Xuan Xosé Sánchez Vicente: asturianista, profesor, político, escritor, poeta y ensayista. Articulista en la prensa asturiana, y tertuliano en los coloquios más democráticos. Biógrafo no autorizado de Abrilgüeyu
¿Imbéciles o qué?
Vale, casi mil muertos.
¿Imbéciles o lo qué?
OFICIANTES DEL RITO Y SUSTENTADORES DE FE

Eguiguren confiesa otra vez la verdad: llevamos siglos negociando con ETA

Otra vez "el diálogo por la paz" (Lo que afirmé en el 2007)


¿Qué ocurrirá en los próximos meses? Corramos el riesgo de realizar predicciones. Mi opinión es que no habrá rectificación de fondo por parte del Gobierno ni del PSOE. En lo sustancial, seguirán teniendo las puertas abiertas para un diálogo futuro (vía PSE, ERC, PNV, o cualquier otra) y más o menos inmediato, aunque, eso sí, otra vez, discreto. En cuanto al Pacto Antiterrorista, seguirá siendo letra muerta. Al margen ya del adanismo o arbitrismo de Zapatero y su entorno, la política tiene sus reglas. Y esas reglas no son el interés general, los ciudadanos, la ética o la moral, son, fundamentalmente, el triunfo de los propios y la derrota del adversario, en la pretensión, en el mejor de los casos, de que el triunfo de uno supone, per se, el triunfo del bien y, por tanto, de las mejores opciones para el común. Pero de cualquier manera, a tuerto o derecho, el triunfo de los propios y su cortejo subsiguiente de poder, empleo y beneficios.

El único problema acuciante que tienen en estos momentos PSOE y Zapatero es el de la legalización de Batasuna (o una franquicia) para las próximas elecciones municipales de mayo. Aunque la memoria pública es tan volátil como los vilanos y tan poderosos los pregoneros del Gobierno, esa fecha está demasiado cercana para poder afrontar con éxito la operación y sortear, así, con el menor riesgo posible la otra dificultad que han de manejar, la tendencia de voto de las encuestas. El juego con esos tiempos y el modo de hacerlo, cocinarlo y presentarlo a los comensales —a todos nosotros— es la única incógnita que, razonablemente, presenta el futuro al respecto de la materia. Porque sobre la materia misma, sobre la pieza y los ingredientes que se pretenden disponer y manipular no hay, a mi juicio, duda alguna.
El fin de ETA y lo que no nos cuentan. Un artículo de Melchor MIralles en El Confidencial
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Melchor Miralles |
Legalización de Bildu, PSOE

(del 08/01/2007)
[...] Pero, por otro lado, la autodenominada izquierda española se ha reducido fundamentalmente a poco más que un sentimiento de fratría, a una especie de representación emocional cuyos únicos parámetros objetivos son una cierta vivencia permanente del pasado (veraz o no, nada importa), la manifestación de hostilidad al PP (o a la derecha general del estado, no a toda la derecha) y la autoproclamación como de izquierdas (aunque los contenidos en la acción política de esa identificación sean ningunos o dispares). Desde ese punto de vista, pues, el mundo de Batasuna es para muchos su propio mundo, el mundo de la izquierda. Inaceptable en cuanto a su relación con la violencia, pero hermanible en cuanto que, como hijos pródigos, regresen a la casa común u hogar paterno. De ahí su decepción en cada ocasión que se niegan a reencontrarse con quienes los llaman, una y otra vez, con los brazos abiertos.
¿Qué ocurrirá en los próximos meses? Corramos el riesgo de realizar predicciones. Mi opinión es que no habrá rectificación de fondo por parte del Gobierno ni del PSOE. En lo sustancial, seguirán teniendo las puertas abiertas para un diálogo futuro (vía PSE, ERC, PNV, o cualquier otra) y más o menos inmediato, aunque, eso sí, otra vez, discreto. En cuanto al Pacto Antiterrorista, seguirá siendo letra muerta. Al margen ya del adanismo o arbitrismo de Zapatero y su entorno, la política tiene sus reglas. Y esas reglas no son el interés general, los ciudadanos, la ética o la moral, son, fundamentalmente, el triunfo de los propios y la derrota del adversario, en la pretensión, en el mejor de los casos, de que el triunfo de uno supone, per se, el triunfo del bien y, por tanto, de las mejores opciones para el común. Pero de cualquier manera, a tuerto o derecho, el triunfo de los propios y su cortejo subsiguiente de poder, empleo y beneficios.
Por tanto, lo que se propondrá será un nuevo acuerdo donde puedan entrar “todas” las fuerzas políticas, esto es, aquellas que en su día, no entraron en el actual Pacto Antiterrorista o que se opusieron a la Ley de Partidos porque rechazan la ilegalización de Batasuna: el PNV, IU, ERC, EA, etc. Algunos de ellos ni siquiera han esperado a que escampase para mostrar sus verdaderos pensamientos. Así Joan Ridao y Joan Tardá, diputados de ERC, y socios del PSOE en Madrid y Barcelona: “A lo largo de estos nueve meses ETA ha sido más generosa que el Gobierno”. Amén. Otros, como Llamazares, esperan dar una nueva oportunidad al diálogo.
El único problema acuciante que tienen en estos momentos PSOE y Zapatero es el de la legalización de Batasuna (o una franquicia) para las próximas elecciones municipales de mayo. Aunque la memoria pública es tan volátil como los vilanos y tan poderosos los pregoneros del Gobierno, esa fecha está demasiado cercana para poder afrontar con éxito la operación y sortear, así, con el menor riesgo posible la otra dificultad que han de manejar, la tendencia de voto de las encuestas. El juego con esos tiempos y el modo de hacerlo, cocinarlo y presentarlo a los comensales -a todos nosotros- es la única incógnita que, razonablemente, presenta el futuro al respecto de la materia. Porque sobre la materia misma, sobre la pieza y los ingredientes que se pretenden disponer y manipular no hay, a mi juicio, duda alguna.
