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¿Está cobrando Artur Mas las humillaciones pasadas?

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A principios del 2003, el señor Zapatero transmitió en persona, y en el propio palacio de la Generalitat, al Conseller en Cap, señor Artur Mas, la promesa de que Cataluña y Euskadi tendrían más capacidad de autogobierno.
 El 21 de enero de 2006, el Presidente del Gobierno de España, José Luis Rodríguez Zapatero y el jefe de la oposición de Cataluña, Artur Mas, se encerraron toda una tarde en La Moncloa y, tras fumar un montón de paquetes de tabaco, llegaron a un preacuerdo sobre la definición de Cataluña en el nuevo Estatuto y sobre el modelo de financiación.
            Con posterioridad, el Tribunal Constitucional vertió agua en el vino de las promesas y libaciones de Rodríguez Zapatero y Artur Mas.
            Para Artur Mas aquello hubo de ser una tomadura de pelo y una humillación personal. Algo de eso, sin duda, ha de pesar en su actitud y sus decisiones actuales (al margen de sus razones ideológicas, emocionales o estratégicas).
            Y, para rematarlo, viene a "Madrid" a pedir un concierto económico a Mariano Rajoy y le dicen otra vez que no.
           Al margen de otras cosas y de otras razones, en lo personal, Artur Mas ha de ser una ser buscando resarcirse de tanta humillación.

¡QUÉ TROPA!

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                La Comunidad de Madrid acaba de anunciar que pondrá en marcha un nuevo castigo a los bolsillos de los que menos tienen, la exacción de un euro por receta. Es cierto que dicho abuso tiene determinadas limitaciones, tanto en el total anual extraíble de los bolsillos individuales (no familiares, personales), como en la exención de la gabela para las rentas en el límite de la miseria y para una escasa tipología de enfermos; pero todo ello no elimina el carácter radicalmente injusto y abusivo de la medida, sobre todo porque carga especialmente sobre los jubilados (que suelen requerir más medicinas) y sobre los enfermos de tratamientos múltiples.
                Pero es que, además, ello va unido al mantenimiento de la cancelación de dos tributos que pesan fundamentalmente sobre las rentas altas, el de patrimonio (suspendida su aplicación desde que el Gobierno Zapatero, que lo había liquidado, volvió a recuperarlo en 2011) y el de sucesiones (eliminado por doña Esperanza en 2005). Es cierto que ambos impuestos representan una segunda carga impositiva sobre bienes que ya han tributado y que el de sucesiones conlleva problemas en la transmisión de la empresa familiar y es muy injusto por debajo de ciertos límites, como se ha venido aplicando generalmente en la mayoría de España. Pero no es menos cierto que la eliminación de ambos tributos, sin más, ha provocado graves problemas de competencia recaudatoria y distorsiones fiscales entre comunidades autónomas, al radicarse en Madrid, por esa razón, muchos sujetos tributarios. Con todo, no es menos cierto que la recuperación de esos dos impuestos —que vendrían a representar, se estima, unos 3.000 millones de euros— evitaría la injustísima medida del euro por receta.
                (Por cierto, ¿y quién piensa en los farmacéuticos, convertidos en recaudadores y gestores obligatorios del impuesto a pensionistas de Rajoy y, ahora, del de Ignacio González o, en Cataluña, del de Artur Mas? ¿No es ello un abuso flagrante?)
                Pero, a mayor abundamiento, la decisión se presenta bajo una no disimulada capa de cinismo. En efecto, decir que es una «medida no recaudatoria, sino meramente disuasoria», porque supone confiscar «apenas 83 millones» se hace al margen de la realidad. Por solo fijarnos en el dinero, apuntamos que Asturies, sumándose a la central estatal de compras de fármacos, piensa recortar «solo 20 millones»; que Murcia, imponiendo para el 2013 el «céntimo sanitario», espera recaudar «solo 25 millones»; que La Rioja lleva varios años intentando eliminar el peaje de la AP-68 y que para ello, pese a las promesas, el Estado no dispone de los «solos 2 millones» que representa la medida. ¡Qué tropa!
                En Cataluña, la Junta Electoral Central ha decidido prohibir una campaña institucional de CiU-Generalitat para pedir el voto. Más por razones formales de incumplimiento de la ley que por su contenido, escandalosa, patente y flagrantemente partidista. Los responsables de la Generalitat (con Mas y Homs a la cabeza) se han quejado de la «escasa calidad democrática de España» y de que «la ley española primase sobre la de Cataluña». ¡Qué escándalo de manipulación social y de despilfarro del dinero público! ¡Qué tropa!
                Y allí mismo, en el otro Principado, en el que no es Principáu, sino Principat, el PSOE apoya «el derecho a decidir para Cataluña» en el marco de un estado federal. Ya ven ustedes qué «estado federal»: los catalanes —y supongo que los vascos— con derecho a decidir. ¿Y ustedes, los asturianos y los demás españoles? A esos que les den, que les den el trato que merecen, en opinión del PSOE, de ciudadanos de segunda. Ese es el estado federal real para los fenómenos de Rubalcaba, Griñán  y Javier Fernández. ¡Qué tropa!
                Pasa por delante de mi despacho, de la que esto escribo, a primeras horas de la mañana del luctuoso día de Todos los Santos, mi trasgu particular, Abrilgüeyu. Se desliza silencioso hacia su cubículo y sobrepasa la puerta de mi despacho. Pero, después, lo piensa mejor, se da la vuelta y se planta en el umbral. Viene halogüinesco: en vez de montera, una calabaza hueca con vela alumbrante dentro; en lugar de su capa roja, una armazón de lo que parecen huesos de santo, alguno de ellos mordisqueado y pintarrajeado de carmín; de su boca trasciende un inconfundible olor a sidra.
                —¡Atrévete a decir tropa de qué! ¡Átrévete! —Y se va levantando la calabaza a guisa de saludo.
                La verdad es que no me atrevo. Me lo impiden la educación con que me han adiestrado desde mi más tierna infancia y, por qué no decirlo, el Código Penal.

¿RENOVACIÓN DEL PSOE O DE SUS VOTANTES?

