¡QUÉ TROPA!



                La Comunidad de Madrid acaba de anunciar que pondrá en marcha un nuevo castigo a los bolsillos de los que menos tienen, la exacción de un euro por receta. Es cierto que dicho abuso tiene determinadas limitaciones, tanto en el total anual extraíble de los bolsillos individuales (no familiares, personales), como en la exención de la gabela para las rentas en el límite de la miseria y para una escasa tipología de enfermos; pero todo ello no elimina el carácter radicalmente injusto y abusivo de la medida, sobre todo porque carga especialmente sobre los jubilados (que suelen requerir más medicinas) y sobre los enfermos de tratamientos múltiples.
                Pero es que, además, ello va unido al mantenimiento de la cancelación de dos tributos que pesan fundamentalmente sobre las rentas altas, el de patrimonio (suspendida su aplicación desde que el Gobierno Zapatero, que lo había liquidado, volvió a recuperarlo en 2011) y el de sucesiones (eliminado por doña Esperanza en 2005). Es cierto que ambos impuestos representan una segunda carga impositiva sobre bienes que ya han tributado y que el de sucesiones conlleva problemas en la transmisión de la empresa familiar y es muy injusto por debajo de ciertos límites, como se ha venido aplicando generalmente en la mayoría de España. Pero no es menos cierto que la eliminación de ambos tributos, sin más, ha provocado graves problemas de competencia recaudatoria y distorsiones fiscales entre comunidades autónomas, al radicarse en Madrid, por esa razón, muchos sujetos tributarios. Con todo, no es menos cierto que la recuperación de esos dos impuestos —que vendrían a representar, se estima, unos 3.000 millones de euros— evitaría la injustísima medida del euro por receta.
                (Por cierto, ¿y quién piensa en los farmacéuticos, convertidos en recaudadores y gestores obligatorios del impuesto a pensionistas de Rajoy y, ahora, del de Ignacio González o, en Cataluña, del de Artur Mas? ¿No es ello un abuso flagrante?)
                Pero, a mayor abundamiento, la decisión se presenta bajo una no disimulada capa de cinismo. En efecto, decir que es una «medida no recaudatoria, sino meramente disuasoria», porque supone confiscar «apenas 83 millones» se hace al margen de la realidad. Por solo fijarnos en el dinero, apuntamos que Asturies, sumándose a la central estatal de compras de fármacos, piensa recortar «solo 20 millones»; que Murcia, imponiendo para el 2013 el «céntimo sanitario», espera recaudar «solo 25 millones»; que La Rioja lleva varios años intentando eliminar el peaje de la AP-68 y que para ello, pese a las promesas, el Estado no dispone de los «solos 2 millones» que representa la medida. ¡Qué tropa!
                En Cataluña, la Junta Electoral Central ha decidido prohibir una campaña institucional de CiU-Generalitat para pedir el voto. Más por razones formales de incumplimiento de la ley que por su contenido, escandalosa, patente y flagrantemente partidista. Los responsables de la Generalitat (con Mas y Homs a la cabeza) se han quejado de la «escasa calidad democrática de España» y de que «la ley española primase sobre la de Cataluña». ¡Qué escándalo de manipulación social y de despilfarro del dinero público! ¡Qué tropa!
                Y allí mismo, en el otro Principado, en el que no es Principáu, sino Principat, el PSOE apoya «el derecho a decidir para Cataluña» en el marco de un estado federal. Ya ven ustedes qué «estado federal»: los catalanes —y supongo que los vascos— con derecho a decidir. ¿Y ustedes, los asturianos y los demás españoles? A esos que les den, que les den el trato que merecen, en opinión del PSOE, de ciudadanos de segunda. Ese es el estado federal real para los fenómenos de Rubalcaba, Griñán  y Javier Fernández. ¡Qué tropa!
                Pasa por delante de mi despacho, de la que esto escribo, a primeras horas de la mañana del luctuoso día de Todos los Santos, mi trasgu particular, Abrilgüeyu. Se desliza silencioso hacia su cubículo y sobrepasa la puerta de mi despacho. Pero, después, lo piensa mejor, se da la vuelta y se planta en el umbral. Viene halogüinesco: en vez de montera, una calabaza hueca con vela alumbrante dentro; en lugar de su capa roja, una armazón de lo que parecen huesos de santo, alguno de ellos mordisqueado y pintarrajeado de carmín; de su boca trasciende un inconfundible olor a sidra.
                —¡Atrévete a decir tropa de qué! ¡Átrévete! —Y se va levantando la calabaza a guisa de saludo.
                La verdad es que no me atrevo. Me lo impiden la educación con que me han adiestrado desde mi más tierna infancia y, por qué no decirlo, el Código Penal.

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