¿Para qué necesitamos las actas de ETA?
(LA NUEVA ESPAÑA, 26/03/2006)
EUSKADI: SIN JUSTICIA Y LIBERTAD NO HAY PAZ (26/03/06)





¿Otra vez ETA? (IV)


EUSKADI: MIRAR DE FRENTE AL MAL Y VERLO SIN ENGAÑO (23/03/2008)
beber veneno por licor süave
El viernes 7 de marzo, el día del asesinato de Isaías Carrasco, hacia las diez y media de la noche un reportero de Onda Cero se acercaba a una de las personas que abandonaban la capilla ardiente y, en su intento de interrogatorio, provocó uno de los testimonios más elocuentes y más dramáticos de lo que es hoy la realidad de Euskadi. En efecto, durante algo más de cinco minutos el interrogado se movió entre la Scila de su renuncia a hablar por miedo a lo que le pudiese pasar a él y su familia y la Caribdis de sus obligaciones para con el muerto, conmilitón suyo. Al final, y poco a poco, como si le fuesen arrancando las entrañas con cada uno de los datos identificatorios que ante el micrófono iba emitiendo, confesó su filiación socialista, su estado de casado y con hijos, su condición de edil de Zarauz y, ya muy al final, su nombre. Dicho éste, reclamó comprensión por su prudencia y nos dijo, para que lo entendiésemos bien, que uno de los prebostes del bando de los terroristas, Joseba Permach, se le acercaba de vez en cuando para reírse de él por su miedo y por tener que andar con escolta. Las palabras finales del ya no anónimo concejal socialista tuvieron un carácter patético que aumentó nuestra conmiseración hacia él: mostró su ánimo a la familia de Carrasco, se jactó de que, pese a todo, no tenían miedo a ETA y sus compinches, presumió de que resistirían y de que nunca los vencerían.
Este panorama de una sociedad amedrentada aun en los más valientes (como este edil de Zarauz), acosada en el día a día y con los criminales y sus cómplices ocupando calles, plazas e instituciones, donde campan impunes y a sus anchas, con jactancia de su poder y desprecio absoluto hacia las víctimas, no es una novedad para quien quiera verla. Se ha ejemplarizado en el caso de Pilar Elías, en Azkoitia, que ha de convivir con los asesinos de su marido en actitud retadora diaria. Lo han visto quienes han tenido la ocasión de contemplar algunos reportajes televisivos en que se entrevistaba a sujetos del entorno batasuno: lo que caracteriza a la mayoría de las personas de ese mundo es una absoluta falta de empatía para con el dolor de los demás, el entendimiento de la muerte ajena como un acto de justicia, la insensibilidad más absoluta hacia el padecimiento; todo ello, además —muertes, dolor, padecimiento—, contemplado como un aséptico sumando de una cuenta que acabará produciendo réditos cuanto más se amplíe y explicado mediante un discurso que justifica el exterminio como una mera cuestión política (es decir, externa a los individuos y, por tanto, independiente de ellos) y cualquier violencia como una mera devolución de las otras muchas que el pueblo vasco habría padecido. En una palabra, con quienes se trata no es con sujetos ordinarios, sino con profesionales del encanallamiento, la insensibilidad y el pragmatismo más egotista. Fiar en ellos como congéneres humanos es como poner la confianza en la Gran Ramera de Babilonia. Esto es, ellos no son como nosotros, ni en sentimientos ni en valores. No entenderlo así imposibilita cualquier solución al problema y cualquier negociación.
Y, sin embargo, esa evidencia no se quiere ver por muchos o se ve solo en los momentos en que los crímenes están recientes, y luego, a los pocos meses, se olvida. Las razones son varias. Una de ellas es general: la sociedad contemporánea se niega a considerar la existencia del mal absoluto, con la sola excepción del nazismo (pero no se quiere ver esa cualidad en su parejo, el comunismo). Por otro lado, funciona como agregado emocional de autocomplacencia un principio que se podría enunciar en esta máxima: olvídate de la víctima, sobre todo si ya ha desaparecido, ten tu solidaridad y tu capacidad de perdón para con el infractor, porque, en el fondo, suponemos, algo habrá provocado la inhumanidad del delincuente, de cuya condición él no será enteramente responsable. Si a ello le añadimos el miedo al riesgo —del que queremos alejarnos sin saber muy bien el costo implícito que para nosotros tenga o aun el que conlleva de forma patente para otros— y el síndrome de Estocolmo entre los afectados o amenazados por el crimen, entenderemos por qué existe tal prurito para querer llegar a acuerdos con el enemigo y por qué nos negamos a ver a éste en su verdadera inhumanidad y crueldad.
Pero no es tan difícil. Lo han visto así muchas gentes del partido socialista y de su ámbito, que han huído del PSOE por su política para con el mundo de ETA, o que no han huido pero la critican espantados a diario, o que, horrorizados, callan y siguen en él por ese inexplicable patriotismo de partido que tan bien ejemplarizó en su día Fernando de los Ríos ante Azaña. Lo han visto, por ejemplo, Redondo, Pagazaurtundúa, Rosa Díez, Teo Uriarte, Gotzone Mora, Savater, los Múgica, Buesa y un largo etcétera. Ellos saben muy bien que el problema real de la lucha contra el monstruo no es que deje de haber muertos, sino que empiece a haber libertad, porque, sin libertad, no habrá paz; y que, por tanto, para que exista libertad en Euskadi, la Bestia no puede volver vencedora a sus casas, debe hacerlo derrotada, aunque después de establecida esa situación de derrota se pueda ser clemente con los derrotados. Porque si el fracaso del bando de los asesinos no se patentiza como un descalabro histórico, si vuelven a sus calles y pueblos con su organización y su prestigio sociales intactos, la imposición no cesará, aunque aparentemente las pistolas no estén presentes. Es más, es posible que una hipotética situación de acuerdo o pseudo paz sin derrota no sirviese más que para el asentamiento de una plataforma de poder desde la que establecer nuevos objetivos: sobre otras partes de España, sobre Francia, sobre la propia sociedad vasca, en todo caso.