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                El nuevo desastre electoral del PSOE, esta vez en Galicia y en Euskadi, ha hecho que muchos analistas se pregunten por su inmediato futuro y por su porvenir. Y ello por tres razones, la primera porque es y sigue siendo un partido capaz de formar mayorías o de articularlas en todo el Estado; la segunda porque constituye, junto con el PP, el único partido que, con posibilidad de gobernar, aparecía, hasta ahora al menos, como una formación del conjunto de España; la tercera porque, de hecho, y pese a algunas proclamas ocasionales, se ha venido comportando como un partido de centro o, si se prefiere, estabilizador o del sistema.
Los votantes que han causado defección en sus filas lo han hecho en tres direcciones: hacia el PP (en número limitado, poco más de 700.000 en las últimas generales), hacia la abstención, en la más amplia mayoría, hacia opciones radicales o nacionalistas (en Euskadi y Galicia, en este caso). Las que se han señalado como causas de esa deserción de confianza han sido varias y contradictorias: su excesivo nacionalismo en Cataluña y Galicia y, a la par, su escaso entusiasmo por él; el que diga cosas distintas en cada sitio y el que haya abandonado su esencia obrera, unitaria e igualitaria a favor de políticas minoritarias y «vanguardistas»; que no haya profundizado lo suficiente en este ámbito; que se haya vendido al capitalismo y a los bancos; la «herencia de Zapatero». Un ejemplo individual lo encontramos en Félix de Azúa, quien el 21 de enero de este año manifestaba a La Nueva España que «El PSOE, a menos que se produzca un cambio brutal y podamos volver a votarlo, nunca más va a regresar al poder». Y señalaba que el PSOE ha abandonado todos los principios —éticos, políticos, estéticos y morales—  que lo caracterizaban como un partido de izquierdas y serio, es más «los había traicionado».
No vamos a analizar la coherencia de esos argumentos con la realidad. Solo señalar que fueron los gobiernos de Zapatero los que suscitaron el entusiasmo popular durante ocho años, así que invita a la meditación el pensar cómo lo que provocó el éxtasis pueda ser la causa de la desafección posterior.
Pero quizás un punto de vista más acertado para entender el proceso sea indagar en el tipo de personas que suelen constituirse en votantes del PSOE. El núcleo fundamental de los mismos lo constituyen aquellos para quienes las siglas son su única iglesia, a tuerto a derecho, y sean cuales sean las políticas del PSOE. Un segundo amplísimo grupo lo constituyen quienes aúnan el rencor por la memoria de la guerra civil y el franquismo (vivida o aprendida en las narraciones de los mayores), la consideración de la derecha como la encarnación del mal y, por tanto, como el enemigo permanente, la visión de los empresarios como explotadores y un anticlericalismo más o menos militante. En el tercero se agrupan aquellos que podríamos etiquetar como los del «por qué me quieres, Andrés», los que entienden que el socialismo constituye, sobremanera, reparto, en especial si se «quita» a los ricos y a los poderosos. Naturalmente, son las tres variables que se reparten en mayor o menor medida en los individuos, aunque formen acúmulos estadísticamente cuantificables. A ello ha de sumarse un discurso generalizado que busca la igualdad y la justicia, aunque, con frecuencia, no actúa en meridad de altruismo, sino que encubre otras pulsiones o voluntades.
De este tipo de votantes es fácil que los del segundo grupo abandonen la referencia socialista cuando el PSOE aparece como demasiado «centrado»; los del tercer grupo, cuando ya no hay «daqué» y llegan las políticas de austeridad.
Es evidente que, en el futuro, la desafección y el cansancio que el tiempo irá trayendo con respecto al PP, la mala conciencia de los fieles de la iglesia socialista por haber permitido que gobernase la derecha y un discurso que les haga creer que escuchan lo que quieren oír en cuanto parezca atisbarse la posibilidad de volver al poder concitarán otra vez en torno a sus filas a los suyos. Ahora bien, el problema va más allá.
Como la mayoría de los partidos —no todos— de la izquierda democrática europea, el discurso del PSOE sobre la realidad del mundo y las soluciones que para corregirla daba se basaba sobre una análisis que nunca había sido cierto y, por lo tanto, proponía unas recetas que nunca habrían sido certeras. En las últimas décadas las realidades de que se hablaba se habían evaporado por completo y lo que se decía sobre el mundo era como el eco de un eco. Ahora bien, esa evanescencia daba la impresión de que funcionaba por dos razones: la primera porque existía un numeroso grupo de seres humanos a los que se había instruido desde su juventud en que esa era la única sólida realidad, y, de ese modo, las palabras que convocaban ese constructo ficto suscitaban la adhesión (capitalismo, mercados, bancos, empresarios, explotación…) incondicional hacia quienes las pronunciaban. La segunda, y principal, porque la existencia de un potente capitalismo de estado (propiciado, por cierto, por las dos sucesivas dictaduras españolas: ENSIDESA, CAMPSA, HUNOSA, INI, TABACALERA…), una moneda propia y un ámbito económico nacionales, posibilitaban manipular los precios, trasladar costos al futuro, empobrecer ocasionalmente a todos sin gran dolor, entregar parte de la riqueza del conjunto de los españoles a los favorecidos con el trabajo en las empresas públicas o en la administración, etc. Pero es evidente que nuestro marco económico —globalización mercantil y financiera, moneda europea, transferencia de soberanía a ámbitos supranacionales— ya no permite todo eso.
         El problema es que muchos de los que piden la renovación del partido de Pablo Iglesias, piden precisamente eso: que vuelva lo que ya no puede ser y aun lo que nunca pudo haber sido.

Cómo fue lo de Cataluña: ¿qué es "federalismo" para el PSOE?

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Sigo equí publicando dellos artículos de los que, dende la decisión de 2033, del PSOE de defender el "federalismu asimétricu" pa Cataluña en detrimentu de los asturianos, asoleyé na Nueva España. Esti ye del 22/08/2004.



