LA GARZA SOFROSINA

                        



                 Repasando documentos atopo esti escritu de 11/07/2004. Pémeque merez la pena velu.

               
             LA GARZA SOFROSINA



            Desde hace meses convive con nosotros, los xixoneses, una solitaria garza común. Como es propio de su especie, es esbelta, grácil, de un blanco reluciente. Su tamaño es semejante al de un pitu grande y cuelga de la parte posterior de su cabeza una larga coleta de doble guía. Sostenida en sus dos largas patas sobre la basa (lo que humaniza su actitud y la distingue de coríos o cisnes, que flotan sobre el agua), la verán ustedes frecuentemente por el Piles, aguas arriba o en su desembocadura, buscando su alimento entre la corriente.
            No es raro que ejemplares solitarios de aves de este tipo permanezcan durante mucho tiempo en un ámbito más o menos frecuentado por los humanos, lo que es absolutamente llamativo es la forma en que nuestra garcina se ha acostumbrado a nuestra presencia. Convive con bañistas que toman el sol en la playa, soporta el tráfico sobre el puente de El Piles, es absolutamente indiferente a nuestra contemplación –incluso masiva- a pocos metros de distancia. Es cierto que la garcina no es un ave tan espantina como, por ejemplo, el cuervu marín o cormorán, que, aun en los casos en que su presencia en un territorio próximo a espacios urbanizados es continua, levanta el vuelo enseguida; pero el caso de esta garza común es realmente extraordinario.
            Ya que lleva tiempo entre nosotros, podríamos bautizarla. Pongámosle “Sofrosina”, una palabra griega que significa “buen juicio”, “cordura”, “prudencia”, tanto por lo que pueda tener de adecuada para describir la impresión que nos causa su actitud, como por recordar que fueron los griegos – a partir especialmente de Aristóteles y su enciclopedismo en el ámbito de la naturaleza- los primeros en recoger mirabilia o paradoxa, comportamientos de animales o fenómenos naturales de carácter extraordinario. No es, por cierto, el único en Asturies. Recientemente algunos medios de comunicación han reflejado la existencia de una gaviota que, durante diez años y puntualmente a la misma hora, viene a tomar las doce al bar Azor, en Llastres, de las manos de América, su propietaria. Seguramente habrá más.
            Lo que nos enseñan estos mirabilia es que los animales tienen memoria,  capacidad de evaluación y juicio –lo que muestra realmente, por cierto, el experimento de Paulov, contrariamente a lo que cree extraerse de él-, y, merced a ello, pueden separarse, por decisión propia, de los patrones genéticos y conductuales aprendidos de su especie. Sofrosina ha visto, una y otra vez, que podía mantenerse próxima a los xixonexes sin ser atacada ni molestada y ha deducido que podría predecirse para el futuro un comportamiento semejante por parte nuestra. Ello le ha reportado ventajas en la búsqueda del alimento, un menor gasto energético –al no tener que despegar cada vez que nos ve- y un menor estrés. Apetece obviamente preguntarse si, aparte de esos, ha establecido algunos otros juicios sobre nuestras personas o sociedad.
            Si ustedes la ven, contémplenla y respétenla en la distancia. Admiren su capacidad de juicio, su decisión “personal”, su apuesta vital, y disfruten de su belleza y gracilidad; pero respétenla como lo que es: un otro cuyo valor para nosotros debe consistir en saber que es un ser distinto e inmiscible, una vida que sólo es plenamente posible en la separación de su hábitat y en el mantenimiento de su conducta. Sólo así podrá convivir Sofrosina con los xixoneses  el tiempo que ella quiera.
            Que nunca tenga que aprender que su evaluación de los humanos, que sus predicciones sobre el mantenimiento indefinido de su conducta para con ella, eran erróneas. Y, sobre todo, que no tenga que decirse a sí misma algo semejante al verso de Quevedo: “de ayer te habrás de arrepentir mañana, y tarde y con dolor serás discreta”.

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