Cuando se tramitó la ampliación de El Musel, nosotros nos opusimos por dos razones: la primera y fundamental porque aquella era una ampliación inviable que, sobre no traer nuevos traficos, aumentaría los costos de explotación, lo que, a su vez, encarecería el puerto y dificultaría los tráficos. La segunda, por razones paisajísticas que, en último término, eran, asimismo, económicas. En las últimas estuvimos acompañados; en las primeras, solos. Todo el mundo estaba encantado con tener un puertón y con el gasto (eufemísticamente llamado inversión). Ello ya es evidente desde hace tiempo, pero ayer el presidente de Puertos del Estado, don José Llorca, ha venido a reafirmar aquel nuestro anuncio (no fue una profecía, sino un anuncio: no "milagro", sino "industria, industria", como dice Basilio tras arrebatar a Quiteria de Camacho en el capítulo XXI de la segunda parte de Don Quijote de La Mancha):
La ampliación lastra la competitividad de El Musel, señala Llorca en el CongresoLos puertos tendrán que pagarse sus conexiones terrestres al considerar la UE que las inversiones públicas en enlaces por carretera o ferrocarril son ayudas de Estado
Y aquí un artículu nuestro del 31/03/12, en que recordábamos la historia de la ampliación de El Musel y nuestra oposición.
EL DESPILFARRO DE EL MUSEL
«!Nación sin
cabeza¡ ¡Desdichado de mí!»
Tras una señal sonora, una fotografía se me aparece en la
pantalla. Recoge, en perspectiva casi cenital, a mi trasgu particular,
Abrilgüeyu, sobre unas ruinas del poblado astur de la Campa de Torres y tocado
con un napoleónico bicornio. Abajo, la inmensa explanada de El Musel,
completamente vacía. Sobreimpresionada, una leyenda: «Asturianos y
contribuyentes, bajo estas ruinas más de 530 millones de despilfarro os contemplan».
Y un imperativo, «Glósalo». A ello voy.
«A baxamar too apaez», dice nuestro refrán. Y así sucede.
Ahora que la crisis económica muestra que la realidad es como es, y no como la
habíamos soñado o nos la habían pintado, la ampliación del gran puerto
asturiano revela una parte de su verdadera faz: un disparate, de principio a
fin.
La cuestión de El Musel no es, en el fondo, distinta a la
de esos aeropuertos (Castellón, Ciudad Real, Talavera la Real) ocupados solo
por los conejos; ni dispar a la de los sueños de construir una compañía de
bandera catalana, como Spanair; ni desemejante a los centenares de
instalaciones culturales sin inaugurar o, inauguradas, sin uso o visitantes.
Es, como todo ello, hija de políticos sin ideas y sin conocimiento del mundo,
pero con oídos y macbethianas gargantas que les susurran proyectos gracias a
los cuales reinarán por las elecciones de las elecciones, amén (algún día les
contaré en qué miseria social e intelectual se gestan los proyectos políticos y
les reiteraré otra vez cómo se legisla con las témporas).
Porque el problema de la instalación portuaria no es el que
actualmente concita los actuales rutiazos entre partidos (¡esos ruidos
malolientes y vacuos de nuestro debate político, tan solo aptos para las
atufadas pituitarias de los adeptos!) acerca de cómo o en qué plazo consignar
las deudas, a fin de que no repercutan sobre las tarifas o no lo hagan en
exceso. No, el problema es de origen, de la inutilidad de la ampliación o de la
mayoría de ella.
Quienes desde el principio nos opusimos, en solitario, a la
ampliación (más tarde otros se sumaron tímidamente) lo hicimos por dos razones:
la primera, y más visible, por el impacto que supondría sobre la playa. La
segunda, y más importante, porque los costos eran tales que se convertía en
inevitable que la amortización de los créditos acabase repercutiendo sobre las
tarifas.
Pero, si, además, vamos a los momentos anteriores a la
ampliación entenderemos mejor el nudo del problema. El Musel fue en las últimas
décadas un puerto de escasos tráficos, exceptos los ligados a Aboño y la
siderúrgica. A muchas, incluso, de las empresas asturianas les era más barato o
cómodo exportar desde Santander o Barcelona. Pues bien, a partir de ese punto,
y al olor de ayudas europeas, de la coyuntura y de otras variables más
nebulosas (pero no menos intuibles), se decidió ampliar el puerto, con tres
argumentos. Uno (no se carcajeen): en el futuro inmediato vendrían de allende
los mares barquísimos de carbón, con toneladísimas que descargarían a la vista
de El Muselín para después ser reexportadas desde aquí en otros barcos. Dos (no
se rían): el terreno no ocupado por tráficos directos se llenaría con otras
industrias (la regasificadora, nunca necesaria, metida a calzador por el
gobierno Areces a Zapatero; la planta de biodiesel; industrias energéticas…).
Sindicatos y patronal llegaron a decir, al sugerirles el problema de los
créditos y los costos que (no se me orinen), si hiciese falta dinero, se
venderían los terrenos portuarios antiguos para pisos.
Tras todo ese planteamiento, una teoría: si tenemos un gran
puerto, tarde o temprano captará los tráficos. Pero no hace falta decir que no
son los puertos los que llaman los tráficos, sino el tráfico, la actividad
económica, la que agranda los puertos. Y, mientras Asturies sea nada y vayamos
a menos, eso no tendrá remedio.
(Hay que agradecer, con todo, que no hayan tabicado por
completo la concha, como proponía un «fenómeno» en el pasado, y que la escasa
oposición en la calle y la decidida actuación de Álvarez-Cascos como ministro
de Fomento —al César lo que es del César— hayan conseguido reducir una parte de
la expansión inicialmente prevista.)
Y, así, sobre este ensueño y este disparate
político-sindical, tan socialista, se diseñó el disparate económico de la
ampliación de El Musel y de la Zalia. Y, ahora, toca pagar lo que no tendrá
utilidad en un horizonte verosímil y, como en el clásico cavediano, «Llime
mañana les bolses / del llugar el escribanu; / y véndese la reciella / y los
potes y los cazos, / pa pagar les llozaníes / de la danza de Santiagu.»
Por cierto, ¿qué dirán ahora todos aquellos empresarios —ya
no políticos o sindicalistas— que, por aquellas fechas, nos acusaron de no
saber lo que deciamos, y aún más, de estar contra los intereses de Xixón y
Asturies, e, incluso, al servicio de Cataluña?
Abrilgüeyu se me aparece.
«¿Recuerdas el chiste? Te lo cuento»: La
muyer: «El mio paisanu carez de la cabeza». El mélicu: «¡Será acéfalu!». La
muyer: «¡Serálo mui guapamente!». Pues eso.
Xuan Xosé Sánchez
Vicente
www.xuanxose.net
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