FALACIAS, INTERESES, BUENROLLISMO, CEGUERA
Abro
LA NUEVA ESPAÑA. Ana Teixidor, especialista en yihadismo, periodista en la
Televisión Pública Catalana: “En la cuestión catalana, los políticos tienen que
negociar; los elegimos para que se entiendan”. He ahí una burda falsedad. Primordialmente,
los votantes depositan su papeleta para que los suyos no se contaminen con los
otros. No hay más que observar que, como norma, el partido pequeño que apoya al
gobernante sufre una merma espectacular en sus votantes. O, de forma más
general, constatar que los votantes de izquierda no prestan nunca su apoyo a
los de derechas, y viceversa. ¿Razón? Porque, con escasas excepciones, el
individuo piensa que entre ambas orillas existe un abismo infranqueable, y, por
lo tanto, no caben concesiones a la otra parte ni diálogo con ella. Y aun si su
partido recibe el apoyo gratuito de otro, ese apoyo es recibido de mala gana y,
desde luego, sin agradecimiento.
Pero
no nos engañemos, ese tipo de afirmaciones —no sé si en concreto las de doña
Ana— no son un error con respecto a la evidencia de la realidad, constituyen
una falacia: lo que se quiere decir es que la obligación de los demás es
ponerse de acuerdo con los de uno. Eso serían, como para los dos millones de
votos que apoyan a los separatistas, el diálogo y el entendimiento. “Quien no
llegue a acuerdos (esto es, quien no se allegue a mi posición) no es
dialogante”. He ahí el valor instrumental de la proposición: situar en el
terreno de lo intransigente y autoritario al otro, al que no transige.
A
propósito de falacias, la más notable de estos últimos años es la del “derecho
a decidir”, no sólo porque bajo su apariencia casi inocua esconde su
significado real, el “derecho a la independencia una vez emitido, en su caso,
el voto afirmativo”, sino porque la misma aceptación de su enunciado implica la
aceptación de que el actor del voto, la comunidad que ejerce ese derecho, es ya
independiente en potencia, tiene esa capacidad de serlo aun antes de que se le
conceda formalmente el derecho a ejercerlo. En otros términos, si una entidad
territorial puede ejercer el derecho de votar sobre su independencia es que los
demás reconocen que es ya una entidad potencialmente soberana y, por tanto, distinta,
otra que aquella en que está inserta temporalmente.
Volvamos
al diálogo. Ha sido uno de los conceptos más agitados en estos tiempos por
todos, partidos, empresarios, comentaristas políticos. Todo el mundo pide que
se dialogue. Pero háganse ustedes una pregunta: ¿conocen siquiera a una persona
que haya puesto otra palabra al lado de “diálogo”? ¿Sobre qué hay que dialogar?
¿Cuáles son los límites del diálogo? ¿O es que se puede llegar a cualquier
acuerdo, no importa el que sea, y todos son buenos? Nadie, siempre el término
desnudo. Aquí, para unos, el vocablo constituye una falacia que quiere que el
otro se avenga a sus posiciones, sin concesión alguna, y trata de manchar al
que no como intransigente y autoritario. Para otros, sin embargo, esa
utilización de la palabra es otra cosa, una forma de buenrollismo, que lo hace
parecer a uno educado, inteligente y negociador, pero que evita, al tiempo, y es
ahí su principal función, comprometerse con nada, mojarse en ninguna dirección.
Por cierto, lo de la “solución política” no es más que un sinónimo fáctico de
“diálogo”: una falacia para unos, ganas de quedar bien con todos y no mojarse,
arronchar, para otros. De “trampas saduceas” calificaría estos conceptos, así
usados, Torcuato Fernández Miranda.
Por
cierto, aviso a los asturianinos que secundan con entusiasmo las reformas que
se pregonan en la dirección de modificar la Constitución en un sentido plurinacional
o federal: primero, Asturies nunca será un ente autónomo o “de primera” en esa
España federal o plurinacional, no será más que un miembro más de la España de
las autonomías, un rabo de Castilla y del Estado central, llámese como se llame
éste; segundo: esas modificaciones conllevarán que los ricos de esas naciones
de primera paguen menos impuestos y que, en consecuencia, el dinero para
nuestra sanidad, nuestra enseñanza, nuestra pensiones nuestras inversiones,
baje.
Que
una cosa son las ensoñaciones y los discursos, y otra la realidad.
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