Un criterio para su voto

(Asoleyóse en La Nueva España d'ayer.)

           UN CRITERIO PARA SU VOTO


Si es usted de quienes votan siempre la misma fuerza política, por la razón que sea (porque lo ha hecho siempre, por razones familiares), lo que viene a continuación no va dirigido a  usted; tampoco, si está en el número de aquellos que van a decidir su voto esta vez por alguna razón coyuntural (la corrupción) o puramente política (el derecho a la independencia, por ejemplo). En cambio, si usted va a votar por lo que pudiéramos llamar “los fundamentales” (su empleo y el de su familia o, más allá, de ese interés inmediato, el de sus convecinos  y connacionales, cosas ambas inextricablemente ligadas; el mantenimiento de la sanidad universal y su mejora; las prestaciones sociales para quien las necesite; la enseñanza gratuita; el mantenimiento del sistema de pensiones para sus mayores o para usted en  su futuro…), entonces sí pueden ayudarle estas líneas para decidir la elección de su papeleta.
No haga usted ningún caso a las promesas: ni las de creación de empleo, ni las de bajadas de impuestos (si le anuncian que se los subirán, así, de antemano, piénselo usted mucho, sin ir más allá), ni las mejoras en sanidad o ampliaciones en educación, ni las subidas de salarios o pensiones (ya sabe que el problema a que nos enfrentamos al respecto de éstas es, más que nada, el de su mantenimiento), ni los complementos salariales o las pagas gratuitas para toda la vida sin trabajar. Nada de todo ello, olvídese. Y no se trata de que usted tenga más o menos fe en las promesas electorales o en quienes las producen, sino de que nada de ello es posible sin una condición previa: el crecimiento de la riqueza colectiva. Sin eso, no puede haber nada: ni más empleo, ni más recaudación vía tributos y, por ello, ni mejor sanidad o pensiones, ni subida de salarios, ni, ni, ni.
De modo que el criterio para decidirse es bien sencillo y solo uno, aunque bifronte, como el dios Jano: qué fuerza política dará más facilidades para la actividad empresarial, quién pondrá menos dificultades para su nacimiento o crecimiento (y, por supuesto, para su mantenimiento en la región o en España, para que no marche); y, paralelamente, quién pondrá mejor las condiciones adecuadas para que ese crecimiento y esa generación de riqueza se realicen más a través de la contratación de personas que del aumento de la productividad por medio de las máquinas, lo que quiere decir, entre otras cosas que quién será el que ofrezca más garantías al empresario de que sus decisiones de contratación no constituirán en un momento determinado una carga insoportable o de que no tendrán un costo imprevisible por decisiones judiciales aleatorias.
Porque esta es la cuestión radical: si no hay crecimiento y riqueza y si eso no va ligado a la contratación, ninguna de las promesas que se realice podrá cumplirse. Es más, podrá perderse (sean cuales sean los discursos o las voluntades) parte de lo que ahora disfrutamos.

Y, no lo duden, no hay otra forma de crear riqueza y empleo. Sí hay otras formas de crear empleo, empobreciendo un poco (o un mucho) a todos y privilegiando a unos cuantos a costa de los demás.

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