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Güei, en LNE: La mala fortuna del paisano

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"La mala fortuna del paisano": desgracias, ataques y tomaduras de pelo a los paisanos de l'Asturies rural.

Los ganaderos protesten

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Masiva protesta de ganaderos con sus reses ante la sede de la Presidencia del Principado


Han exigido una legislación que regule su actividad, devuelva la autonomía al colectivo para gestionar el monte, y permita la eliminación del matorral y de la presencia del lobo en zonas de explotación


Los ganaderos asturianos manifestárense ayer delantre'l parlamentu asturianu y de la sede'l gobiernu. Los ganaderos y los campesinos tán fartos de que, dende 1975, la política agraria, más allá de les subvenciones, desprecie al sector rural, a los agricultores, a los ganaderos y a tola xente que vive nel mundu rural. La política de los sucesivos gobiernos asturianos nun vien siendo más qu'una política al serviciu de los señoritos de la ciudá, con desconocimientu y despreciu de la xente del campu.

La xente del campu y los manifestantes tienen tol nuestru apoyu.

EN LA BRAÑA DE CAMPEL

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El sábado 31 de agosto estuve por primera vez en la braña allandesa de Campel. Me situó allí la fotografía de Antonio Vázquez, reproducida en una de las magníficas láminas con que La Nueva España nos regala los sábados. Desde una ligera altura contemplo un total de siete edificaciones, dos de las cuales se hallan en perfecto estado de conservación, y cuatro, aunque deterioradas, podrían tener un uso parcial; de una octava construcción no quedan más que les murueques. Aunque no exactamente iguales, tienen una tipología semejante y la mayoría posee un piso superior para tenada; las dos en mejor estado han reconstruido su tejado con materiales y técnicas más modernas. Todas ellas, según se nos informa, han tenido un destino exclusivamente ganadero. Junto con las edificaciones, salta a la vista un continuum de muries de piedra que establecen separaciones del uso o la propiedad en lo que es probablemente un espacio comunal. A nuestra izquierda, seis vacas de pies, cinco de ellas pastiando; debajo de nosotros, al pie, una echada. El suelo es, en la mayoría de los predios, prado, lo que indica su uso y su cuidado.


Pero el ojo nos lleva enseguida hacia otras estampas. ¡Porque la lámina nos habla de tantas cosas! Nos habla, por ejemplo, de la apropiación y humanización del espacio por el hombre, de derromper, de hacer borronaes, de perseverar después durante siglos contra la naturaleza, convirtiendo lo espontáneo en previsible y manteniéndolo en su ser a través de  generaciones. De la socialización de los individuos y las familias, haciéndolos compartir esfuerzos colectivos en pro del interés al tiempo colectivo y particular, encaminándolos a resolver los conflictos eliminando la violencia y llegando a acuerdos tal vez incómodos para todos; de la erección del derecho, repartiendo obligaciones, estatuyendo el uso y reparto del territorio, conformando la propiedad y la obligación, el ámbito de lo privado y lo común, sus normas y épocas de uso, los caminos y su cuidado en sextaferia, el egoísmo particular y la cooperación. Asimismo, la cultura de los conocimientos constructivos, el saber en el manejo de los materiales, las mejoras en las técnicas de extracción y su acarreo. Y, sobre todo, del trabajo, mucho trabajo, generación tras generación. Acaso, si el ojo tuviese la capacidad de una mayor empatía transgeneracional, su visión ensoñativa nos retrotraería hacia aquellos pastores que, en el neolítico, comenzaban a dominar con sus ganados y sus dólmenes las alturas medias de nuestras montañas.
Pero es posible que nuestra mirada no quiera ir tan atrás, y que se limite a inspeccionar tres, cuatro décadas atrás. Entonces lo que contemplará será una progresiva y acelerada desaparición de esos parajes que hace muchos siglos se constituyeron en «campelos» y en Asturies y que, durante tantos centenares de años, se conservaron como «campelos» y como Asturies. Y si nuestra mirada tiene una vocación escrudriñadora de lo social y lo económico, sabrá que esa tendencia de abandono del mundo rural a favor de lo industrial, lo comercial y lo urbano es una riada casi universal e imparable, y que las gentes prefieren, por lo general, fundirse en la grey a encontrarse a sí en la soledad o entre los pocos; pero conocerá asimismo que, en alguna medida, es ligeramente graduable el caudal de las aguas y la velocidad de su curso. Y que aquí, en nuestra tierra, hemos hecho en estos últimos años todo lo posible, a tuerto o a derecho, por vaciar la aldea y llenar la ciudad. Pues, sobre esa tendencia universal, aquí hemos legislado para dificultar o hacer imposible la vida al ciudadano del campo. Hemos perpetrado parques naturales con vecinos dentro, lo que ha supuesto ponerles trabas en todas sus actividades económicas y cotidianas; hemos levantado todo tipo de dificultades para el mantenimiento de la actividad ganadera en puertos y brañas, dificultando los accesos, la higiene, las comodidades, como si nuestra sensibilidad urbanita solo se sosegase manteniendo al pastor como un buen salvaje del pasado. Se ha convertido la vida en el campo en un ir y venir burocrático y reglamentado  que, sobre los costos, requiere un tiempo y unos saberes técnicos de que en ocasiones no se dispone. Se ha mostrado poca inclinación a reparar de forma urgente los daños que la fauna causa en las propiedades y se ha conseguido instalar en los hombres de la aldea la idea de que los animales son tenidos en más consideración que ellos por la administración y por la prédica social. Hemos desaprovechado nuestros montes y nuestras maderas, sobre los que poco discurso práctico tenemos más allá del ritualizado «ocalitos non». Y, en general, y únicamente por concluir, las ensoñaciones de los teóricos, las manías de los especialistas en tal o cual materia, las visiones de los señoritos que quieren gozar del campo en sus excursiones tal como ellos creen que debe ser han conformado las políticas sobre la tierra y el campo en contra de sus propietarios, de sus habitantes, de quienes en él se ganan su vida. ¡Como si, además, eso que conocemos como naturaleza y que pretendemos gozar fuese otra cosa que la no naturaleza que, contra esta, han construido a lo largo de la vida nuestros antepasados! ¡Como si, fugados y expulsos sus habitantes, la belleza de esa naturaleza se fuese a mantener sola, sin ser devorada en pocos años!
Yo he estado en Campel este sábado 31 de agosto de 2013. Y he podido ver ahí, las manos, los afanes, los sueños, el trabajo de tantas generaciones de nuestros antepasados. Dentro de treinta, de cuarenta años, nuestros nietos y los hijos de nuestros nietos, ¿qué Campel verán, si alguno? ¿Y qué contemplarán en él cuando su vista se abstraiga del presente para recorrer las trochas y senderos de la historia?

