En campaña y contra los pobres

Salvo los fieles, nadie entiende o acepta las teóricas medidas de ahorro de consumo energético que el Gobierno central acaba de adoptar. (Un fiel es una boca voraz de grandes dimensiones y con paladar amnésico que encloya cuanto lo inviten a tragar: anteayer que la subida de impuestos es de izquierdas; ayer, que lo es la bajada; hoy, otra vez, que la subida. Ayer que la televisión asturiana era un daño, hoy que estar contra ella es de derechas -y un infinito etcétera, que algún día veremos-).

No se comprende, por ejemplo, cómo, al mismo tiempo, la rebaja del límite de velocidad va a suponer un 15% de ahorro de combustible por cien kilómetros (Rubalcaba), un 10% (Blanco) y un 2% (Sebastián). Asimismo, nadie sabe cómo el Gobierno pasa un día de apagar la mitad de las farolas de las autopistas, a decir que no piensa apagarlas, sino cambiarlas. Tampoco se entienden muy bien las cifras de un plan que pretende pagar 2.300 millones de euros anuales menos en importaciones energéticas y cuya inversión asociada es de 1.151 millones de euros. Lo de abaratar el transporte público (tras un divertido «hoy lo pagas tú, mañana lo pago yo, pasado ya veremos») no retirará ni un coche de la circulación. ¡Y, en fin, eso de que las empresas de servicios de energía (con las que tienen pufos un montón de ayuntamientos y el Gobierno) vayan a adelantar las inversiones para sustituir las actuales lámparas por leds, a fin de irse cobrando de la futura ganancia de ahorro energético, que, sobre seguir sin pagarse será infacturable, mira que tiene guasa!

Por otro lado, varios periódicos españoles -«La Voz de Galicia», «ABC», LA NUEVA ESPAÑA- han hecho pruebas de cuál es el ahorro entre la conducción. El resumen general es que en 500 kilómetros se pierde cerca de una hora y se ganan (si hay suerte) unos dos euros. Como calificó el acto sexual Lord Chesterfield en carta a su hijo: «El placer momentáneo, el coste descomunal, la postura ridícula».

Pero en todo ello hay aspectos enormemente irritantes, por lo que tienen de desprecio hacia los ciudadanos por parte de aquellos «que están en sus tiendas bebiendo el vino que paga el pueblo». Así, Zapatero ha manifestado que «no tiene ninguna importancia llegar diez o quince minutos más tarde». ¡Y lo dice él, que coge un avión del Ejército para venir a un mitin, o vuelve desde Túnez a dormir en la Moncloa para regresar al día siguiente! Y, sobre todo, hay en esas palabras desprecio a la libertad de los ciudadanos (pues cada uno es libre de su tiempo y de su ocio) y a la economía real (pues un mayor tiempo en los trayectos implica para empresas y particulares, un mayor coste o un lucro cesante).

Alguna de las medidas propuestas o consideradas (cambio de neumáticos, prohibición de entrada en las ciudades de los vehículos más contaminantes, renovación del parque?) van en la línea de la «política de señoritos» que hace mucho tiempo vienen practicando la mayoría de los ayuntamientos de España (especialmente, los de izquierdas), una política que no hace más que poner dificultades hacia aquellas personas que trabajan con el coche o para las cuales es imprescindible su uso, y, especialmente, que desprecia a los pobres, a los que ganan menos. Pues no hay más que mirar un poco para ver que son los que poseen menos medios (los jubilados, los jóvenes que tienen su primer coche o su primer trabajo, los salarios bajos) quienes utilizan vehículos más viejos, más contaminantes y con menor puesta al día. Y es que a ellos también les alcanza el derecho a disfrutar de un vehículo para tener más tiempo libre, para ir a trabajar, para pasear a su pareja o sus nietos, para ir al campo o a pescar. Todos ellos, en la práctica, sin embargo, son motivo del desprecio y la desconsideración objetiva de quienes dicen desvelarse por ellos, desconsideración que empieza por quitarles las plazas gratuitas de aparcamiento en las ciudades.

He dicho aquí la semana pasada que el motivo fundamental de la reducción de velocidad no es económico, sino discursivo: nos quieren salvar y decir cómo hemos de vivir. Pero hay otro coyuntural: el de las próximas elecciones de mayo. Cosa es sabida que uno de los objetivos centrales de cualquier campaña es convertirse en el eje del debate, de que los demás hablen de nosotros y de nuestras propuestas. Pues bien (y sin que eso quiera decir que es esta la última de las hipomeneas naranjas que arrojen a los incautos atalantos) lo han conseguido. Y, por si tienen alguna duda, ¿recuerdan ustedes con quién se reunió el ministro Sebastián el martes, día 1, para anunciar un nuevo paquete de inconcretas medidas de ahorro, que afectarían a los ayuntamientos? Con Pedro Castro (no Pedro Crespo, que ya quisiéramos). ¿Y saben a qué hora lo hizo? Pues justo a la hora en que la conclusión de la reunión coincidiera con la de los informativos y la de las tertulias. ¿Y quién transmitió la información?

¿Qué no lo ven? Es que son hombres de fe, que, como se sabe, es «no creer lo que vemos en virtud de lo que creemos que debemos ver».

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