Pero las dificultades para que la izquierda enfrente de un modo adecuado (es decir, de un modo no ilusorio o de falsa conciencia) el problema no se limitan a las que hemos señalado, existen otras que radican en lo más profundo de lo que es la emocionalidad constitutiva de ese bloque político-social. La no menor de ellas es su capacidad para fingir sobre el mundo, es decir, para crear sobre él un discurso que —no siendo más que eso, o, a lo sumo, una tentativa de aproximación, como toda teorización— se presenta como una descripción objetiva de evidencia apodíctica, y su disposición para, después de haber fingido tal discurso, creer a pies juntillas en él y actuar en consecuencia. ¿Recuerdan, por ejemplo, cómo se constituyó en fe el decir que las reacciones de determinados partidos nacionalistas se debían a la falta de diálogo de Aznar? ¿Han anotado ustedes una sola corrección de esa visión cuando la realidad ha demostrado que el comportamiento y los objetivos de esos partidos seguían siendo los mismos con Zapatero? ¿No recuerdan haber visto y oído miles de veces a sesudos analistas y políticos asegurarnos que ETA, después del atentado de Atocha, ya no podría volver a matar porque sabían de sobra que la sociedad no lo toleraría de ninguna manera? ¿Lo recuerdan? No hace falta ir muy lejos para tener testimonios de ello. Y lo peor es que, llevados de esa ficción argumental y del deseo de que la realidad fuese como sus sueños, muchos socialistas de Euskadi, en una actitud entre militante e infantil, llegaron a creerse los discursos y dejaron los escoltas, como el propio Isaías Carrasco o, en otro momento anterior, nuestro Juan Priede, de Vallemoru.
Hay otra cuestión aún más notable y que tiene una enorme gravedad moral y política: y es que una parte muy importante de los militantes de izquierdas se siente más cerca del mundo de Herri Batasuna que del Partido Popular (o de la derecha, simplemente). Entienden que, a fin de cuentas, esa gente es de izquierdas como ellos, se enmarca, en metáfora taxonómica, en su mismo género o especie; mientras que el PP y la derecha pertenecerían a otro mundo, no solo distinto, sino, siempre, abominable. Es esa una emocionalidad que cruzaba ya el ámbito de la izquierda en la segunda república y que, en alguna medida, tras un cierto amortiguamiento en los años ochenta, ha ido creciendo en los últimos tiempos. Y ese veneno no es solo teórico o discursivo. Pudieron ustedes verlo traslucirse en el rechazo de la hija y la familia del asesinado Isaías Carrasco a recibir el pésame de los dirigentes del PP.Traducido a términos reales, simpatizan más, ven como más natural, el llegar a acuerdos con los batasunos (de su misma especie, aunque temporalmente desviados o errados, pero convertibles) que con la derecha. Si a ello, además, se suma, como se sumó estos años atrás, la tentación de establecer una futura alianza con la nueva izquierda euskalduna, una vez pasada por el Jordán del llamado proceso de paz, completarán ustedes el panorama.
Así, pues, la resolución del problema vasco reside no solo en el encanallamiento mafioso de un bloque muy importante de su sociedad, sino en la falta de capacidad de una parte de la izquierda para aceptar la realidad de Euskadi tal como es, en su entero horror, y en la compleja urdimbre de emociones y valores que les hace preferible compartir territorio con lo que ellos entienden izquierda (pese a la ausencia de demócratas en una parte importante de ese territorio) a hacerlo con los demócratas, por los prejuicios irracionales que sobre la derecha tienen (y que ellos y sus medios de comunicación se encargan de alimentar y engrandecer hora tras hora).
Respecto al futuro, es seguro que va a volver a haber negociaciones con ETA, que, inevitablemente, volverán a ser en términos semejantes a los de la última vez. No hay más que acudir a las palabras de don José Luis Rodríguez Zapatero ante el Comité Federal del PSOE para comprobarlo.
¿Otra vez ETA? (III)


ENSUEÑOS DE ZAPATERO. REALIDADES DEL MUNDO (08/01/2007)“Quien quisiere ser dictador haría bien en aprender semántica”, manifestaba en las décadas centrales del siglo XX un afamado maestro de lingüistas, señalando, así, la importancia que para la manipulación de la opinión pública tiene la fraseología. Pues bien, uno de los elementos más destacados de la política española entre el 17 de mayo de 2005 y la fecha actual ha sido el de la invención, desde el Gobierno y el PSOE, de un vestido lingüístico que disfrazase la realidad, ya para ocultarla por completo, ya para hacer tolerable la percepción de la misma. El más notorio de esos artefactos ha sido la troquelación “proceso de paz”, que venía a sustituir lo innombrable: “diálogo o negociación con ETA y sus ramificaciones”, tan poco tranquilizador que ni siquiera las palabras usadas como conjuro en otras ocasiones por la propaganda zapaterina (“diálogo”, “negociación”) venían a servir aquí. Es evidente que el núcleo duro del narcótico venía envuelto en el término adyacente del sintagma, “paz”; pero es igualmente manifiesto que en el año y medio transcurrido desde entonces, y especialmente desde el 22/03/2006 —fecha de la corporeización del espíritu de ETA, a través del velador de un vídeo, encarnado en tres enmascarados, con la correspondiente cuota femenina, al gusto zapateresco—, el voquiblo “proceso” ha tenido una enorme fecundidad: sirvió, por ejemplo, para justificar la extorsión o la violencia callejera durante esos meses (puesto que era un “proceso”, no había que esperar el término durante el mismo); para explicar por qué no había entrega de las armas o por qué las exigencias de los etarras eran cada día más explícitas (ya se entendía que ello nada quería decir, puesto que era un “proceso”); excusar cuál era la razón de seguir negociando pese a todo y aunque no se cumpliesen las condiciones de ausencia de violencia de la declaración del Congreso de los Diputados (el “proceso” era un camino, no un fin, evidentemente). En su último servicio, de momento, el parto lingüístico ha servido para la construcción de un eructo semántico por parte del señor Rubalcaba, tras el atentado del día 30 de diciembre: el proceso –excretó- era tan proceso que “ni siquiera había comenzado”.
