Esti dibuxu illustraba l'artículu, asoleyáu en La Nueva España |
En la Nueva España de Xixón del 20/01/13 se entrevistaba a la historiadora María del Mar Vaquero Nava, que está ultimando su tesis doctoral, la cual versa sobre Juan Martínez García-Rovés y el Gaviotu, su popular personaje. (Para los que tengan una edad menor: el Gaviotu era un personaje de gran nariz y boina, en su aspecto externo; zuniegu y zumbón en su forma de ser; playu xixonés de nacimiento y carácter. Durante décadas protagonizó un chiste diario de humor popular y de censura costumbrista y municipal, en La Voluntad, primero, en la Nueva España, después.)
La estudiosa aporta en la entrevista dos informaciones sustanciosas. La primera, que el Ayuntamiento socialista xixonés marginó y silenció la persona y la obra del creador del Gaviotu, «una figura que trabajó en la época franquista». La segunda resulta más significativa: «muy llamativo que, por ejemplo, Rovés se presentó a concursos de carteles para promocionar el veraneo gijonés, hizo muchísimos, y es muy chocante que vayas a los archivos de ciertas dependencias y que no existan los carteles de Rovés, siendo primeros premios, y sí existan los carteles de otras personas que no ganaron ninguno de los primeros premios, pero eran más de izquierdas. Es curioso que hayan desaparecido los carteles de los primeros premios y queden los de participantes que no ganaron ningún premio».
Me interesa ahora poco si las órdenes para la damnatio memoriae (¡tan xixoniega, por otra parte, desde hace tantos siglos, Ares Sextianes arriba!) de que informa la historiadora provenían de la superioridad o si la desaparición de los carteles se debe al celo purificador de algún subordinado; en todo caso, sin el clima favorable y el ánimo implícito de los mandamases el inferior nunca hubiese obrado.
Esa clase de actuaciones no ha sido infrecuente entre la izquierda asturiana: la negativa, por ejemplo, durante tanto tiempo a utilizar la Universidad Laboral y a darle la utilidad de centro universitario, por su impregnación franquista y gironista, ha constituido un proceder semejante, que, por cierto, nos ha costado mucho dinero.
Si ustedes lo piensan detenidamente, este tipo de comportamientos, el evitar un lugar por su presumida contaminación por los espíritus del pasado, el hacer desaparecer subrepticiamente el nombre o los carteles de una persona para ocultar su existencia, no difieren en nada del pensamiento mágico o prelógico: de aquel del salvaje que procura evitar tal o cual palabra para que los espíritus del mal no se posean de él, del irracional que piensa que dañando una fotografía o una figura va a causar un daño semejante en la persona a quien la efigie o la figura representan.
Pero más allá de ello, y de manera más peligrosa, a nivel individual esas conductas transparentan una situación anímica patológica, donde se mezclan la inseguridad personal, una relación enfermiza con la realidad y el odio al contrario. La ideología, podríamos decir, es la patria perfecta para justificar las patologías del odio y la violencia.
El vocablo «ideología» es una palabra de que la gente se apropia de mil maneras confusas. Para unos no quiere decir más que un conjunto deslavazado de valores o preferencias; para la mayoría, una opción de voto que no se abandonará nunca, una fe, incluso, tan profunda que no creeremos lo evidente en virtud de ella. En otros casos consiste en una visión holística que cree explicar todo —lo pasado y lo porvenir— en virtud de cuatro o cinco parámetros y un discurso. Al respecto de este sentido la he definido como una fabulación con la cual se justifica un prejuicio y que corre habitualmente con la pretensión de racionalidad.
Es bajo estas últimas concepciones de la ideología, las omnicomprensivas, donde suelen cobijarse quienes previamente tienen una patología social enfermiza, y es bajo ellas donde, en las épocas de violencia, los individuos hallan la plena justificación para sus crímenes. Es también en nombre de ellas por lo que muchos individuos encuentran inaceptable el llegar a pactos con la otra parte de la sociedad a la que su «ideología» conceptúa como el mal por excelencia o por lo que castigan a los suyos cuando llegan a acuerdos con esa otra parte. Para buscar muestras de ello no hará falta que ustedes vuelvan sus ojos hacia el pasado.
No se crea que, por los ejemplos que dan pie a este artículo, esa yunción de patologías enfermizas y de vocación totalitaria se da solo en el ámbito de la izquierda: fascismo y nazismo son dos horrendos ejemplos de la universalidad de la coyunda. Si bien es cierto que, por su propio carácter, la tendencia a imaginar cómo debería ser el mundo y la voluntad de intervenir en él para cambiarlo en la dirección y parámetros imaginados, es decir, la existencia del discurso que habitualmente se llama «ideología», en sus diversas versiones, desde la fraccionaria y democrática hasta la holística y totalitaria, es más propia de las gentes que se dicen de izquierdas que de aquellas que se dicen de derechas.
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