Sobre ETA (recordando el pasado) III

Inserto aquí un artículu del 08/01/2007. Honrar a los asesinados exige también honrar la memoria de la historia.

artículu del 08/01/2007

ENSUEÑOS DE ZAPATERO. REALIDADES DEL MUNDO

“Quien quisiere ser dictador haría bien en aprender semántica”, manifestaba en las décadas centrales del siglo XX un afamado maestro de lingüistas, señalando, así, la importancia que para la manipulación de la opinión pública tiene la fraseología. Pues bien, uno de los elementos más destacados de la política española entre el 17 de mayo de 2005 y la fecha actual ha sido el de la invención, desde el Gobierno y el PSOE, de un vestido lingüístico que disfrazase la realidad, ya para ocultarla por completo, ya para hacer tolerable la percepción de la misma. El más notorio de esos artefactos ha sido la troquelación “proceso de paz”, que venía a sustituir lo innombrable, “diálogo o negociación con ETA y sus ramificaciones”, tan poco tranquilizador que ni siquiera las palabras usadas como conjuro en otras ocasiones por la propaganda zapaterina (“diálogo”, “negociación”) venían a servir aquí. Es evidente que el núcleo duro del narcótico venía envuelto en el término adyacente del sintagma, “paz”; pero es igualmente manifiesto que en el año y medio transcurrido desde entonces, y especialmente desde el 22/03/2006 -fecha de la corporeización del espíritu de ETA, a través del velador de un vídeo, encarnado en tres enmascarados, con la correspondiente cuota femenina, al gusto zapateresco-, el voquiblo “proceso” ha tenido una enorme fecundidad: sirvió, por ejemplo, para justificar la extorsión o la violencia callejera durante esos meses (puesto que era un “proceso” no había que esperar el término durante el mismo); para explicar por qué no había entrega de las armas o por qué las exigencias de los etarras eran cada día más explícitas (ya se entendía que ello nada quería decir, puesto que era un “proceso”); excusar cuál era la razón de seguir negociando pese a todo y aunque no se cumpliesen las condiciones de ausencia de violencia de la declaración del Congreso de los Diputados (el “proceso” era un camino, no un fin, evidentemente). En su último servicio, de momento, el parto lingüístico ha servido para la construcción de un eructo semántico por parte del señor Rubalcaba, tras el atentado del día 30 de diciembre: el proceso –excretó- era tan proceso que “ni siquiera había comenzado”.

Ciertamente el arte de enmascaramiento no se limitó a la invención de troquelaciones lingüísticas. Se centró, muy especialmente, en la comparación, más o menos desfigurada, con lo realizado en anteriores momentos de la historia reciente (la tregua de ETA durante el segundo gobierno de Aznar), la sambenitación como enemigos de los discrepantes (especialmente el PP y la AVT), el silenciamiento de los numerosos críticos de entre las propias filas (Nicolás Redondo, por ejemplo, Rosa Díez, de entre los más notables), la negación de la evidencia (las instrucciones desde ministerio fiscal, por ejemplo, durante ese tiempo) y la propaganda machacona de una sola interpretación y de algunas consignas desde los numerosos altoparlantes afines. No vamos a entrar aquí en el análisis de estos elementos, los conoce el lector de la Nueva España de sobra. Baste con señalar uno para que resplandezca la evidencia, las palabras publicadas en la página 36 de este periódico el 03/01/2007: “Los magistrados deben adaptarse a la nueva realidad (tras el atentado), según Jueces para la Democracia”. ¿Cabe más explícita confesión de parte de que, hasta ahora, muchos jueces venían acomodando sus actos a la anterior y ficta realidad del “proceso de paz”?