Ciertamente el arte de enmascaramiento no se limitó a la invención de troquelaciones lingüísticas. Se centró, muy especialmente, en la comparación, más o menos desfigurada, con lo realizado en anteriores momentos de la historia reciente (la tregua de ETA durante el segundo gobierno de Aznar), la sambenitación como enemigos de los discrepantes (especialmente el PP y la AVT), el silenciamiento de los numerosos críticos de entre las propias filas (Nicolás Redondo, por ejemplo, Rosa Díez, de entre los más notables), la negación de la evidencia (las instrucciones desde ministerio fiscal, por ejemplo, durante ese tiempo) y la propaganda machacona de una sola interpretación y de algunas consignas desde los numerosos altoparlantes afines. No vamos a entrar aquí en el análisis de estos elementos, los conoce el lector de la Nueva España de sobra. Baste con señalar uno para que resplandezca la evidencia, las palabras publicadas en la página 36 de este periódico el 03/01/2007: “Los magistrados deben adaptarse a la nueva realidad (tras el atentado), según Jueces para la Democracia”. ¿Cabe más explícita confesión de parte de que, hasta ahora, muchos jueces venían acomodando sus actos a la anterior y ficta realidad del “proceso de paz”?
Las palabras son un poderoso instrumento para la relación con los otros: seducirlos, convencerlos, persuadirlos, despistarlos, engañarlos, entretenerlos, atraerlos... Y en ese sentido, las acuñaciones fraseológicas, fruto de las maquinaciones ingeniosas de los gabinetes de imagen (a quienes muchos votan en realidad, pensando que es el líder al que eligen el autor de las ideas y las frases seductoras), tienen una enorme importancia. Pero, en todo caso, las palabras también nos traicionan: bajo su cendal engañoso es posible siempre ver el cuerpo que tratan de ocultar. Pongan bajo esa lupa las últimas expresiones de don José Luis Rodríguez: “He dado orden de suspender todas las iniciativas de diálogo”, “Con este atentado criminal y atroz ETA ha elegido el peor de los caminos”, “La energía y la determinación que tengo para alcanzar la paz es si cabe mucho mayor”, “Insistiré en la búsqueda del fin de la violencia y de la paz”. Ese no es solo su pensamiento, es su programa de futuro.
El 21/06/2006 publicaba en este diario un artículo titulado En manos de la Gran Ramera, donde, a la vista de los primeros pasos, y, tras manifestar que “parecería más bien que han sido los demócratas quienes se han acercado a los asesinos, y no éstos a nosotros”, proclamaba mi escepticismo sobre la negociación con ETA y los suyos, concluyendo: “En la sinceridad, en la voluntad, en la “bondad” y en la palabra de quienes tienen en su haber mil asesinatos, extorsiones, secuestros, torturas y, sobre todo, una absoluta insensibilidad hacia las víctimas, una total intolerancia hacia los derechos de los otros para ser distintos. Ahí ha puesto toda su confianza y su esperanza don José Luis, el converso de la plaza de toros de El Bibio. Ahí. Como ponerla en la Gran Ramera de Babilonia.”Pues bien, pese a que esa extrema dificultad era evidente para quien quisiera verla, especialmente dado el punto de partida, sin ninguna cesión de ETA; pese a que, a medida que el tiempo transcurría, las cosas iban a peor (aumento de la violencia y de las demandas, por un lado; reticencias a aceptar la evidencia, por otro), tengo que confesar que, de vez en cuando, me asaltaron dudas —como les habrá ocurrido a otros muchos ciudadanos a lo largo de estos meses—, ya no sobre mis deducciones, sino sobre mis percepciones. No es posible, me decía, que el gobierno sea tan ciego o necio para no ver lo que está pasando; no es concebible que tantos altavoces mediáticos y tantos corifeos e, incluso, tantas personas de buena voluntad que tienen una experiencia histórica sobre la cuestión, no vean lo que parece diáfano. Aquí tiene que haber alguna clave —me amonestaba—, algún compromiso secreto, que el gobierno y otros conocen y que permite hacer caso omiso de las señales de desastre.
Por desgracia no era así. Ocurría, una vez más, que se constataba la realidad que el Eclesiastés (I,15) enuncia: numerus stultorum infinitus; o, en términos más caritativos, que no existe peor ciego que el que no quiere ver. Lo asombroso de todo ello no es la sorpresa que la conducta de ETA y los suyos ha causado en el Gobierno o en Zapatero, un adanista arbitrista que desprecia la incapacidad de todos sus antecesores para arreglar los problemas de España, del mundo y hasta del pasado (por cierto, habría que averiguar cúyos fueron el cogote y la espalda que, en el escaño delantero a don José Luis, suscitaron tal vez sus ensoñaciones visionarias durante los muchos años en que permaneció mudo y rumiante en las Cortes). Lo que provoca más pasmo es la ingente cantidad de ciudadanos normales que se han manifestado sorprendidos y decepcionados por la conducta de ETA y Batasuna, algo así como si les hubiese traicionado un socio o amigo en quien hubiesen puesto toda su confianza.