QUIÉN TIENE LA SARTÉN POR EL MANGO (A PROPÓSITO DE LAS REFORMAS ESTATUTARIAS) (22/08/2004)

            Asistimos estos meses en toda España a discusiones sobre el derecho de cada comunidad autónoma a ser llamada “nacionalidad”, “comunidad histórica” u otros términos semejantes, en relación con las futuras reformas estatutarias que PSOE y otros partidos impulsan. Dichas discusiones son, a veces, eruditas; apasionadas, en muchas ocasiones; absolutamente ingenuas, casi siempre. Porque lo que está en discusión no es si Pelayo es anterior a Wifredo el Velloso o si el Reino de Asturies es “más” que el Condado de Cataluña, en relación a derechos de origen. Todo eso es absolutamente indiferente y solo desde la más absoluta inocencia (o mala conciencia) se puede pensar que es ese el fondo de la cuestión.
            Desde 1980, una parte importante de las organizaciones políticas catalanas y vascas vienen manifestando su desacuerdo con la actual estructura del Estado y requiriendo un estatus diferente: parte de ellos, los independentistas, quieren dejar de ser españoles; otra, los arreblagantes, desean estar con un pie dentro y otro fuera, y por eso demandan un estatuto diferente que los coloque definitivamente en esa situación, pero, en todo caso, “por encima” del resto de las autonomías (o nacionalidades, al gusto del lector). Existen, asimismo, otros partidos y comunidades —aquí no citadas— donde se tienen pretensiones semejantes; pero su voluntad es irrelevante. Lo que hace relevante la voluntad de vascos y catalanes es que: a) una parte de su sociedad así lo demanda y ello se traduce en el voto a partidos o facciones de partidos que vehiculan esa demanda y la convierten en el eje de su política, b) los votos de esos partidos en Madrid gozan de coyunturas oportunas para condicionar el Gobierno central. Esto es lo que ha venido ocurriendo en el caso de Cataluña (primero con CiU, ahora con la facción maragalliana del PSOE). En el caso de Euskadi su capacidad de presión proviene de fuentes distintas: de la presencia del crimen como sustrato importante de la actividad política; de la ocupación de la sociedad por el PNV, que se ha convertido en el PRI vasco, y su permanencia en el gobierno desde la desaparición de la dictadura.
            De modo que lo que realmente está en discusión hoy no es quién ha sido en el pasado, sino quién es en el presente y, por tanto, quién tiene la capacidad de decidir cómo va a ser en el futuro. Es decir, quién tiene la sartén por el mango (o, en términos más explícitos y vulgares, quién tiene agarrado al que manda por sus partes sensibles). Lo que opinen los que no tienen esa capacidad de presión o lo que hayan sido sus respectivas historias es, al efecto, absolutamente evanescente.
            Si la discusión de los términos “nacionalidad” y “región” tiene, con respecto a la materia, alguna importancia es porque el artículo 2º de la Constitución cita esos dos vocablos, sin especificar qué comunidades son unas u otras y cuáles son los contenidos reales (financieros, políticos) de esa distinción. Una reforma estatutaria “arreblagante” y discriminatoria podría basar en ese texto, aunque fuese trayendo las razones por los pelos, su justificación, sin necesidad —subrayémoslo— de modificar la Constitución. De ahí que, en el caso de Cataluña y el PSOE, las palabras sean vitales: permitirían modificar sustancialmente la Constitución y establecer diferencias entre ciudadanos, sin que lo pareciese. El caso de Euskadi es diferente: en lo jurídico tendría su base, para un episodio arreblagante, en la disposición adicional primera de la Constitución, mientras que, en lo político, entre otras cosas, no necesita tener “miramientos” con ninguna organización de ámbito estatal.
            En todo este proceso de discusión, el papel del PSOE y del PP en Asturies es realmente ejemplar. Ambos son partidos centralistas (constitutiva y visceralmente centralistas), han apoyado siempre las reformas tendentes a reducir la autonomía asturiana y han votado en contra de cualquier pretensión diferenciadora (por ejemplo, en la reforma de 1998, han votado en contra de la propuesta del PAS de que Asturies fuese denominada “nacionalidad” o de que pudiera convocar elecciones cuando quisiese). En el caso del PSOE, además, ha apoyado siempre las pretensiones arreblagantes de Maragall y ha suscrito la Declaración de Santillana —que para eso fue redactada—. Que a unos, ahora, al PP, les haya entrado un virus pelayista, y que otros, el PSOE, pongan cara de dignidad y digan que no admitirán estatutos con diferencias, es, por una parte, hilarante y, por otra, una absoluta mentira y una burla sangrante: eso es lo que han venido, hasta hoy, abonando, propiciando y sosteniendo.
            Pero es que, sobre todo, ellos saben de sobra, como perrinos fieles que son de sus respectivos dueños, que cuando su señor se lo mande, pasarán por donde tengan que pasar y se conformarán con las sobras de la comida que el amo tenga a bien echarles. Y eso, el fingimiento de su capacidad para ser algo más que lo que les dejen ser, es la mayor mentira que, desde siempre, y especialmente en este tema, vienen contando a los asturianos.

            De modo que los asturianos, en esti marabayu de reformas estatutarias y constitucionales, tendremos no el reflejo de lo que ha sido nuestra historia en el pasado ni la imagen de lo que somos o creemos ser en el presente, sino lo que, en el conjunto de la política española, representa el saldo de lo que hemos querido valer hasta ahora con nuestros votos: nada.

