¿Por qué, por cierto, no constituye un emblema del feminismo? Porque no hay duda de que su inteligencia y voluntad la hacen elevarse muy por encima del papel de la mujer (la india y la española) en la época.
Dos personajes destacan por su ser y su contraste en esos primeros momentos, dos españoles que permanecían prisioneros desde hacía tiempo y a los que los de Cortés ponen en disposición de liberarse. Uno de ellos lo hace, Jerónimo Aguilar, que se convierte, junto con doña Marina, en uno de los principales "lenguas" (intérpretes) de la expedición. El otro, Gonzalo Guerrero, se ha ya naturalizado indio y se niega. Tiene mujer y tres hijos, labrada la cara y horadadas las orejas. "¿Qué dirán de mí desque me vean esos españoles ir desta manera?" -dice desde el punto de vista del decoro-. Y añade, ahora desde la emoción amorosa, "E ya veis estos mis hijicos cuán bonitos son. Por vida vuestra, que me deis desas cuentas verdes que traéis para ellos, y diré que mis hermanos me las envían de mi tierra".
Pero quizás lo que más destaca es la naturalidad de la violencia -un concepto que quizás ni españoles ni indios hubiesen construido con el significado y connotaciones que hoy insertamos en la palabra-. [...................................................................................]
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