Y es que ha sido concomitante con este episodio de nuestra vida pública un gravísimo problema que aqueja a la sociedad y a la política españolas desde hace tiempo, y que, en alguna medida, viene agravándose progresivamente. Ello es que una parte importante de la izquierda no reconoce legitimidad de existencia a la derecha. De la misma manera que durante la Segunda República (y ello explica, en parte, la resonancia de aquella época sobre nuestro presente), un núcleo importante de esos grupos políticos creen que la democracia es solo auténtica si ellos la ejercitan y que los conservadores son una presencia espurcísima en el sistema, en cuyos márgenes deben ser acorripiaos (así se entiende, por ejemplo, la anomalía de que, en la práctica, no exista más que un grupo de oposición en el Parlamento español). No hará falta aducir por qué esa forma de pensar y las conductas que de ahí se derivan constituyen un grave problema social y político para el conjunto del Estado en el futuro.
Pero, por otro lado, la autodenominada izquierda española se ha reducido fundamentalmente a poco más que un sentimiento de fratría, a una especie de representación emocional cuyos únicos parámetros objetivos son una cierta vivencia permanente del pasado (veraz o no, nada importa), la manifestación de hostilidad al PP (o a la derecha general del estado, no a toda la derecha) y la autoproclamación como de izquierdas (aunque los contenidos en la acción política de esa identificación sean ningunos o dispares). Desde ese punto de vista, pues, el mundo de Batasuna es para muchos su propio mundo, el mundo de la izquierda. Inaceptable en cuanto a su relación con la violencia, pero hermanible en cuanto que, como hijos pródigos, regresen a la casa común u hogar paterno. De ahí su decepción en cada ocasión que se niegan a reencontrarse con quienes los llaman, una y otra vez, con los brazos abiertos.¿Qué ocurrirá en los próximos meses? Corramos el riesgo de realizar predicciones. Mi opinión es que no habrá rectificación de fondo por parte del Gobierno ni del PSOE. En lo sustancial, seguirán teniendo las puertas abiertas para un diálogo futuro (vía PSE, ERC, PNV, o cualquier otra) y más o menos inmediato, aunque, eso sí, otra vez, discreto. En cuanto al Pacto Antiterrorista, seguirá siendo letra muerta. Al margen ya del adanismo o arbitrismo de Zapatero y su entorno, la política tiene sus reglas. Y esas reglas no son el interés general, los ciudadanos, la ética o la moral, son, fundamentalmente, el triunfo de los propios y la derrota del adversario, en la pretensión, en el mejor de los casos, de que el triunfo de uno supone, per se, el triunfo del bien y, por tanto, de las mejores opciones para el común. Pero de cualquier manera, a tuerto o derecho, el triunfo de los propios y su cortejo subsiguiente de poder, empleo y beneficios.
Por tanto, lo que se propondrá será un nuevo acuerdo donde puedan entrar “todas” las fuerzas políticas, esto es, aquellas que en su día, no entraron en el actual Pacto Antiterrorista o que se opusieron a la Ley de Partidos porque rechazan la ilegalización de Batasuna: el PNV, IU, ERC, EA, etc. Algunos de ellos ni siquiera han esperado a que escampase para mostrar sus verdaderos pensamientos. Así Joan Ridao y Joan Tardá, diputados de ERC, y socios del PSOE en Madrid y Barcelona: “A lo largo de estos nueve meses ETA ha sido más generosa que el Gobierno”. Amén. Otros, como Llamazares, esperan dar una nueva oportunidad al diálogo.El único problema acuciante que tienen en estos momentos PSOE y Zapatero es el de la legalización de Batasuna (o una franquicia) para las próximas elecciones municipales de mayo. Aunque la memoria pública es tan volátil como los vilanos y tan poderosos los pregoneros del Gobierno, esa fecha está demasiado cercana para poder afrontar con éxito la operación y sortear, así, con el menor riesgo posible la otra dificultad que han de manejar, la tendencia de voto de las encuestas. El juego con esos tiempos y el modo de hacerlo, cocinarlo y presentarlo a los comensales —a todos nosotros— es la única incógnita que, razonablemente, presenta el futuro al respecto de la materia. Porque sobre la materia misma, sobre la pieza y los ingredientes que se pretenden disponer y manipular no hay, a mi juicio, duda alguna.
¿Otra vez ETA? (II)


Concluyendo el mes de marzo, con motivo del pronunciamiento de ETA, analizábamos en estas mismas páginas los elementos sustanciales de la negociación, sus presupuestos (visibles o intuibles), los previsibles desarrollos de la misma, las hipótesis sobre las que cada parte negociaría. Señalábamos: a) que era una hipótesis verosímil el entender la aparición de los enmascarados como el término de un proceso de conversaciones y pactos; b) que, por la impresión que suscitaban las imágenes de los días 22 y 23 de marzo (vídeo de la banda, reacciones de los parlamentos y los gobiernos) en términos de gestualidad y emocionalidad, “parecería más bien que han sido los demócratas quienes se han acercado a los asesinos, y no éstos a nosotros” y que “no se puede llegar por menos a la conclusión de que han resultado plenamente vencedores los de ETA”; c) que el proceso y los resultados dependerían de las expectativas de cada una de las partes, así como, sobre todo, de lo que creyesen que el otro estaba dispuesto a ceder o de su ansiedad por llegar a acuerdos. El último de los elementos centrales del artículo, el relativo a qué sería una paz verdadera y qué una paz falsa, lo expondremos más adelante.
En estos poco más de dos meses las cosas parecen haber confirmado suficientemente las hipótesis y previsiones de aquel escrito marcial, en alguno de los casos en la peor de las direcciones, desde el punto de vista de muchas personas. En primer lugar, es ya incontrovertible que el proceso de negociación entre el PSOE y ETA (o Herri Batasuna, como lo prefieran) venía de largo, aunque lo negase el Gobierno. Es más, bajo esa luz adquieren plenamente su significado hechos y palabras (entre otros, la destitución de Fungairiño, el nombramiento del Alto Comisionado para las Víctimas, la pregunta de Otegi “¿pero de esto está enterado Conde Pumpido?”) cuya relación con el (pre)acuerdo se rechazó en su día. En segundo lugar, es indudable que los triunfadores hasta ahora en la caminada, quienes parecen dirigirla e imponer su ritmo, son HB-ETA, cada una de cuyas exigencias de calendario o exención de cumplimiento de la ley es secundada por el Gobierno.