      

SOBRE EL AGRO ASTURIANO

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Don Juan Luis Rodríguez-Vigil publicó en el mes de abril tres interesantes y acertados artículos sobre el agro asturiano, en los que analiza sus problemas y plantea algunas vías de actuación.

Permítaseme, antes de nada, apuntar mi extrañeza ante la ausencia en esos escritos de un elemento de juicio sustancial: el señalar que de las políticas erróneas en relación con el sector primario asturiano, tanto por acción como por omisión, es responsable único el PSOE, lo mismo en el ámbito general que en el particular asturiano, puesto que es ese partido el que lleva gobernando aquí desde la constitución de la democracia, prácticamente 26 años. Y no se piense que esa atribución de responsabilidades es sólo una exigencia de justicia retrospectiva o voluntad de ajuste de cuentas electoral: se trata, sobre todo, de señalar uno de los problemas fundamentales de la cuestión —y, por tanto, uno de los obstáculos para su solución—, el PSOE, y el conjunto de voluntades, discursos y actuaciones políticas que representa. Con el discurso del señor Rodríguez-Vigil, en este caso, ocurre como con el de otros próceres del mismo ámbito político que, por ejemplo, habiendo contribuido decisivamente a echar a los pastores de los puertos, se quejan ahora de esa situación, como si hubiese sobrevenido por una maldición divina o por unas actuaciones administrativas que no tuviesen detrás incentivadores, responsables y beneficiarios.

En general, la política socialista hacia el campo se ha movido entre el discurso de lo público (en lo referente, por ejemplo, a la política de propiedad de montes y gestión forestal; creación y ampliación de parques); el manejo semidivino o ideologizado de la naturaleza (política de parques, otra vez; políticas teóricamente medioambientales); el desprecio de los intereses de los concretos habitantes del agro; la búsqueda de un voto urbano más o menos juvenil, más o menos conservacionista. Con eses banielles se ha urdido la trama del cesto agujereado de la situación actual.

Quizás los datos que del SADEI transcribía este periódico en días pasados puedan servir de indicador de la situación: en el año 2009 cerraron 1.000 ganaderías. Para este año, 437 ganaderos han solicitado el cese anticipado de actividad. A fin de darse una idea de la evolución de esas cifras basta señalar que en el año 2001 existía un total de 28.631 explotaciones bovinas; en el 2009, 19.490. Esos guarismos, con todo, no deben indicar lo peor: la sensación de abandono y persecución por parte de la administración y los políticos, las difíciles perspectivas económicas, la diferencia de servicios con la ciudad, la falta de relevo generacional y otros parámetros negativos vaticinan un rápido incremento de la tendencia; y aunque es cierto que el movimiento de abandono del campo es universal —como ha señalado en estas mismas páginas don Antonio Arias—, seguramente aquí hemos añadido alguna intensidad al gradiente de caída.