TAMBIÉN PREOCUPANTES Y DOLOROSAS

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                El panorama parece enteramente ocupado por la situación económica (con su fundamental de nuestra estructura productiva y su coadyuvante de la financiación y la deuda) y por el independentismo catalán, pero hay otros muchos aspectos de la realidad que, siendo de menor resonancia o alcance,  son importantes, por preocupantes, significativos o dolorosos; a veces, por cómicos.
                Preocupante es, por ejemplo, la decisión de Dolores de Cospedal de quitar el sueldo a los parlamentarios de Castilla-La Mancha. He citado en ocasiones a san Pablo («el obrero es merecedor de su salario») o a periodistas de comienzos del XX (Adeflor) para señalar que si quien no tiene riquezas no cobra por su trabajo en la política, esta queda solo en manos de los señoritos. Vayamos más allá: si los parlamentarios no cobran en la cospedaliana comunidad no puede haber entonces control del Gobierno de la doña. Y, una de dos, o es que la doña no quiere que controlen su acción de gobierno o gasto o es que cree que el parlamento no vale para nada porque para nada valen gobierno y autonomía. En ese caso, lo honrado es que devuelva las competencias y disuelva la institución.
                Hacia poniente, el presidente de la comunidad extremeña, el señor Monago, vino estos días a añadir una pieza más en la exhibición de torpeza y de falta de finura democrática de una parte importante de la derecha española. Comparar el hipotético referéndum de Cataluña sobre la soberanía con otro que él pudiere realizar para «declarar oficial el traje de lagarterana» es de una tal tosquedad intelectual, manifiesta una tamaña falta de sensibilidad hacia las emociones de los demás, que tal parece que el señor Monago estuviese actuando con la única finalidad de atizar aún más las pasiones de aquel territorio.
                No hablemos únicamente de los políticos, hablemos de las instituciones. ¿Qué les parece a ustedes que el FMI, que viene reclamando desde hace años una política de austeridad y recortes para España y otros países, proclame ahora que los recortes y la falta de inversión ponen en peligro la recuperación económica? ¿Les parece de alguna seriedad? ¿No habría que unvialos a tostar guiaes, como dice nuestra expresión? Al menos, lancémosles aquel «¿por qué no te callas?» real. Pero menos serias son aún las estimaciones que, una y otra vez, se realizan sobre los asistentes a las manifestaciones. Por solo poner un ejemplo: se anunciaba el otro día una concurrencia multitudinaria (de 10.000 o 15.000 personas) en Avilés a una manifestación en pro de la reindustrialización. Pues bien, miren ustedes la fotografía del avilesino Parche con los allí reunidos al final del paseo: son unos escasos cientos. ¡Un poco de respeto, señores!
                O hablemos, mejor, de nosotros mismos, de nuestros conciudadanos. El 20 de noviembre de 2011, el 44,62% de los votantes entregaban su voto al PP; nueve meses después, en el Barómetro de septiembre del CIS, solo un 28,5% «recordaba» haberlo hecho. Según he dicho muchas veces, la democracia se basa en la irresponsabilidad absoluta de los votantes, no porque acierten o no al votar aquello que deseen, sino porque se desentienden a continuación de sus actos, hasta el punto de venir a decir, con su olvido, «que ellos no han sido».
                Pero para I(ncompetencia)+D(espilfarro)+I(incapacidad) la del PSOE asturiano y sus sucesivos gobiernos. Por tercera vez sentencias o informes jurídicos han echado atrás la llamada carrera profesional de los enseñantes, un complemento salarial que venían cobrando desde 2007, al igual que el resto de los funcionarios. Durante todo este tiempo, estos fenómenos socialistas y sus compinches de IU y sindicalistas, han sido incapaces de elaborar bien un documento administrativo. Ahora se pone en peligro esa percepción económica (que, repito, disfrutan todos los funcionarios del Principado) y aun se corre el riesgo de que existan repercusiones retroactivas. Todo ello en un sector que ha perdido el 20% de sus haberes en tres años, que carga este año con dos horas más de trabajo en clase y dos más de permanencia en los centros, y que nunca tuvo la rebaja de 37,5 horas a 35 que sí tuvieron los demás funcionarios por regalo de anteriores gobiernos.
                ¡Ah!, y a la cabeza de todo este dislate, aquel egregio don Vicente Alberto Álvarez Areces, aquel a quien pueblo y élites aclamaban y reclamaban como el mejor gestor del universo.
                Pues los demás, todos iguales: maestros en el I+D+I.

         

¿Cómo fue lo de Cataluña? El PSOE, insolidario

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Sigo equí recordando cómo se fueren aperiando los caminos que llevaren a l'actual situación de Cataluña, el pesu decisivu que nello tuvo'l PSOE y cómo, nesi camín, dexó delláu -col discursu de la solidaridá- la igualdá ente los ciudadanos, al tiempu que sacrificaba los intereses de los asturianos.
Esti artículu de 2005 en La Nueva España quier ayudar a evitar la desmemoria sobre'l camín y les responsabilidaes.


FARTUCOS DE SOLIDARIDAD (SOBRE LO RETRÓGRADO DE CIERTA IZQUIERDA) (18/10/2005)


            Previas. Uno: Quien esto firma y su partido están tan convencidos de que es necesario reformar nuestro estatuto que, en 1998, cuando PP y PSOE aprobaron de consuno el actual, no le dieron su visto bueno (entre otras cosas, porque si no tenemos autonomía para disolver el parlamento y convocar elecciones, sino que nos dicen cuándo hay que hacerlo, ¿qué autonomía es esa?). Dos: Los señores Ibarra, Chaves, Areces y las organizaciones regionales a que pertenecen son tan responsables del proyecto catalán de estatuto como Maragall, que a nadie ha pretendido engañar nunca y lleva diciendo lo mismo desde mediados de los años 80. Ellos, al igual que don José Luis Rodríguez Zapatero, ese incendiario Nerón autocomplaciente, han proporcionado las teas y el fuelle para avivar la hoguera maragalliana.

