Identidades indiscutibles y discutidas

(El día d'Asturies, en LNE) IDENTIDADES INDISCUTIBLES Y DISCUTIDAS El 25 de agosto de 1707 nacía en Madrid el primogénito de la unión de Felipe V y María Luisa Gabriela de Saboya, el futuro Luis I. Ese mismo año se publicaba una composición, escrita el 2 de septiembre, titulada «Carta que escribe un asturiano de esta Corte, à otro asturiano, dándole cuenta, cómo parió la Reyna nuestra Señora a un Príncipe de Asturias; vá en su Lengua Antigua». El poema es un larguísimo romance en asturiano, en cuatro hojas. He dicho en asturiano, bueno, en un lenguaje que pretende ser asturiano, utilizando en muchas ocasiones lo que podríamos llamar «hiperasturianismos». Tiene interés el texto, sus expresiones y su tono, pero no es ello el motivo de mi comentario, sino otro: de forma semejante a lo que Busto Cortina estudiará para villancicos de los siglos XVII y XVIII, la Carta remeda lo que se podría tener como la lengua no castellana de Asturies, por motivos variados que podríamos discutir, pero que, en todo caso, implican el reconocimiento de una lengua no castellana, y, acaso, de una lengua no castellana en Madrid, mantenida entre los numerosos asturianos en esa villa y Corte. En otras palabras, implican el reconocimiento de una identidad. Esa diferencia identificativa, particularizadora, es una evidencia incontrovertible para Xovellanos y sus amigos. A propósito de su proyecto de una Academia y de un diccionario del asturiano o bable, afirma: «Habíalo oído yo hablar de continuo y aún lo entendía y hablaba yo de continuo en mi niñez […] me condujeron a meditar sobre el origen de mi dialecto natural». Si avanzamos en el tiempo, anotaremos que, cuando al regreso de la primera vuelta al mundo del buque escuela Nautilus, al atracar en Puerto Rico, se homenajea a Fernando Villaamil y sus guardiamarinas con las dos más evidentes señas de identidad de que disponen, en cuanto asturianos, homenajeadores y marino, una fabada y un discurso en asturiano. Hace pocos días acaba de ver la luz, editada por la Academia de la Llingua Asturiana, una recopilación realizada por Lluis Ánxel Núñez y por mí, Escritos Asturianos en Méxicu, en dos volúmenes, que van de 1870 a 1930. El lector me disculpará el subrayar que durante esos sesenta años, al menos, el asturiano es la lengua de la emoción y la identidad (también para la propaganda comercial) de todos esos emigrantes patrios que crean esos textos. Sin embargo, esta seña de identidad colectiva e histórica, independientemente del número de hablantes efectivos hoy de la lengua, se encuentra negada como tal por un grupo no pequeño de ciudadanos. Y más que negada, hostigada, caricaturizada, llegando a fabular que tras ella se encuentra una conjura que tiene la intención de llevar el país a una terrible dictadura izquierdista. Es un discurso de raíces complejas, donde se entremezclan ignorancia, autoodio lingüístico y estrategia política. Covadonga es al tiempo un lugar y un símbolo. Un lugar donde se entemecen los significados religiosos y los políticos. Poca aclaración merecen los religiosos, por su evidencia. Los políticos unen la creación del Reino de Asturies con la figura de Pelayo. Envuelve el conjunto un cierto halo misterioso, de prejuicio o superstición, si quieren, que hace que, por ejemplo, muchos conductores acerquen hasta el lugar sus coches recién estrenados, y, créanme, lo hacen gentes de escasa o nula creencia. Es lo mismo que me decía el tempranamente muerto Rafael del Riego (por cierto, emparentado con una de las víctimas de la memoria ocultada del 34), el que fuera defensa del Sporting: «yo no creo en ello, pero cuando voy a la montaña, miro con emoción hacia allí, porque algo hay allí». En los últimos tiempos, sin embargo, Cuadonga y sus celebraciones del 8 de septiembre están siendo víctima de un proceso de descreimiento y hostigamiento. Por un lado, del religioso, debido a razones intrínsecas desde fuera de la fe, y, en general, desde la izquierda, rechazando la asistencia de las autoridades a las celebraciones religiosas en el lugar. No negaré que la boca no bien pastoreada del pastor de los fieles católicos arroja buena cantidad de ramascaya a ese incendio, pero, en el fondo, sus declaraciones no son más que una escusa para la causa. Y, sin embargo, no debemos olvidar que fue el propio Rafael Fernández, llegado del exilio, quien empezó la costumbre de asistir a los actos religiosos el día de Cuadonga. Y Rafael Fernández sabía bien toda aquella historia del 34, la Guerra Civil y Cuadonga (los invito, a conocer o revivir todo ello, incluido lo del antecesor de Rafael del Riego, en mi De los sueños hicimos pesadilla). Por otro lado, se viene produciendo un «descreimiento» de la figura de Pelayo y de la batalla de Cuadonga, en parte por razones históricas que establecen precisiones sobre uno y otra o sobre sus dimensiones. Pero, por más cierto que sean todas esas acotaciones, lo incuestionable es que Pelayo y lo que fuere Cuadonga o luchas parecidas son el origen de algo innegable, de un episodio histórico único y de importancia europea al menos: el origen del Reino de Asturies, o, si lo prefieren, del Estado de Asturies. Verdad es, asimismo, que nunca los asturianos han dado demasiada importancia a ese hecho nuclear, si es que son conscientes de ello, lo que nos llevaría a hablar de una seña de identidad generalizada en nuestra patria: la de despreciar lo que somos y la de nuestra falta de voluntad identitaria actuante -no sentimental-, o, dicho de otro modo, de someternos siempre a Madrid y esperarlo todo del Estado. Pero van a permitirme, dada la efeméride, no ahondar hoy en esa otra seña de identidad. Todo ello hace que una parte de los ciudadanos del mundo de la izquierda y del asturianismo doctrinal estén hoy empeñados en buscar una fecha que sustituya a Cuadonga y el 8 de septiembre. Y esa fecha está apuntando al 25 de mayo, data en que, en 1808, los asturianos comenzamos el levantamiento español contra las tropas de Napoleón para restituir el trono a la familia real y al Príncipe de Asturies, secuestrados por el Corso.

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