TRAS EL DRAMA DEL PARO


El paro constituye un problema personal (no únicamente económico, también psíquico), familiar y social, por los efectos, en este último caso, de la realimentación de los problemas individuales. Pero el paro, en último término, no es más que la manifestación de una patología económica colectiva: la insuficiencia de nuestro tejido productivo y la carcoma en el mismo.
En los últimos años el cierre de empresas ha constituido una verdadera hecatombe. Ello no ha ocurrido solo en el ámbito de la construcción (donde, por ejemplo, y por ceñirnos a Asturias, entre 2008 y 2011 desaparecieron 1.470, el 12% de las existentes en el 2008), sino en muchas otras ramas de actividad. Y, por seguir en el mismo campo, en nuestro país han desaparecido más de 3.700 empresas con más de un asalariado, según los registros del INE, desde 2008 hasta enero de 2012. Por ir a los datos más recientes, en agosto de este año se disolvieron en el conjunto de España un total de 1.300 sociedades mercantiles (un 19% de incremento anual). Asturias registró la menor tasa de variación en la aparición de nuevos registros (-14,01%). Además, si en el 2007 las empresas pagaban 100 por generación de beneficios, en el 2001 pagan 40, debido a  la reducción de los mismos.
He ahí el drama real colectivo que está detrás del drama individual del paro y es su causa: la reducción del tejido productivo, y especialmente su destrucción. Porque cuando una empresa se cierra es muy difícil que vuelva a abrirse. En primer lugar, porque es probable que sus empresarios no tengan ni el ánimo ni los recursos suficientes para volver a intentarlo. En segundo lugar, porque es posible que haya desaparecido el nicho de mercado o la oportunidad de nicho de mercado donde una empresa tenía su campo de actuación.
¿Cuántos de nosotros, si nos tocase una quiniela, nos meteríamos a empresarios? ¿Quiénes de los sindicalistas o políticos que a diario hablan del empleo y de la empresa y aconsejan sobre ello lo harían? Para ser empresario no solo se necesita conocer un sector y disponer de financiación, sino poseer voluntad, ánimo y una especial concupiscencia. Por eso, cuando se pierde un empresario, todos perdemos un vector de creación de riqueza/trabajo.
La otra cara de la actual crisis en España es que se han volatilizado para siempre nichos de mercado y trabajo, ya en la exportación, ya en el interior; bien porque hemos sido expulsados de ellos por nuestros costos de producción —directos (salarios, precios de la energía, productividad de la tecnología, impuestos) o indirectos (fraude fiscal, dumping social exterior, economía sumergida)—, bien porque, en un contexto de facilidad para el endeudamiento, los productos extranjeros, a precios parejos o aun mayores que los nuestros —piénsese en coches o lavadoras, por un decir—, hubieran resultado de mayor calidad o atractivo.

 Nuestra entrada en el euro, además, y la dirección de las políticas del valor del mismo en el conjunto de Europa han laborado en nuestra contra. Así, la moneda común, desde su entrada en funcionamiento, se ha revalorizado más de un 40% con respecto al dólar, lo que ha dificultado nuestras exportaciones; y, viceversa, la baratura de los tipos de interés, favorecidos por Alemania, y los acuerdos con otros países de fuera de la Unión ha provocado el enorme déficit comercial de este último decenio y acelerado la destrucción del empleo interior.
De modo que la construcción de un nuevo tejido económico y el ensanchamiento de la actividad de las empresas ya existentes va a ser extremadamente dificultoso. No solo requerirá la estabilidad de la situación financiera del estado y de los bancos; no solo el tirón de la demanda exterior y en menor medida, inicialmente, de la interior; no solo la efectiva reducción de salarios o de la disminución de plantillas que se está dando en la administración y en tantos sectores, sino de la aparición de nuevos emprendedores y del «descubrimiento» de nuevas actividades o nuevos campos de mercado.
Lo que sí hay que señalar es que eliminar tantas rigideces como aun tiene la economía española (desde el ámbito del ayuntamiento al del estado, pasando por el autonómico; desde el administrativo al legislativo) es requisito imprescindible para el crecimiento. Y es preciso también señalar, por más impopular que sea, que la nueva legislación laboral —aunque haya recortado ventajas individuales o colectivas del pasado— ha supuesto un paso importante para que las empresas —aun reducidas en tamaño— puedan subsistir a la espera de tiempos mejores, y no se vean abocadas a la única opción del cierre inexorable.

           

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