EL CASTELLANO SÍ ES UNA LENGUA DE IMPOSICIÓN
La
recientes palabras del Rey, con motivo de la entrega del Premio Cervantes,
manifestando que el castellano nunca había sido una lengua de imposición, nos
permiten revisar lo que de verdad o falsedad tiene esa afirmación en relación
con la piedra de toque de nuestra lengua nacional, el asturiano.
Como
recordarán ustedes, hace un mes aparecía en los medios de comunicación la
noticia de que en un colegio se sancionaba con cinco duros a los niños que
pronunciasen palabras en asturiano. Con castigo monetario o únicamente con
reprensión o censura, esa ha sido la actitud permanente de nuestra escuela con
respecto a la llingua llariega: su
persecución. Digo mal, no sólo lo ha sido. Como en tiempos pasados, hoy la
enseñanza persigue las manifestaciones del asturiano, con sanciones, a veces;
con burlas, en muchas ocasiones; con humillación del hablante, siempre.
Y
esa persecución no se realiza para que el hablante aprenda chino-mandarín o
romanche. Se hace para que, abandonando su asturiano, hable la variante culta
del castellano o castellano estándar. En otras palabras, para que se integre en la lengua
histórica y modelo culto de la misma de la región del estado y de los grupos
sociales que, a lo largo de la historia de España, han estatuido su predominio
social y territorial. La escuela, como toda escuela, pretende, entre otras
cosas, reproducir los patrones de comportamiento y dominio vigentes en la
sociedad.
De
este modo, la enseñanza en Asturies ha trabajado y trabaja en una doble
dirección: reprimir directamente el asturiano e interiorizar en los individuos
la represión, haciéndolos sentirse, de hablar asturiano, ciudadanos de segunda
clase y, por tanto, marginales.
Es
verdad que, en el ámbito de la antigua tierra de los Luggoni, ha contribuido poderosísimamente otro factor: la actitud
de las clases medias y de la
Universidad. En el caso de las restantes lenguas españolas en
conflicto con la del estado, la actitud de esos dos grupos ha sido, en general,
siempre idéntica:
acomodación a la cultura castellana y utilización de la misma como arma de
clase, como marca de identidad que justificaba su status y su papel rector dentro del país, frente a la cultura
propia, marcada negativamente como “vulgar” o “aldeana”. Ahora bien, mientras
en esas nacionalidades o países, en el último siglo y medio, ha surgido, frente
a la actitud general, un grupo poderoso de intelectuales y clases medias que
valoró la cultura llariega como
positiva, en Asturies tales grupos no han aparecido hasta casi finales de los
setenta, y lo han hecho con escasa dotación numérica.
Pero
una lengua no sólo se impone a otra mediante su persecución o sambenitación en
la escuela, Cuando una lengua no se puede utilizar ante la justicia o la
administración, cuando está excluida de los tribunales de justicia u otros
actos “nobles” de la vida social, se produce un doble efecto de multiples
consecuencias: se castiga a quien usa la lengua prohibida, se premia a quien
usa la lengua aceptada y, naturalmente, se refuerza la valoración psicológica
de una como “marginal” (“de aldeanos, tontos y probes”) y de otra como “noble”
(“de urbanitas cosmopolitas, ilustrados y ricos”). Si eso no es una imposición,
venga el Rey y lo vea.
Pero
hay más. Si bien el asturiano no ha sufrido más que estas persecuciones
vehiculares y sociales (las más efectivas y terribles), y no ha tenido una proscripción
institucional explícita, como la del catalán con el Decreto de Nueva Planta, no
ha estado tampoco libre de prohibiciones más o menos institucionales. Así, en
los primeros años de la dictadura franquista, las obras teatrales en asturiano
debieron pasar una censura especial. De la misma forma, el organismo franquista
IDEA (hoy RIDEA) prohibía el asturiano en el uso de las narraciones de ficción,
salvo si, en los diálogos, hablaban los tontos o los marginales, esto es (para
ellos), los hablantes de asturiano.
Quizás
podamos comprender mejor nuestra historia si alguien se sorprende de que
semejante prohibición haya sido reiterada en este año de gracia de 2001 en un
concurso literario convocado por una institución cultural asturiana. Porque las
prohibiciones y persecuciones siguen dándose, ya no únicamente en el ámbito
estrictamente institucional-legal (Estatuto), sino en el diario de la escuela y
de la vida social y cultural. Y el que haya asturianos que se sorprendan por
ello, que conserven su inocencia hasta ese punto, quiere decir que la
imposición no sólo es una práctica habitual, sino que ha extendido sus argucias
hasta el punto de ocultársenos a la vista, como a Ulises le velaron su
verdadera figura los dioses a su llegada a Ítaca, para que, así, pudiese hace
su mortandad con más descuido de las víctimas, y, por ende, con más
efectividad.
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