Las palabras son un poderoso instrumento para la relación con los otros: seducirlos, convencerlos, persuadirlos, despistarlos, engañarlos, entretenerlos, atraerlos... Y en ese sentido, las acuñaciones fraseológicas, fruto de las maquinaciones ingeniosas de los gabinetes de imagen (a quienes muchos votan en realidad, pensando que es el líder al que eligen el autor de las ideas y las frases seductoras), tienen una enorme importancia. Pero, en todo caso, las palabras también nos traicionan: bajo su cendal engañoso es posible siempre ver el cuerpo que tratan de ocultar. Pongan bajo esa lupa las últimas expresiones de don José Luis Rodríguez: “He dado orden de suspender todas las iniciativas de diálogo”, “Con este atentado criminal y atroz ETA ha elegido el peor de los caminos”, “La energía y la determinación que tengo para alcanzar la paz es si cabe mucho mayor”, “Insistiré en la búsqueda del fin de la violencia y de la paz”. Ese no es sólo su pensamiento, es su programa de futuro.

El 21/06/2006 publicaba en este diario un artículo titulado En manos de la Gran Ramera, donde, a la vista de los primeros pasos, y, tras manifestar que “parecería más bien que han sido los demócratas quienes se han acercado a los asesinos, y no éstos a nosotros”, proclamaba mi escepticismo sobre la negociación con ETA y los suyos, concluyendo: “En la sinceridad, en la voluntad, en la “bondad” y en la palabra de quienes tienen en su haber mil asesinatos, extorsiones, secuestros, torturas y, sobre todo, una absoluta insensibilidad hacia las víctimas, una total intolerancia hacia los derechos de los otros para ser distintos. Ahí ha puesto toda su confianza y su esperanza don José Luis, el converso de la plaza de toros de El Bibio. Ahí. Como ponerla en la Gran Ramera de Babilonia.”
Pues bien, pese a que esa extrema dificultad era evidente para quien quisiera verla, especialmente dado el punto de partida, sin ninguna cesión de ETA; pese a que, a medida que el tiempo transcurría, las cosas iban a peor (aumento de la violencia y de las demandas, por un lado; reticencias a aceptar la evidencia, por otro), tengo que confesar que, de vez en cuando, me asaltaron dudas –como les habrá ocurrido a otros muchos ciudadanos a lo largo de estos meses-, ya no sobre mis deducciones, sino sobre mis percepciones. No es posible, me decía, que el gobierno sea tan ciego o necio para no ver lo que está pasando; no es concebible que tantos altavoces mediáticos y tantos corifeos e, incluso, tantas personas de buena voluntad que tienen una experiencia histórica sobre la cuestión, no vean lo que parece diáfano. Aquí tiene que haber alguna clave –me amonestaba-, algún compromiso secreto, que el gobierno y otros conocen y que permite hacer caso omiso de las señales de desastre.
Por desgracia no era así. Ocurría, una vez más, que se constataba la realidad que el Eclesiastés (I,15) enuncia, numerus stultorum infinitus o, en términos más caritativos, que no existe peor ciego que el que no quiere ver. Lo asombroso de todo ello no es la sorpresa que la conducta de ETA y los suyos ha causado en el Gobierno o en Zapatero, un adanista arbitrista que desprecia la incapacidad de todos sus antecesores para arreglar los problemas de España, del mundo y hasta del pasado (por cierto, habría que averiguar cúyos fueron el cogote y la espalda que, en el escaño delantero a don José Luis, suscitaron tal vez sus ensoñaciones visionarias durante los muchos años en que permaneció mudo y rumiante en las Cortes). Lo que provoca más pasmo es la ingente cantidad de ciudadanos normales que se han manifestado sorprendidos y decepcionados por la conducta de ETA y Batasuna, algo así como si les hubiese traicionado un socio o amigo en quien hubiesen puesto toda su confianza.
Y es que ha sido concomitante con este episodio de nuestra vida pública un gravísimo problema que aqueja a la sociedad y a la política españolas desde hace tiempo, y que, en alguna medida, viene agravándose progresivamente. Ello es que una parte importante de la izquierda no reconoce legitimidad de existencia a la derecha. De la misma manera que durante la Segunda República (y ello explica, en parte, la resonancia de aquella época sobre nuestro presente), un núcleo importante de esos grupos políticos creen que la democracia es sólo auténtica si ellos la ejercitan y que los conservadores son una presencia espurcísima en el sistema, en cuyos márgenes deben ser acorripiaos (así se entiende, por ejemplo, la anomalía de que, en la práctica, no exista más que un grupo de oposición en el Parlamento español). No hará falta aducir por qué esa forma de pensar y las conductas que de ahí se derivan constituyen un grave problema social y político para el conjunto del Estado en el futuro.