            Pero el objeto de este artículo no es recordar esas evidencias, ni analizar todo o parte del estatuto catalán, sino uno solo de los argumentos con que una facción del PSOE parece ahora querer tapar o disimular les vexigues que su inyección variólica ha provocado, el de la llamada “solidaridad”.
            El vocablo “solidaridad” no se les cae de la boca a los practicantes de cierta izquierda. Es en sus discursos tan frecuente como lo es “caridad” en los roperos parroquiales o “gracia” en ciertas disputas teológicas. Lo entonan, además, con tal unción y arrobamiento que parece acercarse en sus resonancias emocionales al ámbito de lo sacro (su precisión terminológica anda, más bien, cerca del limbo). Y es en la falla de este concepto, el de la “solidaridad” interregional, donde encuentran el mayor pecado (esto es, error) del estatuto catalán (¿y de sus conmilitones?).
            El concepto de solidaridad dentro de las partes de un estado es, desde luego, un concepto premoderno y está más cerca de la caridad voluntariosa que de la política como instrumento igualatorio, redistributivo y garante de un acervo de bienestar para cada ciudadano. La base del estado moderno (progresivamente desde la caída del Antiguo Régimen) es la ampliación y unificación del mercado, la desaparición de portalgos, pontalgos y derechos señoriales, la libre circulación de personas y mercancías. A partir de ahí, un estado fuerte puede recaudar y poner en práctica las políticas igualatorias y redistributivas a que su vocación, más a la derecha o a la izquierda (en términos convencionales), impulse a cada gobierno.
            El sujeto de las políticas recaudatorias es, pues, el individuo, no la comunidad. Del mismo modo, su objeto es también la persona, y solo lo es el territorio en la medida en que las dificultades o circunstancias del mismo impidan el desenvolvimiento de los sujetos habitantes en él.
            Apelar, pues, a la ruptura de la solidaridad como la razón de fondo para retocar el estatuto catalán es contemplar el mundo desde una perspectiva que tiene más que ver con la caridad que con la política, y, sobre todo, es de un enorme arcaísmo conceptual, premoderno. Nada extraño, ciertamente, en una cierta izquierda que tiene sus territorios de pasto identitario en aquellos dos metafísicos que fueron Hegel y Marx, creyentes ambos en el fin de la historia y en la teleología de su devenir.
            Pero, además, desde un punto de vista pragmático, la ruptura del mercado y las políticas fiscales que entraña el texto del PSOE catalán (que tiene como coautores fácticos, no lo olvidemos, al neroniano Zapatero y sus apurrefueos llocales) es inseparable de sus presupuestos políticos. El fundamento de su propuesta económica («todo lo que recaudo es mío, y doy de ello lo que quiero») es inextricable de la declaración de Cataluña como una nación con soberanía previa a su pacto con España (tal es la expresión dicotómica maragalliana, Cataluña / España, exactamente la misma que Zapatero: pongan oídos atentos cuando hable este último), con derecho a autodeterminarse cuando lo desee y con una letra de cambio ejecutable para convertirse en Estado en fecha por decidir.
            De modo que, cuando proclaman que el único o principal problema del estatuto del PSOE y Zapatero es la solidaridad, mienten, se engañan, nos engañan, quieren engañarse o engañarnos, no entienden nada. ¿Todo al mismo tiempo? Sí, todo al mismo tiempo. Así fluctúan cerebro y psique: entre el temor, el desconocimiento, la defensa de los suyos y lo suyo y el «atéchate mientres escampa».
            Todo muy a costa nuestra, de cada uno de los asturianos, menos de los que viven del negocio. 

¿Cómo fue lo de Cataluña? El PSOE, contra los asturianos

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                     Convién, nesti país de tan voluntaria mala memoria, recordar cómo se vieno a l'actual estáu emocional de Cataluña, quién punxo la gabita pa ello y cómo too ello fízose contra los asturianos pol PSOE, lo que güei vuelven proclamar lo mesmo: asimetría pa Cataluña.
                        Esti artículu del 28/05/2055 puede ayudar escontra la desmemoria.

                  EL PSOE Y ARECES, CONTRA LOS ASTURIANOS (28/05/2005)


            Anda estos días el Presidente Areces por media España reuniéndose con algunos otros cabezaleros autonómicos para tratar de conjurar las desigualdades en las futuras reformas estatutarias, sobremanera las referidas a la sanidad y la financiación. Y, muy especialmente, parece oponerse a algunas de las propuestas de su collaciu Maragall, como las de la quiebra de la solidaridad interregional o la denominación de Cataluña como “nación”.
            Ciertas personas de buena voluntad ven en el periplo y las manifestaciones de don Vicente Alberto un gesto ejemplar y una actuación consecuente con su obligación en cuanto Presidente de los asturianos. Algunos, sin embargo, creemos que, en esta materia, el señor Presidente no tiene crédito y que sus palabras no poseerían valor alguno ni aunque se vistiera de nazareno, realizase el camino a pie hacia Madrid como disciplinante no sanchopancesco, y se sentase después durante un mes a las puertas del despacho de Zapatero (o ante los leones de las Cortes) vestido de saco y cubierto de ceniza, al igual que Enrique IV ante Gregorio VII. ¿Por qué? Se lo recuerdo.

