La Moncloa: gritos y gemidos en el mes de difuntos

(A la memoria de Mario Suárez Gutiérrez. Amigu y excelentísima persona)


El sábado 27 de noviembre 37 dirigentes de las mayores empresas del país llegaban a la Moncloa a las diez de la mañana. ¿Qué impulsaba a tan poderosos ciudadanos a abandonar su ocio o su vida privada en tal día? En parte, los llevaba a ello su afán de servicio al país (y a sus empresas); en parte, el temor al dueño del BOE; de otro lado, sabían que purgaban su atrevimiento al haber presentado ante el Rey, y no ante don Rodríguez, el documento «Transforma España». Y es que, como hemos dicho aquí, la citada «representación» -firmada por cien de entre las mejores cabezas y mayores empresarios de España- constituye un extremado grito de alarma (aunque guiado por la esperanza y con confianza en la capacidad del país), tanto por su contenido como por la instancia ante la que fue llevada, la Corona.

Trasladada su preocupación y la urgencia de actuar con prontitud, el señor Rodríguez les transmitió su voluntad de efectuar reformas rápidas, de dialogar con la oposición para llegar a acuerdos, de volver a reunirse con los empresarios en un plazo de tres meses, de crear una «Comisión Nacional de Competitividad» y, cómo no, les ha pedido «que creen empleo».

Es evidente que la convocatoria del Presidente a algunos de los firmantes de la «representación» responde, ante todo, a una doble necesidad política del Gobierno y del PSOE: la de, por un lado, no parecer sordos o insensibles ante un tan atronador aldabonazo sobre nuestra situación económica y la pérdida de valor como país; por otro, la de recuperar la mengua de prestigio que supone la palmaria desconfianza de «Los cien», al no haber tenido como interlocutor primero al Gobierno. Pero, dejando ello a un lado, preguntémonos por los posibles efectos reales de la reunión, por su traducción a hechos que puedan cambiar el rumbo de nuestra economía, ayudarnos a crecer, hacer desaparecer los embates sobre nuestra solvencia, crear empleo.

En primer lugar, es una evidencia que la palabra de Zapatero (y cuando digo «Zapatero» digo «el PSOE y su actual mayoría») tiene la solidez del humo; su voluntad para tomar decisiones duras y continuar en ellas, la de un infante ante una tarea que le desagrada. Si su capacidad para ver y entender la realidad no estuviese mermada y ofuscada, podría decirse de él (de ellos) aquello de la Medea de Ovidio, «Video meliora proboque, deteriora sequor». Pero, aunque casi siempre sigue la peor parte, es dudoso que vea lo que está bien (o lo que funciona). Y no se crea que es esto una exageración. Recuerden, acerca de su capacidad, las palabras de Jordi Sevilla; no olviden que, en los tiempos de abundancia, fueron unos cuantos de su partido quienes le señalaron los límites que no había que traspasar; repasen las listas que por ahí circulan de las 50 veces que los socialistas negaron la crisis. Y en cuanto a pactar con la oposición, ¿se nos olvidará la bocayada de quien dijo, hace pocos meses, que «nunca podré pactar con el PP, por razones ideológicas»?

De modo que es muy posible que dentro de tres meses no haya reunión ninguna, o que la haya sin contenidos, o que las reformas en marcha (en realidad, no ha habido, por ejemplo, reforma laboral de sustancia alguna) o prometidas se hayan modificado o retrasado.

Quedan por señalar un par de cosas. La primera, ¿qué es eso de pedir a los empresarios que creen empleo cuando es el Gobierno el que, mediante su desastrosa política y su indigencia mental, propicia el paro, o lo provoca directamente con su desinversión en obra pública? Sencillamente, cargar sobre los demás las propias responsabilidades. La segunda, la estupefacción que causa el que haya que crear una Comisión Nacional de Competitividad para mejorarla o el que haya de entrevistarse de forma dramática y excepcional el Presidente con los empresarios para saber cómo va el país y cuáles son sus problemas. Esa conexión debería ser reiterada y frecuente. Una medida tan simple, por ejemplo, la llevamos nosotros hace décadas en nuestro programa. Pero, además, ¿no tiene acaso varios cientos de asesores el Gobierno? ¿No existe un Ministerio de Economía? ¿No tiene el PSOE una tupida red de militantes, asesores y cargos electos para conocer la realidad del país? ¿Son todos inútiles o es que sus únicos ocupación e interés consisten en engañar («seducir», se dice) a los ciudadanos para que los voten?

NOTA FINAL: En este mes, que comienza con la memoria de los difuntos y acaba con las elecciones catalanas, ha habido gritos en la Moncloa el día 27, sábado, según parece. El día 28, a partir de las ocho de la noche, han seguido los gritos pero, esta vez, acompañados de gemidos. Como siempre, la junta de accionistas de cada comunidad y la de todo el Estado, los votantes, tienen la última palabra sobre la renovación cuatrienal de los consejos de administración. En sus manos están el futuro y el acierto. Quizá Zapatero y los suyos preferirían no tener que convocar, en años, a estos pequeños accionistas para escuchar su voz y conocer su voto.


Asoleyóse en La Nueva España del 30/11/2010

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