Pero, por otro lado, la autodenominada izquierda española se ha reducido fundamentalmente a poco más que un sentimiento de fratría, a una especie de representación emocional cuyos únicos parámetros objetivos son una cierta vivencia permanente del pasado (veraz o no, nada importa), la manifestación de hostilidad al PP (o a la derecha general del estado, no a toda la derecha) y la autoproclamación como de izquierdas (aunque los contenidos en la acción política de esa identificación sean ningunos o dispares). Desde ese punto de vista, pues, el mundo de Batasuna es para muchos su propio mundo, el mundo de la izquierda. Inaceptable en cuanto a su relación con la violencia, pero hermanible en cuanto que, como hijos pródigos, regresen a la casa común u hogar paterno. De ahí su decepción en cada ocasión que se niegan a reencontrarse con quienes los llaman, una y otra vez, con los brazos abiertos.

¿Qué ocurrirá en los próximos meses? Corramos el riesgo de realizar perdicciones. Mi opinión es que no habrá rectificación de fondo por parte del Gobierno ni del PSOE. En lo sustancial, seguirán teniendo las puertas abiertas para un diálogo futuro (vía PSE, ERC, PNV, o cualquier otra) y más o menos inmediato, aunque, eso sí, otra vez, discreto. En cuanto al Pacto Antiterrorista, seguirá siendo letra muerta. Al margen ya del adanismo o arbitrismo de Zapatero y su entorno, la política tiene sus reglas. Y esas reglas no son el interés general, los ciudadanos, la ética o la moral, son, fundamentalmente, el triunfo de los propios y la derrota del adversario, en la pretensión, en el mejor de los casos, de que el triunfo de uno supone, per se, el triunfo del bien y, por tanto, de las mejores opciones para el común. Pero de cualquier manera, a tuerto o derecho, el triunfo de los propios y su cortejo subsiguiente de poder, empleo y beneficios.
Por tanto, lo que se propondrá será un nuevo acuerdo donde puedan entrar “todas” las fuerzas políticas, esto es, aquellas que en su día, no entraron en el actual Pacto Antiterrorista o que se opusieron a la Ley de Partidos porque rechazan la ilegalización de Batasuna: el PNV, IU, ERC, EA, etc. Algunos de ellos ni siquiera han esperado a que escampase para mostrar sus verdaderos pensamientos. Así Joan Ridao y Joan Tardá, diputados de ERC, y socios del PSOE en Madrid y Barcelona: “A lo largo de estos nueve meses ETA ha sido más generosa que el Gobierno”. Amén. Otros, como Llamazares, esperan dar una nueva oportunidad al diálogo.

El único problema acuciante que tienen en estos momentos PSOE y Zapatero es el de la legalización de Batasuna (o una franquicia) para las próximas elecciones municipales de mayo. Aunque la memoria pública es tan volátil como los vilanos y tan poderosos los pregoneros del Gobierno, esa fecha está demasiado cercana para poder afrontar con éxito la operación y sortear, así, con el menor riesgo posible la otra dificultad que han de manejar, la tendencia de voto de las encuestas. El juego con esos tiempos y el modo de hacerlo, cocinarlo y presentarlo a los comensales –a todos nosotros- es la única incógnita que, razonablemente, presenta el futuro al respecto de la materia. Porque sobre la materia misma, sobre la pieza y los ingredientes que se pretenden disponer y manipular no hay, a mi juicio, duda alguna.

No hay comentarios: