Los asturianos. Padecemos complejo de Atlas. Nos parece, al pueblo llano y, especialmente, a sus élites, que sobre nosotros reposan la armonía y la estructura del Estado y de España toda. Ejemplos, a miles. Por venir a la era política actual. Años treinta. Ahí los políticos y los intelectuales asturianos negándose a plantear ninguna cuestión asturiana, ningún estatuto de autonomía, porque eran primordiales los asuntos de vascos, catalanes o gallegos, y aun los del conjunto de la península. Después, corriendo a salvar a España y a ser luminaria del mundo en un movimiento suicida al que (al margen ya de sus inaceptables voluntad e intenciones) nos arrastran sin planificación y nos dejan solos. Curiosamente, muchos asturianos aun siguen gloriándose de aquel disparate que tanto costó en vidas, dolor y destrucción y cuyas consecuencias negativas en la estructura social tuvieron una larga descendencia. Curiosamente también, o no tan curiosamente, nadie ha pedido aun cuentas a sus responsables si no por el disparate ideológico, sí por el dislate estratégico.
En los fiensos más cercanos de nuestra historia, he aquí a un partido, el socialista, que se apresura a suscribir con entusiasmo la marginación de Asturies a través de Cataluña, a impulsarla y aplaudirla. Al conjunto de ellos, que corren a suscribir restricciones a la autonomía asturiana, que permiten que no se desarrolle su estatuto, que apoyan lo que sucede en otras regiones en detrimento de la nuestra. He ahí que aparece uno nuevo cuya pretensión es limitar la autonomía asturiana, y aun jibarizarla, y recibe el refrendo de una parte de la población. Esa mentalidad, lo he contado otras veces, la ilustran sendas exposiciones —allá por los 80 del pasado siglo— sobre los pueblos prerromanos en Cantabria y Asturies. Mientras allí la exposición era «Cántabros, los orígenes de un pueblo», aquí «Pueblos bárbaros en la frontera del imperio». Y agradecidos de que nos viniesen a esclavizar, saquear, violar y civilizar.
Y es que una parte importante de la ciudadanía y todos los partidos políticos de una cierta entidad en Asturies —aunque alguno padezca tercianas, al menos en su discurso, y algunos otros ostenten una trayectoria semejante a la del «ayer mujer maldita y hoy hábito de santa Rita»— no tienen del mundo otra imagen que esa ficción que se han creado de que son los Atlas de quienes depende el cosmos. ¿Y cómo es posible, se preguntarán ustedes, que forzados a inclinar la cabeza hacia el suelo para sostener la bola no vean la miserable realidad sobre la que se asientan? Pues es fácil que, al ser este un país tan lluvioso, la laguna que anega sus pies les impida ver otra cosa que el reflejo del lejano cielo y la imagen del globo que creen sostener sobre sus espaldas.
Pero ese complejo de Atlas no agota la descripción de nuestro conjunto social. Es preciso decir que nuestro gigante tiene ojos facetados, como los insectos, y miopes. En virtud de ello, nuestra mirada no puede percibir nuestra realidad más que como múltiple y, al mismo tiempo, solo lo más próximo. De ahí que pasemos de lo colectivo y pensemos solo en nuestra cuerria llariega. Para los asturianos, en general, lo importante de lo inmediato es la localidad de cada uno, Illas, Tapia, Llanes, Uviéu, Xixón, Llangréu…, y ahí volcamos toda nuestra pasión y nuestros esfuerzos sociales. De ese modo, por ejemplo, llevamos décadas intentando lo imposible, mantener el empleo y la población en los valles mineros del centro, lugares en donde, si hubo tanto empleo y población, fue solo porque los talleres estaban abajo y los hogares se apiñaban a orillas del río o subían monte arriba. A diez minutos, con mejores comunicaciones, con otra mentalidad social, con terreno abundante, había mucho mejores opciones para que los habitantes de esas zonas encontrasen ocupación laboral. El ojo facetado y miope —y su condicionamiento cerebral— impidieron esa posibilidad y obligaron a tirar dinero y oportunidades a manos llenas.
¿Y hemos conseguido algo los asturianos a cambio de esa continua renuncia a lo nuestro para sacrificarnos por el resto? No miren el paro, ni la población ocupada, ni la emigración. Atiendan al culebrón minero: cuando unos gobiernan avanzan hacia el cierre y los de la oposición protestan; al cambiar el poder invierten los papeles. Rememoren las infraestructuras, las que quieran: ocurre exactamente igual. Y aun en aquello que podría depender más de nuestra voluntad, el turismo, fracasamos por nuestro mimetismo con lo estatal, por nuestra renuncia a ofrecer una imagen particular, no sea que se venga abajo España.
Es posible que, a estas alturas, piensen que este cronista percibe la realidad de forma errónea debido algún particular condicionamiento de su retina. Acaso. De todas formas, examinen ustedes su conciencia y los resultados históricos de su voto. «Su» «de él», naturalmente, es decir, del votante de la acera de enfrente. ¿No es cierto que, en lo relativo a la retribución que de «su» voto ha recibido de Madrid, lo han engañado siempre?
Como si el benemérito Areces no nos hubiese ilustrado (¡loado sea!) suficientemente de la realidad en que consiste la política en Asturies, con esa alegoría que enseñorea el Museo del Jurásico en Colunga, mediante un dinosaurio que desde atrás, esto es, por la espalda, introduce a uno menor y dominado el cetro de su dominio. Probablemente, en agradecimiento por el respaldo que, en su día, el sometido le diera en las urnas dinosauriescas.
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