Statuam meam ponetis

Ayer, en la Nueva España L’APRECEDERU «STATUAM MEAM PONETIS» Uno de los siempre magníficos cuentos de Milio Rodríguez Cueto se titula así. En él, Augusto, el conquistador y esclavizador de los astures, tiene un sueño —está aquí, aún no ha vuelto a Roma— y manda que convoquen a los vencidos, esclavos y prisioneros, para dirigirles unas palabras, a través de un intérprete. Con verbo solemne les dice: «Statuam meam ponetis» (me erigiréis una estatua). Cambiando de tema. Siempre leo con suma atención las declaraciones de los carrilanos —permítanme recuperar este viejo término— o bicicleteros cada vez que los entrevistan o premian. Anoto el entusiasmo y la fe con que predican las virtudes de la bici como medio de transporte ideal, como salvación del medio ambiente y casi como único vehículo contemplable en la movilidad del futuro. Y, a pesar de que veo la casi totalidad de los carriles bici de mi ciudad prácticamente sin ocupación durante todo el año —incluidos los que parecen muy afayaízos para los jóvenes, como los que llevan al campus universitario—, salgo a la calle convencido, a punto de convertirme en un predicador de la buena nueva. Después recorro las calles de mi ciudad. Aun distraído, voy observando la innúmera cantidad de personas que circulan con tacataca, en silla de ruedas, apoyándose en bastón o muletas, sofitándose en otra persona —familiar o agabitante pagado, generalmente de fuera de España— para poder desplazarse; a quienes, aunque sin auxilios, caminan con dificultad. Y me da por pensar que, ignoro por qué motivo, somos un país con un 45% de gente mayor de 65 años. ¡Ah! El cuento de Milio. ¡Sí, hom! Después de que el traductor hace llegar las palabras de Augusto a la multitud de esclavos, estos guardan silencio, se miran entre sí (ya saben que uno de los castigos que aplicaban los romanos a los vencidos era cortarles las manos y dejarlos vivos) y levantan al cielo sus muñones.

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