A mi juicio, tres deben ser los vectores fundamentales que deben guiar cualquier política que trate de mejorar la situación del sector primario, y, por tanto, fijar población en el medio rural. El primero, entender que la campesina es, ante todo, una actividad económica —empresarial—, cuyo objetivo, por tanto, es la ganancia; el segundo, fijar como objetivo de cualquier política los intereses concretos de los concretos particulares, y no los generales del concejo, de la sociedad, de la humanidad u otros tan abstractos como estos; el tercero, es su corolario: en la medida de lo posible, los ganaderos y agricultores deben ser los gestores directos de sus intereses y bienes.

No cabe aquí, por razones de espacio y de cortesía, elaborar un catálogo amplio de medidas en que podría actuarse en el sector; pero sí señalar tres esenciales: el primero, como perfectamente apunta don Juan Luis, el de los montes y el sector forestal, tanto en lo relativo a la propiedad y gestión como en lo atingente a las políticas forestales. El segundo, la reversión o la modulación de algunas políticas medioambientales, de modo que ni el ciudadano del sector primario se vea perjudicado por ellas ni se sienta perseguido o menospreciado, y, en todo caso, la consideración de los costos que para los particulares representan determinadas decisiones, y las consiguientes ayudas para ello. Finalmente, la continuación del esfuerzo de las políticas sociales, comunicativas y de socialización, de modo que el habitante del agro no entienda que vive en un ámbito sustancialmente “inferior” al de la ciudad.

El problema estriba en que no parece posible que los agentes sociales institucionales dominantes en nuestro país sean capaces de llevar a cabo ni la remoción de alguna de estas políticas ni la puesta en marcha de otras que vengan a romper las rutinas tradicionales. En una sociedad tan misoneísta y conservadora como la nuestra, donde además los discursos perduran al margen de la realidad porque las fuerzas y elites políticas —fuertemente vicarias— nunca se ven cuestionadas —ni ellas ni sus discursos— por la propia realidad, pues trasladan los costos de su mala o nula gestión a los gobiernos centrales y a sus organizaciones generales del estado, es imposible que se produzcan cambios sin una fuerte convulsión socio-política.

Porque tampoco es cuestión, según algunos piensan ingenuamente, de un cambio generacional, puesto que esa peculiaridad de que el mundo real no actúe de piedra de toque de entelequias y discursos hace que los más jóvenes vean en el discurso de sus mayores un referente inmutable y perdurable, el cual, de paso, les hará a ellos vivir en el beatífico mundo de la ficción que es la representación política en Asturies.

Sobre el agro asturiano

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Don Juan Luis Rodríguez-Vigil acaba de publicar en LA NUEVA ESPAÑA tres interesantes y acertados artículos sobre el agro asturiano, en los que analiza sus problemas y plantea algunas vías de actuación.

Permítaseme, antes de nada, apuntar mi extrañeza ante la ausencia en esos escritos de un elemento de juicio sustancial: el señalar que de las políticas erróneas en relación con el sector primario asturiano, tanto por acción como por omisión, es responsable único el PSOE, lo mismo en el ámbito general que en el particular asturiano, puesto que es ese partido el que lleva gobernando aquí desde la constitución de la democracia, prácticamente 26 años. Y no se piense que esa atribución de responsabilidades es sólo una exigencia de justicia retrospectiva o voluntad de ajuste de cuentas electoral: se trata, sobre todo, de señalar uno de los problemas fundamentales de la cuestión —y, por tanto, uno de los obstáculos para su solución—, el PSOE, y el conjunto de voluntades, discursos y actuaciones políticas que representa. Con el discurso del señor Rodríguez-Vigil, en este caso, ocurre como con el de otros próceres del mismo ámbito político que, por ejemplo, habiendo contribuido decisivamente a echar a los pastores de los puertos, se quejan ahora de esa situación, como si hubiese sobrevenido por una maldición divina o por unas actuaciones administrativas que no tuviesen detrás incentivadores, responsables y beneficiarios.

En general, la política socialista hacia el campo se ha movido entre el discurso de lo público (en lo referente, por ejemplo, a la política de propiedad de montes y gestión forestal; creación y ampliación de parques); el manejo semidivino o ideologizado de la naturaleza (política de parques, otra vez; políticas teóricamente medioambientales); el desprecio de los intereses de los concretos habitantes del agro; la búsqueda de un voto urbano más o menos juvenil, más o menos conservacionista. Con eses banielles se ha urdido la trama del cesto agujereado de la situación actual.

