Ayer celebrábense los 25 años de l'apaición de La Nueva España de Xixón, el 1 de febreru de 1994 (fecha, por ciertu, del mio cumpleaños). Con motivu talu, el periódicu sacó un cartafueyu extraordinariu con artículos de 25 "ilustres" -diz el director"- de la ciudá. Ehí ta'l míu, que ye memoria d'esti cuartu sieglu).
UN TRAGALUZ
PARA LA MEMORIA
En
El tragaluz, la obra de Buero
Vallejo, un hombre y una mujer del futuro nos hacen ver acontecimientos y
personas del presente por medio de una máquina que es capaz de reconstituir
personas, palabras y acciones del pasado. El 1 de febrero de 1994 brotaba la
edición xixonesa de LA NUEVA ESPAÑA. De forma similar a aquel mecanismo de El tragaluz,
los archivos de este periódico pueden servir para recomponer la memoria pública
de estos veinticinco años. Acaso la única dificultad consista en seleccionar
los objetos sobre los que vamos a centrar nuestra mirada.
La
ciudad ha sufrido radicales transformaciones, las principales en el empleo y la
pirámide de la población. En cierta ocasión manifesté en este diario que Xixón
había pasado «del mono al chándal». Y es ello patente si recorremos cualquiera
de nuestras calles o paseos. Implica tal cosa más paro y una muy disminuida
actividad fabril, pero también indica que no tenemos el ojo acostumbrado a
mirar los nuevos empleos —los que se producen en los servicios y los que
proliferan en el ámbito de las TIC— ni a ver los nuevos lugares de
trabajo: los polígonos y los parques
tecnológicos en la periferia de la ciudad. Es reflejo, asimismo, de la
diferente estructura de la población: las abundantes cohortes de gentes en edad
de trabajar o en espera de hacerlo han menguado y han crecido exponencialmente
las de jubilados.
No
sólo han mudado el trabajo y la tipología de nuestros coterráneos, lo han
hecho, convirtiéndose en más amables, las calles y plazas de nuestra ciudad: ha
desaparecido el barro, mejorado las aceras y el asfalto, pero, sobre todo, han
aparecido fantásticos espacios para el recreo o el ejercicio de los ciudadanos:
se ampliaron Los Pericones, se completó la circunvalación de l’Atalaya, se
inauguraron El Lauredal y San Lorenzo y se abrieron otros espacios verdes
menores —por el contrario, Isabel la Católica se ha venido empequeñeciendo y
deteriorando poco a poco—. Reconquistamos parte de la fachada marítima y
dispusimos de nuevos o remocicados arenales en El Natahoyo y La Calzada.
Escuelas,
institutos y recintos universitarios se han multiplicado. Junto a los museos
pictóricos, renovados muchos de ellos, se han abierto otros que los de pintura:
el del Ferrocarril, el de las Termas del Campo Valdés, el de Veranes, el Centro
de Arte y Creación Industrial. El Botánico ha supuesto la ampliación de los
espacios públicos y la puesta en marcha de un «museo» de una vitalidad
excepcional. El Pueblu d’Asturies, por su parte, se ha remocicado y reinventado
de forma continua.
Importantes
iniciativas nos han permitido asomarnos al pozo de nuestro pasado y
(re)descubrirnos: nos hemos visto en la Roma tardía con la muralla, en la
ante-Roma con la Campa Torres de las Aras, y hemos aprendido, ¡mira por dónde!,
que nuestros antepasados eran metalúrgicos, esto es, «cilúrnigos».
Los
espacios para el ocio y el deporte han proliferado: las múltiples sendas
rurales para peatones y las urbanas para bicicletas; El Kilometrín, los campos
de golf de La Llorea y El Tragamón.
No
todas las remodelaciones urbanas han sido, a nuestro entender, exitosas.
Begoña, El Muro, la calle Corrida, por ejemplo, no son muestras de la mejor
estética. El entorno del Sanatorio Marítimo y del este de la playa esperan hace
décadas «la mano piadosa que sepa arrancarles» una solución.
En
el plano industrial son muy discutibles las cuantiosas inversiones de El Musel
y la Zalia, y no sabemos si algún día darán fruto. Algunos polígonos tienen
comunicaciones o servicios ineficientes o inexistentes. El nuevo espigón del
puerto afeará San Lorenzo para siempre. La depuración y saneamiento del concejo
(pactado en 1991 un plan para su conclusión en 1995 por los señores Areces,
Borrell y Silva) sigue incompleto para la mitad de la ciudad. Las disputas
políticas consuetudinarias, los «listos» de la ciudad y la coyuntura han
arrumbado de momento el metrotrén, derribado sin utilidad una estación en el
centro y colocado otra en mitad de la autopista Y.
Probablemente
los cambios más importantes de la ciudad han ocurrido no en el campo del
urbanismo o los equipamientos, sino en el de la visión del mundo y de las
formas de relacionarse de los individuos. Uno de las más notables mudanzas la
han provocado los tanatorios. Gracias a ellos, los gijoneses hemos abandonado
los domicilios para efectuar velatorios y condolencias, que han pasado a
convertirse en algo más llevadero y menos agobiante, en lo posible, para deudos
y amigos. Al tiempo, ello ha permitido alejarse de la obligación de los templos
a algunos de los muchos ciudadanos y familias que lo han hecho de la religión.
(Y no lo olvidemos, se ha abierto un nuevo futuro cementerio general, en Deva).
Tanto
el protagonista senil de El Tragaluz
como la pareja del futuro están empeñados en salvar cada hombre y cada memoria
de la historia de la humanidad, «cada árbol individuado del gran bosque». En
cada uno de los hoy vivos resiste en forma de memoria la historia de aquellos
familiares y amigos que se han marchado; pero también el recuerdo de aquellos
lugares o establecimientos—rincones de la ciudad, librerías, discotecas, cines,
tiendas, chigres, sidrerías, restaurantes— que han desaparecido a lo largo de
este cuarto de siglo. Ahí, en cada uno de ustedes, se atesoran y conservan las
imágenes, inaprehensibles, de las cosas y los individuos ya inexistentes, que
se mantendrán vivos mientras ustedes los guarden.
Xuan
Xosé Sánchez Vicente
No hay comentarios:
Publicar un comentario