AL ASALTO DE LA RIQUEZA
Una
familia rural posee una razonable despensa que ha ido conformando a lo largo
del tiempo y que le permite, cuando la temporada es mala o la estación del año
no le proporciona el sustento diario, subvenir a sus necesidades. Cuando los
tiempos son abundantes, vuelve a utilizar una parte de la cosecha o la matanza
para reponer la despensa. Por circunstancias, la familia ha ido creciendo en
número y han aterrizado en el hogar unos cuantos parientes. Campos y animales
ya no producen excedentes, pues todo se consume. No existen tampoco nuevas
fuentes de producción que explotar: la despensa es el único recurso que queda para
poder recibir todos igual ración diaria. Quienes no han contribuido estiman que
tienen tanto derecho como los antiguos propietarios a lo que estos han
ahorrado.
La parábola anterior pretende ilustrar la
situación en que se halla la sociedad europea y, muy particularmente, la
española: desde hace años el crecimiento de la economía es en la UE nulo o
escaso. Sin embargo, en ese tiempo se mantienen básicamente las prestaciones
del estado del bienestar y, a la vez, crece el número de demandantes de esas
prestaciones. En España, en concreto, aumenta el número de pensionistas y, pese
al crecimiento del empleo, es muy alto el número de parados y de las personas
que reciben prestaciones sociales de uno u otro tipo, ya sean locales o
estatales. En una palabra, mientras aumenta de forma notable el gasto, el aumento de la riqueza (pese a que
estamos creciendo el doble que en la UE) es muy inferior. A ello hay que añadir
los pagos de la deuda (ese dinero de que, sin tenerlo, hemos gastado
anticipadamente), que aunque ha disminuido la carga de intereses que por ella
pagamos constituye un pesado fardo que añadir al gasto, y el dinero que
seguimos teniendo que pedir prestado por el déficit anual. En una palabra,
somos todos más pobres (tenemos que atender a muchos más con igual o poco mayor
riqueza) y seguimos haciéndonos cada vez un poco más.
Ahora
bien, de forma semejante a la de la parábola que encabeza este artículo, los
nuevos miembros de la familia o los allegados a la casa y que en ella residen
entienden que, sin contribuir a la reposición de la despensa y a la producción
diaria de alimentos, bien porque no puedan, bien porque no quieran, ellos tienen
derecho a las reservas que los antiguos residentes han ido acumulando y en la
misma proporción que ellos.
¿Cómo
aborda la sociedad (es decir, la política) esta situación? Esto es, ¿cómo
atiende a suministrar bienes y servicios que no se producen en la misma medida
y para todos? Pues asaltando la riqueza creada, retirando parte de ella de las
manos de sus propietarios y repartiéndola entre todos, los que lo eran y los
que nunca lo fueron. Esa substracción se produce de dos formas: una indirecta,
creando dinero (compra de bonos de deuda, abaratamiento de tipos…), que, en
cuanto no procede del trabajo o de la actividad, es riqueza ficticia y devalúa
el dinero existente en manos de particulares que lo han ido ganando a lo largo
del tiempo. En segundo lugar, de forma directa, gravando la riqueza ya
constituida (depósitos bancarios, viviendas, bienes en general, pensiones —que
en cuanto “derecho” o expectativa son producto de los años de trabajo—).
(Convendría
subrayar que, en la mayoría de los casos, la riqueza existente no proviene de
la especulación o de grandes operaciones financieras, sino del trabajo
individual o del de varias generaciones familiares: piénsese, si no, en la
mejora de la situación de tantas familias asturianas a lo largo de años —en lo
que se incluyen los estudios de sus hijos o nietos— o el trasvase de la pequeña
propiedad agraria a las cuentas de las cajas o a la inversión en pisos.)
Por
otro lado, a ello podríamos añadir un asalto más a la riqueza, a aquella que se
está creando en la actividad económica (céntimo sanitario, impuestos
medioambientales, cargas altas de la seguridad social…) o sus frutos personales
(IRPF).
El corolario
de todo ello se hace patente en las propuestas de los partidos más repartidores
o igualadores, aquellos que prometen más para quienes no han contribuido a
crear la riqueza existente, o no contribuyen a crearla (o lo hacen en pequeña
medida): todos ellos van a subir los impuestos, ya sobre la riqueza fruto del
esfuerzo pasado (depósitos bancarios, vivienda, patrimonio), ya sobre la que se
crea en el presente mediante el trabajo (IVA, IRPF). Y, aunque se calla, esa
tendencia obligará a hacerlo sobre las expectativas de riqueza (las pensiones)
adquiridas en lo pretérito.
Lo que es
curioso es que tantas víctimas presentes o inmediatas de esas políticas corran
con entusiasmo a las urnas para pedir que se ejecuten. Acaso, y contra toda
evidencia, pensando que serán otros, “los ricos”, los que las padecerán, sin
saber (o no queriendo saberlo) que ellos llevan ya en su pecho colgada la
estrella infamante de tales.
(Asoleyóse en La Nueva España del 08/01/16)
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