La segunda pata (y Alimerka)

                                       (Asoleyóse en La Nueva España del 3 de xineru de 2020)


                                            LA SEGUNDA PATA (Y ALIMERKA)


                Nuestro futuro inmediato (y, en alguna medida, el no tan próximo) depende fundamentalmente de la evolución de dos patas: la territorial, que viene suponiendo desde hace tiempo un elemento de convulsiones sociales y económicas, y que puede ir a muy peor en el futuro; la económica, cuya tendencia actual no es tan buena como ha sido, pero que puede empeorar si se toman decisiones políticas erróneas.
                En general, el discurso económico dominante en los ámbitos político y social es el mágico-milagrero, aquel que piensa que lo que se desea es posible y que el dinero, la riqueza, sale del Gobierno (o del burru Cagarriales, dicho en llariego). Es cierto, por ejemplo, que nuestros salarios son bajos en relación con los de otros países de Europa, pero convendría recordar algunos elementales de nuestra economía. En primer lugar, que entre el 2008 y el 2012 destruimos tres millones de empleos, y que esos millones de empleos se recuperaron después con salarios, en general, más ajustados. No es, pues, que los salarios hayan bajado por una decisión empresarial o política, sino porque se adecuaron al nivel en que los empleos pueden existir. En otras palabras, es nuestro tejido empresarial  —pequeñas empresas en su mayoría, baja productividad, escasa inversión en innovación, nichos de mercado pequeños— el que limita la realidad económica y, por tanto, los sueldos. Por eso cuando se habla de crear “empleos dignos” sin modificar nuestro tejido productivo se está, en el mejor de los casos, emitiendo un “flatus vocis”.
                Con todo, nuestra economía ha mejorado en muchos aspectos. Por ejemplo, hemos pasado de tener el brutal déficit exterior anterior a la crisis, el 10% anual el PIB, a llevar siete años de crecimiento sin déficit exterior, algo realmente insólito en nuestra historia. Del mismo modo, hemos estado durante varios años creando en torno al medio millón de empleos con crecimientos inferiores al 2,5%, cuando antes únicamente los creábamos a partir de esa cifra. Es evidente que en todo ello ha tenido que ver —no como único vector, pero sí determinante— la reforma laboral del 2012. Pretender ahora modificar sus aspectos más sustanciales posiblemente vaya en contra de aquellos en cuyo favor se dice querer modificar: los trabajadores, es decir, el empleo.
                Ocurre lo mismo con el discurso sobre las pensiones, que oscila entre lo demagógico y la voluntad mágica. Pero de eso, y de otras tentaciones de política fiscal y financiera que parecen crecer en las cabezas de Pedro y Pablo, y que tienen la traza de seguir la conocida senda milagrera de Zapatero, cuyos resultados conocemos, hablaremos otro día.
                La huelga del convenio de los supermercados asturianos me provoca algunas reflexiones, sin entrar en lo que es la querella entre las partes. Suscita mi curiosidad, de mano, la pasión empática que ha levantado en parte de la sociedad: efectivamente, cierto número de los manifestantes frente a los Alimerka (me centro en ella porque sus dependencias han sido las más destacadamente asediadas) no eran empleados, sino meros partidarios ajenos por completo a los empleados. Estaría bien conocer las variadas razones de una circunstancia tan inusual (alguna la intuyo).
                En segundo lugar, me llama la atención el conflicto en torno al descanso computable o no de 20 minutos, que parece una de las cuestiones que más se ha enconado y la que más parece haber suscitado la indignación de los “adheridos”. Me llama la atención porque, desde que fue transferida a Asturies la educación, los docentes tienen media hora obligada, gratuita y no computable de vagar diario, sin que hasta la fecha, y ya llovió, haya yo oído la menor protesta u observación sindical.
                La tercera reflexión tiene alcance global, y atañe a Asturies. Y es que el conflicto y la huelga tienen una debilidad central: no afecta a todo el sector de la alimentación, esto es, ni a cadenas estatales ni a cadenas internacionales, de capital y logística estatal e internacional. Ello, es cierto, crea una debilidad en la capacidad de presión de los trabajadores: los clientes se van a otra parte y santas pascuas. Pero, al mismo tiempo, es esa la debilidad de las empresas: lo que se ve afectado, en sus ingresos, sí, pero también en una hipotética pérdida de clientes, tiene un ámbito fundamentalmente regional y el detrimento de su mercado beneficia a sus competidores directos (estatales o internacionales). Y lo mismo ocurre con lo que afecta a su logística y a sus proveedores. ¡Con lo difícil que es asentar aquí capitales y empresas y captar o mantener mercados! Yo no sé si este tan importante vector está siendo suficientemente valorado en el conflicto.
Y, por cierto, aplaudo la intervención del Gobierno para detener por el momento la huelga e invitar a una nueva ronda de negociaciones. Estoy seguro de que ha sido la importancia de ese vector estratégico lo que principalmente lo ha empujado a intervenir.

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