En el señor Areces ha venido constituyendo una inveterada costumbre el correr a sostener con entusiasmo el palafrén del señor Maragall, es decir, del proyecto que, desde hace ya muchos años, viene defendiendo el PSC catalán, el "federalismo asimétrico", a saber, un estado español federal (no España) a tres: Cataluña, Euskadi, España (en cuyo saco, como una más, estaría Asturies). Lo ha hecho al menos en cinco ocasiones públicas: en conferencias barcelonesas del 4 de julio de 2001 y 18 de marzo de 2002 ("coincido y comparto muchas de las propuestas formuladas por Pascual Maragall", volvía a repetir aquí), en la última campaña electoral catalana, en la declaración de Santillana (30 de agosto de 2003) y con ocasión de la constitución del gobierno tripartito catalán —en estas dos últimas ocasiones, con la colaboración del partido en Asturies y su Secretario General, don Javier Fernández, saludando el acontecimiento como una oportunidad de oro para el progreso y la solidaridad en toda España—. Y, sin embargo, a nadie se le ocultaba que tanto el PSOE catalán como sus socios de ERC y de IU tenían, entre los propósitos más destacados de su actuación política, el de romper el estado en Cataluña en lo referente a la circulación redistributiva de las plusvalías, que es lo que significan los impuestos en la modernidad desde que se han acabado los portalgos, los pontalgos y los derechos señoriales (algunos lo llaman “solidaridad” y otras tonterías, como si fuese una especial aportación de determinada ideología; es,  simplemente, el estado moderno, el de los ciudadanos).
Esa voluntad viene ya plasmándose en la redacción del nuevo estatuto catalán y se han hecho varias propuestas al respecto, la sustancia de las cuales consiste en entender que el dinero recaudado en Cataluña a través de los impuestos es únicamente de los catalanes y que la cuantía aportada por ellos hasta ahora a las arcas comunes del estado (sanidad, pensiones, etc.) debe reducirse sustancialmente y, en todo caso, debe depender de su voluntad.
Que esto, y no otra cosa, era lo que venía demandando desde siempre el PSOE en Cataluña lo sabía un tonto; que constituía ello la cañamina de lo firmado en Santillana, un necio; que eso, y otras demandas “asimétricas”, constituía el eje central del programa del gobierno tripartito —que con tanto alborozo saludaron como un alborear para toda España, el PSOE asturiano y el Presidente— no lo ignoraba un nasciturus. De modo que, salvo suponer una absoluta idiocia en el señor Vicente Alberto y los socialistas asturianos, hemos de tenerlos por cómplices voluntarios de todas las ventajas, insolidaridades, desigualdades —“asimetrías”, en una palabra— que han de venir con el estatuto catalán y, posiblemente, con el vasco y gallego.
Las personas de muy buena voluntad —o los tiffosi, que son muchos— querrán suponer que PSOE asturiano y Álvarez Areces se han dado cuenta ahora de su error, y que, por ello, de una forma que los honraría, tratan de rectificarlo. Pura voluntad de fe.
Siempre he dicho que la fe no consiste en creer lo que no vemos. A fin de cuentas, es esa una fe trivial y no muy difícil. La verdadera fe es la de no creer lo que vemos, por más que lo tengamos delante de los ojos, en negar la evidencia, que es la fe de los devotos entusiastas, fe en virtud de la cual funcionan las parroquias electorales, o, desde otro punto de vista, las adhesiones inquebrantables. A nadie se le escapa que el señor Rodríguez —quien, por cierto, debe su puesto de Secretario General del PSOE a los socialistas asturianos— se ha comprometido a aprobar el estatuto catalán tal como salga del Parlament. Por lo tanto, el señor Areces, los socialistas asturianos y los del resto de España se tragarán –al modo en que lo prefieran: a secas o con vaselina- el estatuto catalán (y, en su caso, el vasco y el gallego) con todas sus insolidaridades, discriminaciones y  “asimetrías”. Es decir, que la juerga –o el negocio, según prefieran ustedes- del PSOE asturiano y del señor Areces la pagaremos todos en nuestras carnes y bolsillos (desde el empleo, hasta la sanidad).
¿Qué es lo que significan, pues, el periplo y las declaraciones del PSOE y de don Vicente Alberto de que no tolerarán discriminación ni injusticia? Pues, simplemente, una forma más de engaño, propaganda. Como ya saben que no les queda más remedio que esmorgar lo que su propio partido, su propio Zapatero y su propio Maragall les van a hacer tragar —el daño a Asturies y a otros españoles que ellos mismos ayudaron a nacer, engordar, cocinar, guisar y servir—, procuran disimular todo lo posible antes que llegue el desastre, para después decir: “a mí no me miren, yo hice lo que pude; y, además, si no es por mí, el daño hubiera sido aún mayor”.
Ya saben, se llama “política de izquierdas, progresista y solidaria”. Amén. Solo nos falta que la llamen “asturianista”, que acabarán por hacerlo.

¿Cómo fue lo de Cataluña? Contra los asturianos

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El 22/08/2004 asoleyaba yo esti artículu en La Nueva España, onde ponía de relieve lo que taba caminando en Cataluña, la discriminación qu'ello suponía al respective d'Asturies y cómo los socialistes agabitaben y afalaben esa discriminación.

QUIÉN TIENE LA SARTÉN POR EL MANGO (A PROPÓSITO DE LAS REFORMAS ESTATUTARIAS) 

            Asistimos estos meses en toda España a discusiones sobre el derecho de cada comunidad autónoma a ser llamada “nacionalidad”, “comunidad histórica” u otros términos semejantes, en relación con las futuras reformas estatutarias que PSOE y otros partidos impulsan. Dichas discusiones son, a veces, eruditas; apasionadas, en muchas ocasiones; absolutamente ingenuas, casi siempre. Porque lo que está en discusión no es si Pelayo es anterior a Wifredo el Velloso o si el Reino de Asturies es “más” que el Condado de Cataluña, en relación a derechos de origen. Todo eso es absolutamente indiferente y solo desde la más absoluta inocencia (o mala conciencia) se puede pensar que es ese el fondo de la cuestión.
            Desde 1980, una parte importante de las organizaciones políticas catalanas y vascas vienen manifestando su desacuerdo con la actual estructura del Estado y requiriendo un estatus diferente: parte de ellos, los independentistas, quieren dejar de ser españoles; otra, los arreblagantes, desean estar con un pie dentro y otro fuera, y por eso demandan un estatuto diferente que los coloque definitivamente en esa situación, pero, en todo caso, “por encima” del resto de las autonomías (o nacionalidades, al gusto del lector). Existen, asimismo, otros partidos y comunidades —aquí no citadas— donde se tienen pretensiones semejantes; pero su voluntad es irrelevante. Lo que hace relevante la voluntad de vascos y catalanes es que: a) una parte de su sociedad así lo demanda y ello se traduce en el voto a partidos o facciones de partidos que vehiculan esa demanda y la convierten en el eje de su política, b) los votos de esos partidos en Madrid gozan de coyunturas oportunas para condicionar el Gobierno central. Esto es lo que ha venido ocurriendo en el caso de Cataluña (primero con CiU, ahora con la facción maragalliana del PSOE). En el caso de Euskadi su capacidad de presión proviene de fuentes distintas: de la presencia del crimen como sustrato importante de la actividad política; de la ocupación de la sociedad por el PNV, que se ha convertido en el PRI vasco, y su permanencia en el gobierno desde la desaparición de la dictadura.
            De modo que lo que realmente está en discusión hoy no es quién ha sido en el pasado, sino quién es en el presente y, por tanto, quién tiene la capacidad de decidir cómo va a ser en el futuro. Es decir, quién tiene la sartén por el mango (o, en términos más explícitos y vulgares, quién tiene agarrado al que manda por sus partes sensibles). Lo que opinen los que no tienen esa capacidad de presión o lo que hayan sido sus respectivas historias es, al efecto, absolutamente evanescente.
            Si la discusión de los términos “nacionalidad” y “región” tiene, con respecto a la materia, alguna importancia es porque el artículo 2º de la Constitución cita esos dos vocablos, sin especificar qué comunidades son unas u otras y cuáles son los contenidos reales (financieros, políticos) de esa distinción. Una reforma estatutaria “arreblagante” y discriminatoria podría basar en ese texto, aunque fuese trayendo las razones por los pelos, su justificación, sin necesidad —subrayémoslo— de modificar la Constitución. De ahí que, en el caso de Cataluña y el PSOE, las palabras sean vitales: permitirían modificar sustancialmente la Constitución y establecer diferencias entre ciudadanos, sin que lo pareciese. El caso de Euskadi es diferente: en lo jurídico tendría su base, para un episodio arreblagante, en la disposición adicional primera de la Constitución, mientras que, en lo político, entre otras cosas, no necesita tener “miramientos” con ninguna organización de ámbito estatal.
            En todo este proceso de discusión, el papel del PSOE y del PP en Asturies es realmente ejemplar. Ambos son partidos centralistas (constitutiva y visceralmente centralistas), han apoyado siempre las reformas tendentes a reducir la autonomía asturiana y han votado en contra de cualquier pretensión diferenciadora (por ejemplo, en la reforma de 1998, han votado en contra de la propuesta del PAS de que Asturies fuese denominada “nacionalidad” o de que pudiera convocar elecciones cuando quisiese). En el caso del PSOE, además, ha apoyado siempre las pretensiones arreblagantes de Maragall y ha suscrito la Declaración de Santillana —que para eso fue redactada—. Que a unos, ahora, al PP, les haya entrado un virus pelayista, y que otros, el PSOE, pongan cara de dignidad y digan que no admitirán estatutos con diferencias, es, por una parte, hilarante y, por otra, una absoluta mentira y una burla sangrante: eso es lo que han venido, hasta hoy, abonando, propiciando y sosteniendo.
            Pero es que, sobre todo, ellos saben de sobra, como perrinos fieles que son de sus respectivos dueños, que cuando su señor se lo mande, pasarán por donde tengan que pasar y se conformarán con las sobras de la comida que el amo tenga a bien echarles. Y eso, el fingimiento de su capacidad para ser algo más que lo que les dejen ser, es la mayor mentira que, desde siempre, y especialmente en este tema, vienen contando a los asturianos.
            De modo que los asturianos, en esti marabayu de reformas estatutarias y constitucionales, tendremos no el reflejo de lo que ha sido nuestra historia en el pasado ni la imagen de lo que somos o creemos ser en el presente, sino lo que, en el conjunto de la política española, representa el saldo de lo que hemos querido valer hasta ahora con nuestros votos: nada.

