UN MILAGRÍN
Ángeles
López Cuesta es persona completamente desconocida entre los asturianos. Veamos
algunos datos de su vida. Nacida en Cangues en 1892, casa en 1914 con Ramón
Morán, con quien tiene dos hijos. Viuda en 1918 (la gripe), casa de nuevo en
1922. Tres hijos nacen de ellos. Su posición política hace que tengan que
exilarse durante la guerra. Tras pasar por Francia, permanece en México —donde
muere su segundo marido en 1943— hasta 1946, en que vuelve a España. Aquí
permanece unos veinte años. Después vive con alguno de sus hijos en Portugal,
Bélgica, Estados Unidos y, otra vez, México, donde muere en 1989.
Para
completar el contexto de lo que vamos a decir, hay que subrayar que toda su
familia es de clase media alta y culta: ingenieros su padre y su primer esposo;
médico, alcalde y diputado republicano, su segundo marido; gente de carrera sus
yernos y nueras. Tal vez, además, les suene a ustedes el segundo apellido de
Ángeles. Efectivamente, es nieta del poeta de La Pasera, Teodoro Cuesta.
Pues
bien, Ángeles escribe poemas en asturiano, hasta donde conocemos, desde 1937
(con motivo de un asesinato en la guerra civil) hasta 1978 (conmovida por el
robo y la destrucción en la Cámara Santa), algunos de ellos en la distancia, en
el exilio en México, concretamente.
En
estos últimos nos da preciosas noticias de la vida del exilio (“Y en Méxicu
toi, querida, / por ciertu ciodá mui maxa / y noble pos que recoxe / a la xente
disgraciada”) y nos da noticia de otros asturianos que andan por allí, como
Belarmino Tomás o el general Miaja, de quien nos cuenta que sus versos “que yo
sé que non valen nada / son pa él como chochinos / y leéndolos diz «mialma, /
yo ensin esta melecina / morría lloñe d’España»”.
Algunos
otros poemas son poemas familiares, por la boda de amigos, por la muerte de
familiares o conocidos. El más conmovedor es, sin duda, “Lluz nes tiniebles”,
escrito en 1944, explayando sus emociones en el recuerdo de su marido, muerto
un año antes. Nos cuenta la sequedad de carácter de su marido (“leonés, seriu y
austeru”) y su alegría con él: “Nunca inxamás me dixo yes guapina / nin me fixo
tontaes, ni con pamplina / trató d’afalagame, aunque se muerren / por daquestos falagos les muyeres. / Pero a
pesar d’aquesto yo cantaba / como calandria que pel aire esnala, / y cantaba pa
él, y pa él reía.” Y tras describir el tiempo de desesperanza y desorientación
que pasó, cuenta cómo, poco a poco, con la torre de la catedral como faro (“hasta que te vi a ti tierrina
mía, / Catredal de mio Uviéu bendecía”) va recuperando ánimo y fe (“Ya hai lluz
en mios tiniebles espantoses / ya non serán los dis como les noches”), y confiesa a la torre que “Así allumaste ayer
mio triste vida / p’ayudame a salir de mio agonía”. Y (estamos en México) le promete
volver a la patria (“golveré pa triar la mio quintana / onde viví feliz como
una xana”), despidiéndose hasta entonces de ella: “Adiós, torrina mía, qué
recuerdos / tu lluz me traxo ayer y vivir d’ellos / mio consuelu será hasta que
vaiga / y d’amor en tos brazos me desfaiga”.
Esa
prosopopeya de la torre de la catedral (y de la catedral misma) es un recurso
utilizado con frecuencia por la poetisa. Creyente firme, la catedral aúna para
ella la fe y el ser uno de los núcleos de la identidad asturiana (de la suya,
pues), como lo es Covadonga o algunos otros elementos materiales o culturales
(la gaita, el verde) y, especialmente, como lo es la lengua asturiana.
Digamos
ahora, antes de concluir, que la escritura de López Cuesta es una escritura
única en el panorama de la época: ni se enmarca en la excepción de la lírica un
poco ñoña de Constantino Cabal ni, mucho menos, en el universal verso festivo
de la época. Se trata, pese a estar en verso, de una especie de periodismo
veraz que, al tiempo que describe acontecimientos y personas, expresa la
emocionalidad, intensa, personal de la autora. Todo ello enmarcado en un tenaz
enamoramiento patrio-identitario.
Es,
pues, una especie de pequeño milagro éste de una exilada que mantiene de esa
forma el contacto con su patria y que, a lo largo de tanto tiempo, utiliza una
lengua nada prestigiada (y hasta degradada en sus usos culturales y literarios
a veces) para la expresión de su
emocionalidad y la descripción de sus avatares.
Algo
tendrá el agua cuando la bendicen, dice el refrán.
(Asoleyóse en La Nueva España del 21/01/16)
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