¿Y cómo está el fondo de la cuestión? ¿Qué ha cedido cada una de las partes hasta ahora o qué presupuestos de negociación mantiene? Lo que ETA ha colocado sobre la mesa es que no mata y que han cesado casi por completo la extorsión y el saqueo. No ha entregado las armas ni ha manifestado su disposición a disolverse; mantiene sus demandas históricas: reconocimiento del derecho de autodeterminación, inclusión de Navarra en Euskadi, amnistía para los responsables de delitos y crímenes. El Gobierno ha aceptado como interlocutor legal (de hecho) a la organización terrorista y se muestra dispuesto a sentarse a “hablar” con ella sobre esas demandas políticas, aunque afirma que solo para denegarlas.Muchos españoles se hallan entusiasmados por la ruta puesta en marcha por Rodríguez Zapatero: por ser del PSOE, unos, y estar siempre dispuestos a tener como bueno lo que de su organización proceda, incluso en el caso de que no les guste plenamente lo que ven; muchos, seducidos por el reclamo “proceso de paz” y encerigolaos por la beatitud que encierra su promesa final, sin que se formulen pregunta alguna sobre los daños colaterales del mismo o la escoria que acompañe a su ganga; un número no poco considerable, porque quieren que les quiten de encima el problema como sea.
Otros, sin embargo, ven todo ello con reacciones que van de la rocea a la preocupación grave. En primer lugar, porque se ha elegido un modelo de negociación —pública y con charanga parlamentaria—, que, sobre inusual en estos casos, da todas las ventajas a ETA-HB. Después, porque el Gobierno y el PSOE vienen mintiendo y engañando de forma sistemática, saltando sus propias palabras y límites día tras día (“no ha habido negociación”, “no se negociará hasta que no se entreguen las armas”, “sería un error histórico tener prisa”), o con expresiones que parecen considerar imbéciles a los ciudadanos (“solo nos reuniremos con ellos para mirarlos a los ojos y que acepten la democracia”). No constituye vector menor de desasosiego el que el Presidente actúe de forma reiterada como un mentiroso impenitente o, si lo prefieren, de forma más piadosa, como un enfermo del síndrome de Korsakov. En todo caso, parece que es el Gobierno —y no la banda— quien se encuentra en un verdadero estado de ansiedad por llegar a acuerdos, tal vez porque es ese un ensueño compulsivo de Zapatero. Recordemos, al respecto, lo que en su día dijo un abogado etarra a uno de sus clientes carcelarios: “Tío, esta es nuestra oportunidad: este Zapatero está dispuesto a hacer lo que sea por pasar a la historia como el que trajo la paz”.
Están de un lado, pues, estas evidencias inquietantes. La seguridad casi absoluta también de que, antes de las próximas elecciones, Herri Batasuna volverá a estar legalizada, sin que ETA haya entregado las armas ni renunciado a la violencia, sino, más bien, habiéndose constituido en garante en la sombra del proceso. Para ver las cosas de otra manera, solo cabe recurrir a una profundísima fe, confiando en que la realidad sea exactamente lo contrario de lo que parece y amaga: enfotándose en que Zapatero lo tendrá todo controlado, que no pagará ningún precio político —como prometió, y pese a las apariencias— y que la banda, aunque parezca ir saliendo triunfadora, se limitará a entregarse atada de pies y manos al juego democrático.
Uno de los aspectos más preocupantes de todo esto es el de cuál será la realidad de la “paz”, en el supuesto de que todas las cosas saliesen al final como los más fieles o enfotaos dicen que saldrán. Un número no pequeño de ciudadanos (entre ellos muchos socialistas, como Redondo, Pagazaurtundúa, Rosa Díez o Teo Uriarte) vienen señalando con mayor alarma cada día que la paz no puede ser lo que han troquelado como “la paz de Azkoitia”, aquella situación, precisamente, de paz fascista que yo señalaba en mi artículo del 26 de marzo en estas páginas de La Nueva España (“Euskadi: Sin justicia y libertad no hay paz”): "En el supuesto de que el proceso llegue a su término, tendría que preocuparnos extremadamente la situación final de las calles de Euskadi. Porque no debería ocurrir que, establecida una situación de ausencia de asesinatos y extorsiones, el dominio de la plaza pública siguiese siendo de quienes la han conquistado en estos últimos años mediante la coacción, las delaciones, el chantaje, la chulería y las amenazas, ya que, de ser así, se consolidaría una situación de vencedores, los causantes del dolor y la muerte, y vencidos, sus víctimas. Sería inaceptable que el conflicto paradigmático que se da en Azkoitia, donde la ciudadana Pilar Elías tiene que convivir con el desafío cotidiano del asesino de su marido, se generalizase. No podría propiciarse una solución en que los asesinos, sin arrepentimiento ni petición de perdón, volviesen a sus pueblos como triunfadores, y se pavoneasen de ello frente a las víctimas. En esa situación, no habría libertad real en la sociedad vasca".
No conocemos si todo esto preocupa a Rodríguez Zapatero y los suyos; si, preocupándoles, han encontrado la forma de soslayarlo. Lo único que sabemos es que el Gobierno va lanzado como un misil hacia el término del proyecto, en la confianza ciega de que todo saldrá bien y de que se encontrarán siempre las fórmulas oportunas para sortear los obstáculos. Como si de un Jueves chestertoniano se tratase, que conociese al tiempo lo que desea la policía y lo que piensan los criminales, Zapatero está absolutamente convencido de que ETA-HB no ansía otra cosa que cesar en la violencia e integrarse como buenos chicos en el mundo democrático, y de que todas sus exigencias no son más que palabras.