¿Cómo fue lo de Cataluña? El PSOE, contra Asturies y con Cataluña

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Sigo equí publicando dellos artículos de los que, dende la decisión de 2033, del PSOE de defender el "federalismu asimétricu" pa Cataluña en detrimentu de los asturianos, asoleyé na Nueva España. Esti ye del 30/07/2004.


ARECES, AMNÉSICO 


En conferencia prorrumpida el jueves 22 de junio de este año de 2004, el Presidente Areces manifestó en Madrid que estaba en contra de la financiación autonómica propuesta por Maragall, por entender que ello generaría desequilibrios territoriales. Suspendan el juicio por un momento. Permítanme una parábola.
Un hombre anuncia públicamente que va a atracar un banco. Para ello, sin embargo, necesita una pistola, de la que carece, y un coche para dirigirse a su destino. Así lo anuncia en voz alta. Un amable viandante atiende sus requerimientos, le presta la pistola, lo lleva en el coche y lo deja a la puerta del banco. Se convierte, pues, en colaborador necesario. Ahora bien, preguntado después por su actos, manifiesta que él está en desacuerdo con la acción del atracador y que se opone a ella. ¿Qué dirían ustedes de las palabras del amable viandante, cómo las juzgarían en relación con sus hechos reales?
Es sabido por todo el mundo que quiera saberlo que el señor Maragall lleva predicando el “federalismo asimétrico” desde, por lo menos, 1990. Perconocido resulta que tanto Carod-Rovira como Maragall vienen exigiendo «reducir el déficit fiscal de Cataluña» (es decir, aportar menos dinero a la caja común) desde hace años. Tampoco debería dejar de ser notorio que el tripartido catalán (del que son los pegollos fundamentales Carod / Ezquerra y PSOE / Maragall) se ha constituido con esos dos ejes programáticos, más la idea de establecer la fórmula de concierto económico, semejantemente a Euskadi, para Cataluña.
Pues bien, en el señor Areces ha venido constituyendo una inveterada costumbre el correr a sostener con entusiasmo el palafrén del señor Maragall, es decir, del proyecto que, desde hace ya muchos años, viene defendiendo el PSC catalán, el "federalismo asimétrico", a saber, un Estado español federal (no España) a tres: Cataluña, Euskadi, España (en cuyo saco, como una más, estaría Asturies). Lo ha hecho al menos en cinco ocasiones públicas: en conferencias barcelonesas del 4 de julio de 2001 y 18 de marzo de 2002 (<>, volvía a repetir aquí), en la última campaña electoral catalana, en la declaración de Santillana (30 de agosto de 2003) y con ocasión de la puesta en marcha del gobierno tripartito catalán —en estas dos últimas ocasiones, con la colaboración del partido en Asturies y su Secretario General, don Javier Fernández.
(Es curioso, por cierto, como recordarán ustedes, que solo el señor Chaves y el señor Areces —y sus respectivas organizaciones— corrieron a saludar la constitución de aquel gobierno que, en su voluntad manifiesta, constituía un ataque evidente contra las autonomías de régimen común. Otros, como el señor Ibarra o el señor Bono —cuando todavía no había sido enmedallado por ser «la espalda más limpia de Occidente»—, manifestaron sus reticencias o su desacuerdo.)
De modo que, a lo largo de muchos años, el señor Areces —y con él el PSOE asturiano— ha sido sostenedor y cómplice del señor Maragall y de sus propósitos discriminatorios contra Asturies. Y desde la configuración del gobierno tripartito catalán ha sido también cómplice y jaleador del señor Carod-Rovira, parte fundamental de dicho gobierno. ¿Cómo puede decir, ahora, que está en contra de aquello que Maragall venía proclamando en público desde hace tantos años?
La única explicación es la amnesia. El presidente asturiano sufre, sin duda, algún trauma que lo ha privado de archivos cerebrales. De no ser así, solo cabría interpretar sus palabras como «mala fe», en el sentido sartreano,  esto decir, que don Vicente Alberto no sería capaz de arrostrar las consecuencias de sus actos y se niega a sí mismo como ser libre.
Una tercera opción es que el señor Areces cree que quienes padecen amnesia permanente son los asturianos y especialmente sus votantes. En ese caso el presidente de los asturianos practicaría lo que podríamos llamar «ética coyuntural» (algunos lo llaman «cinismo político», pero nosotros nos resistimos a utilizar esos términos). La sustancia de la ética coyuntural consiste en afirmar en cada ocasión lo que conviene o lo que se cree que los votantes quieren oír, con la seguridad de que la memoria de los ciudadanos es escasa y de que, especialmente los votantes de uno están imbuidos de fe, que es aquello que nos hace no creer lo que vemos y olvidar lo que sabemos.
Así los datos y la historia, así las opciones posibles para interpretar las palabras y la conducta de nuestro presidente, don Vicente Alberto Álvarez, ¿ustedes por qué se inclinan? ¿Padece él una grave pérdida de memoria? ¿Es incapaz de ver las consecuencias de sus actos? ¿O sospechan que nos cree desmemoriados y con unas tragaderas ilimitadas?
Yo, sin duda, me niego a suscribir otra tesis que no sea la de la desmemoria de don Vicente. Estoy absolutamente seguro de que el presidente es incapaz de cualquiera de las otras conductas o malicias apuntadas.
Esperemos que pueda recuperarse con el auxilio de los actuales recursos sanitarios públicos, porque si tiene que esperar hasta que esté disponible el hospital de La Cadellada, seguirá con amnesia por mucho tiempo.

