HOMBRES DE GRIS CON MANCHA ROJA



            Al igual que otros socialistas —el portavoz Lastra, por ejemplo—, el Presidente vestía de gris. Tal vez ese cuasiuniforme era la transposición de un estado anímico: el del deseo de no levantar la voz en exceso; el de la necesidad de encontrar acuerdos (con el Gobierno del Estado, con los ayuntamientos y agentes sociales, con la oposición de la Cámara); el de la voluntad de resistir en medio de la tormenta económica y social (propia y ajena) en que los asturianos nos vemos inmersos.
            Ese gris venía a subrayar también las galas con que habitualmente se comporta y reviste el propio Presidente, galas que al final de su parlamento señaló: la discreción, la huida de la presencia continua ante las cámaras, su retórica de apariencia plana, su gusto por el trabajo silencioso en los despachos, su horror ante la algarabía. Y, desde ese punto de vista, el contenido fundamental de su discurso lo conformaban la forma y los modales: Confíen en nosotros —venía a decir—, créannos, apóyennos, porque nuestro sentido común, nuestras maneras —tan distintas a las anteriores— y nuestra sensatez nos hacen acreedores de ello.
             Tanto el Presidente del Gobierno como el de la Xunta llevaban una nota simbólica de color en su corbata roja. Lo simbólico de ese color no hace referencia, sin embargo —por más que lo crean o lo pretendan—, a eso que tal vez ellos llamarán «ideología», sino simplemente a la divisa del grupo al que pertenecen y con la que encelan a sus fieles. En virtud de esa divisa, don Javier defendió el quehacer anterior de los gobiernos de su partido —las equivocaciones, despilfarros e inversiones discutibles del PSOE arecista, por ejemplo—; apostó por seguir las consignas de sus mayores con respecto al futuro de la estructura del Estado, y, como siempre, huyendo de ser Eurídice o la mujer de Lot, juzgó la realidad presente como si ellos no hubiesen gobernado aquí casi siempre y en España durante los últimos ocho años hasta hace once meses. Pues efectivamente, por un poner, echar la culpa al Gobierno del PP del estado de opinión catalana proclive a la independencia significa olvidarse de que ellos —él mismo a la cabeza— han contribuido a ello durante casi dos lustros, con el Estatut, con la idea del federalismo asimétrico, con el Tripartito, con el gobierno del Estado y los engaños de Zapatero a Mas.
            P.S. ¡Por favor, modifiquen la transmisión televisiva de los debates, evidencia viva de nuestro arcaísmo y extravagancia con respecto al mundo actual!
           

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