Xuan Xosé Sánchez Vicente: asturianista, profesor, político, escritor, poeta y ensayista. Articulista en la prensa asturiana, y tertuliano en los coloquios más democráticos. Biógrafo no autorizado de Abrilgüeyu
Llamémoslo por su nombre
(Ayer, en La Nueva España)
LLAMÉMOSLO POR SU NOMBRE
En el episodio de Gaiferos y Melisendra, de El Quijote, el galopín narrador de la escena que en el retablo sucede alaba el inmediato castigo que el rey moro de Zaragoza inflige a un su pariente que se atreviera a besar a Melisendra. Y el narrador viene a alabar la justicia «a lo moro» por su inmediatez, porque «entre moros no hay “traslado a la parte”, ni “a prueba y estése”, como entre nosotros».
Pues bien, entre nosotros se ha instalado en los últimos tiempos la «justicia a lo moro». Frente al proceso inquisitorial, largo, con testigos, pruebas, «traslado a la parte» y sentencia, las sentencias se pronuncian de inmediato por los nuevos inquisidores, sin otras pruebas que, acaso, unos indicios; sin otra causa que la voluntad del inquisidor y sus prejuicios; sin que, desde luego, se otorgue posibilidad de defensa al sentenciado o a lo sentenciado.
Esa voluntad inquisitorial es omnímoda, se proyecta tanto sobre las personas como sobre las creaciones artísticas. Sobre estas, modificándolas; sobre las personas, calificándolas de perversas, de no-personas o de gente que merece la marginación social, de manera, además, no temporal, como ocurriría con la sentencia de un tribunal que sancionase por unos hechos determinados, sino permanente, eterna, sin límite ni redención. J.K. Rowling, Woody Allen, Plácido Domingo pueden ser algunos de esos, de entre muchos, ejemplos.
La actividad censora sobre las obras, su reescritura, con el estandarte de que podría haber en ellas palabras o personajes que molestasen a algún grupo (es decir, a algunas personas de algún grupo) se ha convertido en una plaga en los últimos tiempos: Roald Dahl modificado, James Bond rectificado, el Tío Gilito reescrito, películas de Walt Disney “actualizadas”…
Pero la inquisición a lo moro no se limita a las creaciones artísticas. Actúa también en otros ámbitos, por ejemplo, aquí en Asturies, prohibiendo una “caravana de mujeres” por machista (como si las viajeras no viajasen voluntariamente o fuesen tontas) o, por lenguaje sexista, un anuncio de carnes que afirmaba que “las preferimos maduritas” (¿y si fuesen plátanos maduritos habría lenguaje sexista?). Asombra no solo la estrechez de miras y la falta de inteligencia, sino la voluntad dictatorial que encierran esas imposiciones y el desprecio a los ciudadanos y su inteligencia que encierran.
Ese conjunto de actitudes inquisitoriales y dictatoriales están constituidas por elementos muy complejos: minorías que pretenden representar a un conjunto y que encuentran en el supuesto agravio una fórmula de identidad y de “reconocimiento”; grupos con intereses económicos que pretenden no perder dinero, no ya por aquello que se censura en determinada obra, sino por no ser alcanzados, luego, por la acusación universal de “no ser sensibles”, ser reaccionarios o “fachas”; instituciones de origen y representación política cuya única justificación de existir es dedicarse a la caza de “pecados” y “pecadores”, etc.
Una palabra-piedra es aquella que, sin un contenido concreto, es capaz de suscitar una gran cantidad de emociones. Por ejemplo, en el pasado, la derecha calificaba “de la cáscara amarga” a liberales, feministas, sindicalistas, etc. Hoy en día, una de esas palabras-piedra es la de “fascista”: no designa ya a una persona que comulga con los movimientos totalitarios de los años anteriores a la II Guerra Mundial y durante la misma, sino que se usa para designar lo que molesta a quien arroja la palabra, y especialmente, a aquel o aquello que se tiene por autoritario, por su voluntad de imponer sus puntos de vista, sin contradicción de nadie.
Es notable, por otra parte, que hoy todas esas actitudes de censura e imposición, de intolerancia y, sobre todo, de «justicia a lo moro», sin “traslado a la parte”, ni “a prueba y estése”, arranquen de la emotividad de aquel conjunto de grupos y puntos de vista que se califican a sí mismos como de izquierdas.
No lo llamemos «censura», ni «cultura de la cancelación», pues, llamémoslo por su nombre: «levofascismo».
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