SOCIALISMO ES BLA, BLA, BLA

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Cuenta la facecia que, en un pequeño pueblo, desesperado porque todas las noches le robaban alguna pera, el dueño decidió apostarse al lado del peral, en silencio y con disimulo. Por fin alguien traspasó la entrada y comenzó a subir al árbol. El dueño se acercó y, cogiéndolo en el aire por las partes dolorosas —esto es, pudendas—, comenzó a apretar mientras preguntaba «¿quién eres?». Solo el silencio le respondía, y, a cada silencio, volvía a efectuar la dolorosa torsión. Al fin, tras varias vueltas, una voz apenas audible, ronca, como salida de las mismas entrañas —o aun más abajo— del ladrón: «El muuuudooo».

Pues así estos del PSOE. Da igual que sea el señor Griñán, el señor Daniel Fernández, del PSC, la señora Soraya, el señor Rubalcaba, el señor Lastra: por más que aprieten ustedes (a doña Soraya por otro lado, evidentemente), a la pregunta de su solución para el órdago catalán no recibirán más que una respuesta: «federalismo».

Pura logomaquia. Porque no le aclararán en qué consiste ese federalismo, ni en qué es distinto ese federalismo del estado autonómico actual, ni si ese federalismo supone el reconocimiento de la soberanía previa de los estados o naciones federadas (como lo era el de la I República), ni si… Puro bla, bla, bla, una palabra mágica, toda emoción y ningún contenido.

Es evidente que para ellos tiene su utilidad: tratar de seguir navegando en las procelosas aguas de Cataluña y de seguir engatusando a sus votantes allí; no romper el PSOE con el PSC; tratar de colocar al PP (fundamentalmente, también a UPyD) como un partido cavernícola, no dialogante, y echarle a él la culpa de lo que ocurra. Pero ello no evita que sean incapaces de poner un solo concepto en el interior de la palabra, todo lo más vaguedades como el manoseado, vetusto y cansino tópico de la «reforma del senado».

Pero si son incapaces de decir, sí son capaces de hacer. Estos tipos, todos ellos, diputados y senadores, miembros de la Ejecutiva y del Comité Federal, impulsaron desde 2003 el «federalismo asimétrico» para Cataluña. Estos tipos, todos ellos, desde Rubalcaba a Javier Fernández y Areces, apoyaron, votaron y aplaudieron el Estatuto de 2006 y fueron parte importantísima en el proceso de excitación de la opinión pública catalana que desembocó en la actual demanda de independencia.

Y estos tipos, todos ellos, incluidos militantes y votantes, sostuvieron aquel estatuto de «federalismo asimétrico» que incluía privilegios económicos y políticos que nos hacían a los demás inferiores en derechos y que contenía cláusulas tan escandalosas como el 208.3 (eliminado por el Constitucional) que limitaba la «solidaridad» (la aportación de Cataluña) a la sanidad y la educación pero excluía otros ámbitos, por ejemplo, las infraestructuras o las redes informáticas; y todo ello, con la condición de que las demás comunidades realizasen un «esfuerzo fiscal también similar».

He sido muy bondadoso. Socialismo, este, el del PSOE, no es únicamente logomaquia, es también, como se comprueba, desigualdad.

Cerrando ya el artículo, se me aparece Abrilgüeyu, mi trasgu particular. «Pon tú —me dice— que históricamente federalismo es igualdad, y que «federalismo asimétrico» es como un cura que no cree en Dios». Me gusta, pero acabado de plasmar ello en el texto, descubro en internet y en las televisiones que ese latiguillo pertenece a don José Bono, que lo repite con su untuosidad habitual en cada sitio a que va a presentar su libro de memorias. Mientras dudo si borrarlo, vuelve a colárseme en el ordenador Abrilgüeyu:

—¿Ej que creej que te va a demandar por la autoría intelectual?

Ante mi dubitativo silencio, interviene otra vez:

—Y añade ahí que él asistió impertérrito a todo el proceso de generación del federalismo asimétrico catalán siendo nada menos que Ministro de Defensa. Ya verás cómo no dice nada.

Tiene razón mi trasgu particular. ¡Qué tipos, estos socialistas!