En la sinceridad, en la voluntad, en la “bondad” y en la palabra de quienes tienen en su haber mil asesinatos, extorsiones, secuestros, torturas y, sobre todo, una absoluta insensibilidad hacia las víctimas, una total intolerancia hacia los derechos de los otros para ser distintos. Ahí ha puesto toda su confianza y su esperanza don José Luis, el converso de la plaza de toros de El Bibio. Ahí. Como ponerla en la Gran Ramera de Babilonia.
¿Otra vez ETA? (I)


En sí mismo, el reciente comunicado de ETA en que “declara un alto el fuego permanente” no contiene novedad sustancial alguna. Como desde hace veinte años, la banda reclama la posibilidad de incorporar territorios del sur de Francia y Navarra, el derecho de autodeterminación (esto es, de separarse de España) para Euskadi, la excarcelación de los presos y el cese de las actuaciones de la policía y la justicia contra sus crímenes. Es exactamente lo mismo que, a lo largo de dos décadas, han considerado como inaceptable todos los Gobiernos de España que han tratado de abrir un camino hacia el cese del terrorismo.
Es cierto que, a partir de ahí, cabe realizar exégesis de las palabras o desentrañamientos de todo tipo. Se puede uno quedar —como ha pedido el tan especial Iñaki Anasagasti— solo con la palabra “permanente” y desechar el resto del texto. Podría, de otro lado, el lector alarmarse ante el anuncio de que se quiere abrir ahora un “proceso democrático” que “contemple los derechos como pueblo de Euskal Herría”, porque si —–según implican esos sintagmas— ahora no existe democracia en el País Vasco y si el Estatuto no recoge, con una amplitud escasamente comparable en muchos estados federales, una amplia autonomía en él, ¿qué es exactamente los que están diciendo los enmascarados y aquellos a quienes representan?
Así, pues, la literalidad del texto no contiene ningún motivo racional para calificar el miércoles 22 como “día histórico” ni para mostrar la algazara con que la periferia mediática del PSOE ha saludado el acontecimiento. Mucho menos para un gesto tan obsceno como el del alcalde de Donosti, Odón Elorza, brindando con eutrapelia y cava junto a otros conmilitones. En ese sentido, las prudentes manifestaciones de Rodríguez Zapatero anunciando un proceso “largo y difícil”, la expresión de su voluntad de información y entendimiento con el PP, su misma contención gestual, han sido ejemplares, como lo han sido las de Mariano Rajoy, y contrastan con la hueca alharaca propagandística del presidente de nuestra comunidad autónoma o con las navajeras palabras de cierto miserable, socio y sostén habitual del PSOE en el principal ayuntamiento de Asturies.
De ese modo, y de atenerse estrictamente a los términos del miércoles 22 o a su ampliación del día 23, parecería más bien que han sido los demócratas quienes se han acercado a los asesinos, y no éstos a nosotros. Es más, cuando se contemplan las escenas y escenarios desde el punto de vista estricto de la gestualidad y la teatralización no se puede llegar por menos a la conclusión de que han resultado plenamente vencedores los de ETA, pues un comunicado que nada promete ni asegura, presentado por tres encapuchados en una estampa de una tan repugnante como pioyosa estética, ha suscitado la conmoción y la solemnidad en el Parlamento español, la comparecencia pomposa de todo el Gobierno vasco, con su lehendakari al frente, y la agitación en los medios de comunicación: mayor desproporción entre causa y efectos, disimetría tan absoluta entre escenarios es difícil imaginarla.
Ahora bien, es evidente que existen claves hermenéuticas para dar al texto un significado pragmático distinto. Esas claves se basan en la evidencia de que el Gobierno del PSOE y ETA y su mundo llevan ya dos años, al menos, negociando, y que determinados actos y palabras a las que venimos asistiendo en los últimos tiempos (el acuerdo de las Cortes proclamando la disposición a negociar con ETA, determinadas actuaciones o inacciones de Conde-Pumpido, manifestaciones de Patxi López o Eguiguren, explicitaciones de Carod-Rovira o ERC, los silencios de Rodríguez Zapatero sobre la violencia o sus consideraciones acerca de los derechos de HB) responden a los acuerdos que se van produciendo en esa negociación. En consecuencia, desde esa perspectiva, el manifiesto ha de entenderse como un momento de ese proceso, que ha de tener ya unos objetivos y unos pasos más o menos perfilados.
Por tanto, de ser ello así, y es seguro que lo es, las preguntas han de desplazarse desde el manifiesto del día 22 a aquello que supuestamente está acordado o sobre lo que previsiblemente existe un marco de entendimiento, pues es ahí donde adquieren su significado real los términos del comunicado. A ese respecto, la cuestión es una sola: ¿las exigencias del comunicado responden a aquello que el mundo del nacionalismo vasco espera obtener al final del proceso o las sostiene sabiendo que serán imposibles de lograr en todo o en parte?
A nuestro entender, ello tiene que ver con tres vectores: el “ablandamiento” previo de las partes negociadoras (PSOE-Gobierno / ETA- HB); la percepción que de ese ablandamiento o cesión de las posturas históricas de cada uno tenga la parte contraria (es decir, de la habilidad respectiva para ocultar sus debilidades o aguantar sus faroles); la hipótesis que cada una de las fuerzas negociadoras haya construido sobre la capacidad de resistencia que, frente a las exigencias su propio entorno, pueda tener el otro. En términos concretos, ¿tiene la voluntad el conglomerado ETA-HB de renunciar a la autodeterminación y a la incorporación de otros territorios a la actual Euskadi —o al derecho a ello— porque está muy débil, o, en contrario, son el Gobierno y el PSOE los que están dispuestos a caminar en esa dirección porque desean una solución a cualquier precio? En relación a otros elementos que podrían entrar en la negociación, es casi seguro que existen ya preacuerdos sobre acercamiento de presos y medidas de gracia, derogación de la ley de partidos y legalización de Batasuna. No es disparatado, asimismo, suponer que se ha hablado de medidas pecuniarias para dar estabilidad económica a los componentes de la banda en el caso de su disolución.