Quizás los datos que del SADEI transcribía este periódico en días pasados puedan servir de indicador de la situación: en el año 2009 cerraron 1.000 ganaderías. Para este año, 437 ganaderos han solicitado el cese anticipado de actividad. A fin de darse una idea de la evolución de esas cifras basta señalar que en el año 2001 existía un total de 28.631 explotaciones bovinas; en el 2009, 19.490. Esos guarismos, con todo, no deben indicar lo peor: la sensación de abandono y persecución por parte de la administración y los políticos, las difíciles perspectivas económicas, la diferencia de servicios con la ciudad, la falta de relevo generacional y otros parámetros negativos vaticinan un rápido incremento de la tendencia; y aunque es cierto que el movimiento de abandono del campo es universal —como ha señalado en estas mismas páginas don Antonio Arias—, seguramente aquí hemos añadido alguna intensidad al gradiente de caída.

A mi juicio, tres deben ser los vectores fundamentales que deben guiar cualquier política que trate de mejorar la situación del sector primario, y, por tanto, fijar población en el medio rural. El primero, entender que la campesina es, ante todo, una actividad económica —empresarial—, cuyo objetivo, por tanto, es la ganancia; el segundo, fijar como objetivo de cualquier política los intereses concretos de los concretos particulares, y no los generales del concejo, de la sociedad, de la humanidad u otros tan abstractos como estos; el tercero, es su corolario: en la medida de lo posible, los ganaderos y agricultores deben ser los gestores directos de sus intereses y bienes.

No cabe aquí, por razones de espacio y de cortesía, elaborar un catálogo amplio de medidas en que podría actuarse en el sector; pero sí señalar tres esenciales: el primero, como perfectamente apunta don Juan Luis, el de los montes y el sector forestal, tanto en lo relativo a la propiedad y gestión como en lo atingente a las políticas forestales. El segundo, la reversión o la modulación de algunas políticas medioambientales, de modo que ni el ciudadano del sector primario se vea perjudicado por ellas ni se sienta perseguido o menospreciado, y, en todo caso, la consideración de los costos que para los particulares representan determinadas decisiones, y las consiguientes ayudas para ello. Finalmente, la continuación del esfuerzo de las políticas sociales, comunicativas y de socialización, de modo que el habitante del agro no entienda que vive en un ámbito sustancialmente “inferior” al de la ciudad.

El problema estriba en que no parece posible que los agentes sociales institucionales dominantes en nuestro país sean capaces de llevar a cabo ni la remoción de alguna de estas políticas ni la puesta en marcha de otras que vengan a romper las rutinas tradicionales. En una sociedad tan misoneísta y conservadora como la nuestra, donde además los discursos perduran al margen de la realidad porque las fuerzas y elites políticas —fuertemente vicarias— nunca se ven cuestionadas —ni ellas ni sus discursos— por la propia realidad, pues trasladan los costos de su mala o nula gestión a los gobiernos centrales y a sus organizaciones generales del estado, es imposible que se produzcan cambios sin una fuerte convulsión socio-política.

Porque tampoco es cuestión, según algunos piensan ingenuamente, de un cambio generacional, puesto que esa peculiaridad de que el mundo real no actúe de piedra de toque de entelequias y discursos hace que los más jóvenes vean en el discurso de sus mayores un referente inmutable y perdurable, el cual, de paso, les hará a ellos vivir en el beatífico mundo de la ficción que es la representación política en Asturies.

Asoleyóse na Nueva España del 08/04/10

La situación del campo y de los montes asturianos

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El ex-presidente Juan Luis Rodríguez Vigil viene publicando en las páginas de La Nueva España una serie de artículos donde aborda los problemas del campo asturiano, que tienen un nudo central: el desperdicio de sus posibilidades, su nula rentabilidad. De esos dos elementos deriva una parte sustancial -no toda- de su despoblamiento.

Como parte de su análisis, don Juan Luis señala la ineficacia de nuestra Administración y el balagar de tópicos y prejuicios -algunos modernos, de carácter casi místico- con que se aborda la cuestión del campo.

Como todos los análisis y propuestas de don Juan Luis, lo que hace es interesante. Ahora bien, llama la atención el que don Juan Luis, presidente en su día del Principado, se olvide de que son él y sus partido, el PSOE, los grandes responsables de la falta de modernización del campo asturiano y los sembradores de tópicos ideológicos y mendaces sobre nuestra aldea. Ocurre lo mismo con el señor Arango o el señor Quintana cuando, ahora, se ponen a señalar los defectos de nuestro agro o los problemas de los espacios protegidos, entre ellos, Los Picos. Como si no hubieran sido ellos mismos los responsables de la cuestión y los incitadores del estado de cosas actual.