¿Cómo fue lo de Cataluña? Los viejos camelos federales del PSOE


PSOE: CAMELORUM FEDERALORUM ( LA NUEVA ESPAÑA, 22/09/03)
                                              


            Permítaseme sentar, ante todo, una premisa, la del punto de vista desde el que se escribe este artículo. Para quien lo hace, el cáncanu de Asturies, nuestro mal colectivo, nuestra enfermedad social —de la que es principal consecuencia la decadencia económica— no es un exceso de Asturies o de identidad, sino un exceso de España y un alto menosprecio de lo propio. No tenemos un problema con el resto de España, sino con nosotros mismos. No necesitamos, pues, más España, sino más Asturies.
            Y dicho eso, pasemos ya al objeto de este artículo, al análisis de lo que significan el ruido y las propuestas del PSOE en torno a la reforma de los estatutos de autonomía y su vago discurso federalista. Pero, sobre todo, centrémonos en lo que pinta Asturies en todo ello y en lo que significa para nosotros, como ciudadanos del Estado español. 
El documento donde esos asuntos se plasman es el llamado «Manifiesto de Santillana». Constituye, básicamente, un conjunto de vacuidades a las que se suman algunas propuestas un poco más concretas pero no muy precisas, como las de la reforma del Senado, la conferencia de Presidentes o la de una cierta presencia de las autonomías en la toma de decisiones de la Unión. Sobre ello una idea general: la de que se modificarán solamente algunos estatutos, los que sean precisos y cuando exista un consenso generalizado al respecto. Podríamos pensar la declaración constituye un puro acto propagandístico (que mucho hay de ello) o tener por bueno lo que susurran muchos socialistas: que una vez pasadas las elecciones catalanas, y cumplido el trámite de prestar al candidato Maragall un soporte de credibilidad autonomista / catalanista, todo quedará en agua de borrajas. No lo hagamos: creámoslos, tomémoslos en serio.
En política el significado fundamental de los textos no reside en sus palabras, sino en los móviles y destinatarios del mensaje, así como en las circunstancias del mismo y en su virtualidad para convertirse en realidad: acción social o norma. Es sabido que, desde el primer momento de la constitución del estado de las autonomías, vascos y catalanes no se encuentran cómodos en su encaje constitucional. Una parte porque no quieren estar en España, otra porque no acepta que los niveles de autonomía tengan una cierta homogeneidad en las diecisiete comunidades. De esa manera, vascos y catalanes han hecho, desde 1982, diversas propuestas de modificación del statu quo. La del PSC de Maragall se conceptúa como «federalismo asimétrico» y busca, en sustancia, una Cataluña menos integrada en España y que transfiera menos riqueza al resto de comunidades. La propuesta no solo responde a la concepción que el candidato socialista catalán tenga de su país o del Estado, sino que se constituye como un elemento básico para tratar de captar votantes de CiU en las elecciones autonómicas.
Sobre esta realidad y sobre la necesidad de hacer propuestas en Euskadi de forma diferenciada al PP, es sobre la que se construye el discurso del PSOE de renovación de estatutos para todos y de federalismo (supuestamente, generalizado). Pero en el propio PSOE saben bien que esa propuesta no es más que una artimaña seductora, una manera de edulcorar para el resto de España la voluntad de conceder a Cataluña y a Euskadi más capacidad de autogobierno (voluntad que, por cierto, el señor Zapatero transmitió en persona, a principios del 2003 y en la Generalitat, al Conseller en Cap, señor Artur Mas).
Que esto es así, que no va a haber reformas estatutarias para todos, no lo dice únicamente el panfleto santillanense, lo vienen reconociendo, de forma más explícita o velada, los principales responsables socialistas asturianos. Cuando señalan que la reforma no está en el calendario (Javier Fernández), apelan al consenso generalizado para ella (María Luisa Carcedo), la consideran un teórico futurible (Rubalcaba) o piden antes extraer las máximas potencialidades del actual estatuto (además de los socialistas, se incluyen aquí los comunistas asturianos, de una sorprendente moderación desde que comen del presupuesto también), quieren decir que, con respecto a una ampliación estatutaria seria para Asturies, tararí que te ví.
Por otro lado, además, la generalización de un nuevo “café para todos” dejaría insatisfechos a vascos y catalanes, con lo que la reforma no cumpliría el principal objetivo de la misma, que es la satisfacción de muchos de los pobladores de esos dos países. No menos importante es la propia estructura ideológica del partido proponente, fuertemente centralista en toda España, y muy especialmente en Asturies, que hace muy difícil cualquier avance descentralizador. En el mismo sentido opera el escaso peso que la FSA tiene dentro del PSOE: no hay más que ver los reportajes de los medios de comunicación estatales sobre las reuniones federales o autonómicas del mismo, oír a los responsables del PSOE (incluido Maragall) hablar, para observar que ni los socialistas asturianos existen ni el señor Areces tiene conspicuidad alguna, ni en España ni en su partido.
Y, en otro orden de cosas, a propósito del federalismo. Aun suponiendo que lo que desean los soñadores (dejémoslo así, en soñadores) fuese posible, ¿es que alguien piensa de verdad que una España de diecisiete estados federados (más aún que las entidades previstas por la constitución pimargalliana de la Primera República) es viable? ¿Pero están hablando en serio? Digámoslo con claridad: cuando los que deciden de verdad proponen algún tipo de federalismo, hablan de un Estado a tres o cuatro: Cataluña, Euskadi, España. ¿Sería, de verdad, ahí, mejor o mayor nuestra autonomía como asturianos?
En todo caso, mientras en el conjunto del Estado sean las fuerzas mayoritarias PP y PSOE, las únicas modificaciones esperables de alto calado en la estructura estatal son el reconocimiento de algún tipo de derecho de autodeterminación para Euskadi y un avance simbólico hacia la cosoberanía o el semifederalismo para Cataluña. Así, pues, quienes, en las demás comunidades, se muevan en el discurso federalista (especialmente en esas coordenadas) no harán más que empujar el cumplimiento de las voluntades políticas de esos países, nunca del suyo. Y, de esa forma, empequeñecerán a Asturies y agrandarán la diferencia que nos separa de otras autonomías.
Por eso, pues, resulta lamentable ver al Presidente de los asturianos, el señor Areces, como palmero del señor Maragall. Porque, cuando actúa así, ya sea a título individual (en Barcelona, por ejemplo el 4 de julio de 2001, apoyando al candidato del PSC o proponiendo que sea el estado español (no Cataluña únicamente) el que promocione a Joan Maragall, Carme Riera o Salvador Espriu —pero no a los autores asturianos), ya colectivo (en los órganos estatales del PSOE), va contra los intereses de Asturies, y no únicamente los políticos, sino también los económicos, pues el desenganche de Cataluña significará, sin duda, menos transferencias económicas para los asturianos. 
De modo que los socialistas asturianos, con el Presidente Areces a la cabeza, no solo se están mofando de los asturianos con propuestas de reforma que nunca habrá, sino que están ayudando intereses que son objetivamente contrarios (en los órdenes político y económico) a los de los asturianos. Es un camelo, pero dañino para los asturianos y beneficioso para catalanes o vascos.
Todo parece ser válido para esta gente mientras el engaño les permita seguir manteniendo su negocio.

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