¿Es verosímil que todo esto vaya adelante? Para empezar, debemos suponer que la voluntad negociadora de ETA, aun con objetivos inaceptables, es sincera, y que no se trata de una mera estratagema para ganar tiempo y posiciones. En ese sentido, la experiencia de las dos treguas anteriores y especialmente de la última, la llamada desde el inicio por Mayor Oreja “tregua trampa”, no invita al optimismo. Pero incluso concediendo la veracidad de esa voluntad manifestada, es claro que las dificultades son enormes, no solo por lo innegociable de algunas demandas, sino porque, en cualquier momento, una fracción de la banda (y no es seguro siquiera que, en estos instantes, se esté tratando con un grupo unánime, lo que, de ser así, acercaría al PSOE al desastre) puede desgajarse y seguir su propio rumbo. En todo caso, es previsible que los terroristas tengan la decisión de convertirse en vigilantes del proceso y garantes de los acuerdos, con lo que, verosímilmente, todas las concesiones que el Gobierno pudiera ir dispensando se realizarían sin la única contrapartida que merece la pena por parte del mundo etarra, su disolución como grupo armado. No debe olvidarse tampoco que, de otro lado, según el diálogo avance sin que se produzca la desaparición de ETA, el Gobierno se irá haciendo más débil e irá disminuyendo su capacidad de presión, no solo porque vaya entregando bazas negociadoras sin compensaciones, sino en cuanto que su fracaso político sería mayor si el proceso no llegase a buen término, y en esa medida, resultaría más fácil para el entorno etarra explotar su ansiedad y su debilidad.
Otro punto de vista, el relativo a las víctimas, adquiere una especialísima significación en este momento, hasta el punto de convertirse en la piedra de toque más importante para verificar y contrastar posturas, caracteres y principios. He de explicar, por cierto, que bajo ese concepto, el de “víctimas”, no me refiero ahora principalmente a los familiares de ellos, sino a los muertos o a los mutilados por ETA.
Se ha definido al hombre, a la especie humana, de muchas maneras para señalar su disparidad con otros semovientes. “Animal de ciudad y de sociedad (y no de campo)”, “animal que posee lenguaje / pensamiento” lo ha llamado Artistóteles; “la especie que se hace preguntas” era el concepto manejado por José Antonio Marina en la Nueva España hace pocos días. A mi entender, lo que nos diferencia fundamentalmente de los animales es que el mundo no nace y muere para cada uno de nosotros con nuestro despertar o nuestro sueño, sino que, por el contrario, el pasado sigue viviendo en nuestra memoria y esa realidad, junto con el presente, es capaz de proyectar nuestros actos y esperanzas hacia el futuro. Es esa continuidad la que nos hace humanos y explica nuestras formas de convivencia y de nuestra previsión del futuro; la que constituye el sustrato último de la política, de la familia, de la religión, del culto a los muertos, de la ética: de la sociedad, en una palabra. Y es esa obligación, la de la memoria, la principal que tenemos para con las víctimas, no, como parece insinuarse de forma reiterada y canallesca en los últimos tiempos, la de darles más dinero o pasarles la mano por el hombro con más entusiasmo o dedicación.
Porque cada uno de los ciudadanos que ha caído asesinado lo ha sido con la finalidad de convertirlo en moneda de cambio, en carne trémula y sangrante puesta en el platillo de la balanza para excitar nuestro terror, nuestro horror, nuestra rendición, a fin de poder conseguir los terroristas sus objetivos políticos. Conceder ahora esos objetivos en la negociación sería una traición hacia cada uno de los asesinados, una banalización de su dolor y del significado de sus vidas: ¿Porque cuál sería el sentido de su muerte, si se podía haber entregado hace mucho aquello por lo que murieron? O, peor aún, ¿qué profanación de sus personas no sería la de aceptar que es la suma de sus vidas y su dolor la que, suficientemente acumulada, ha constituido el arma con la que los asesinos nos obligan a rendirnos y, al tiempo, al hacerlo, aceptando así su enajenación, a aniquilar el sentido de la vida y la muerte de los asesinados? Si eso ocurriera, no habría justicia, y si no hay justicia, no habrá paz que merezca tal nombre.
Finalmente, y en el supuesto de que el proceso llegue a su término, tendría que preocuparnos extremadamente la situación final de las calles de Euskadi. Porque no debería ocurrir que, establecida una situación de ausencia de asesinatos y extorsiones, el dominio de la plaza pública siguiese siendo de quienes la han conquistado en estos últimos años mediante la coacción, las delaciones, el chantaje, la chulería y las amenazas, ya que, de ser así, se consolidaría una situación de vencedores, los causantes del dolor y la muerte, y vencidos, sus víctimas. Sería inaceptable que el conflicto paradigmático que se da en Azkoitia, donde la ciudadana Pilar Elías tiene que convivir con el desafío cotidiano del asesino de su marido, se generalizase. No podría propiciarse una solución en que los asesinos, sin arrepentimiento ni petición de perdón, volviesen a sus pueblos como triunfadores, y se pavoneasen de ello frente a las víctimas. En esa situación, no habría libertad real en la sociedad vasca.
En una palabra, y aun poniéndonos en la mejor de las expectativas (en la más zapaterina o panglossiana de ellas), nunca habrá paz en Euskadi si no se dan al mismo tiempo la justicia, es decir, el pago de los crímenes, y la libertad, esto es, el que los asesinos, una vez egresados, no se enseñoreen de las calles, coartando, con la continuidad del monopolio de la violencia, la libertad de los demás.