Cuenta la facecia que, en un pequeño pueblo, desesperado porque todas las noches le robaban alguna pera, el dueño decidió apostarse al lado del peral, en silencio y con disimulo. Por fin alguien traspasó la entrada y comenzó a subir al árbol. El dueño se acercó y, cogiéndolo en el aire por las partes dolorosas —esto es, pudendas—, comenzó a apretar mientras preguntaba «¿quién eres?». Solo el silencio le respondía, y, a cada silencio, volvía a efectuar la dolorosa torsión. Al fin, tras varias vueltas, una voz apenas audible, ronca, como salida de las mismas entrañas —o aun más abajo— del ladrón: «El muuuudooo».
Pues así estos del PSOE. Da igual que sea el señor Griñán, el señor Daniel Fernández, del PSC, la señora Soraya, el señor Rubalcaba, el señor Lastra: por más que aprieten ustedes (a doña Soraya por otro lado, evidentemente), a la pregunta de su solución para el órdago catalán no recibirán más que una respuesta: «federalismo».
Pura logomaquia. Porque no le aclararán en qué consiste ese federalismo, ni en qué es distinto ese federalismo del estado autonómico actual, ni si ese federalismo supone el reconocimiento de la soberanía previa de los estados o naciones federadas (como lo era el de la I República), ni si… Puro bla, bla, bla, una palabra mágica, toda emoción y ningún contenido.
Es evidente que para ellos tiene su utilidad: tratar de seguir navegando en las procelosas aguas de Cataluña y de seguir engatusando a sus votantes allí; no romper el PSOE con el PSC; tratar de colocar al PP (fundamentalmente, también a UPyD) como un partido cavernícola, no dialogante, y echarle a él la culpa de lo que ocurra. Pero ello no evita que sean incapaces de poner un solo concepto en el interior de la palabra, todo lo más vaguedades como el manoseado, vetusto y cansino tópico de la «reforma del senado».
Pero si son incapaces de decir, sí son capaces de hacer. Estos tipos, todos ellos, diputados y senadores, miembros de la Ejecutiva y del Comité Federal, impulsaron desde 2003 el «federalismo asimétrico» para Cataluña. Estos tipos, todos ellos, desde Rubalcaba a Javier Fernández y Areces, apoyaron, votaron y aplaudieron el Estatuto de 2006 y fueron parte importantísima en el proceso de excitación de la opinión pública catalana que desembocó en la actual demanda de independencia.
Y estos tipos, todos ellos, incluidos militantes y votantes, sostuvieron aquel estatuto de «federalismo asimétrico» que incluía privilegios económicos y políticos que nos hacían a los demás inferiores en derechos y que contenía cláusulas tan escandalosas como el 208.3 (eliminado por el Constitucional) que limitaba la «solidaridad» (la aportación de Cataluña) a la sanidad y la educación pero excluía otros ámbitos, por ejemplo, las infraestructuras o las redes informáticas; y todo ello, con la condición de que las demás comunidades realizasen un «esfuerzo fiscal también similar».
He sido muy bondadoso. Socialismo, este, el del PSOE, no es únicamente logomaquia, es también, como se comprueba, desigualdad.
Cerrando ya el artículo, se me aparece Abrilgüeyu, mi trasgu particular. «Pon tú —me dice— que históricamente federalismo es igualdad, y que «federalismo asimétrico» es como un cura que no cree en Dios». Me gusta, pero acabado de plasmar ello en el texto, descubro en internet y en las televisiones que ese latiguillo pertenece a don José Bono, que lo repite con su untuosidad habitual en cada sitio a que va a presentar su libro de memorias. Mientras dudo si borrarlo, vuelve a colárseme en el ordenador Abrilgüeyu:
Ante mi dubitativo silencio, interviene otra vez:
—Y añade ahí que él asistió impertérrito a todo el proceso de generación del federalismo asimétrico catalán siendo nada menos que Ministro de Defensa. Ya verás cómo no dice nada.
Tiene razón mi trasgu particular. ¡Qué tipos, estos socialistas!
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