(Asoleyóse en La Nueva España del 05/1/20)
EL CUERNO DE
LA ABUNDANCIA Y DE LA FALACIA
Dinero regalado y falacias. De ambas cosas reparte con
bayura la cornucopia oratoria de don Pedro. Empecemos por lo primero. Hasta
ahora, los analistas habían calculado unos 30.000 millones más de gasto en las promesas
conocidas del dúo Pedro-Pablo, y unos ingresos suplementarios, a lo más, de
5.000. Ello en un contexto en que debemos recortar 7.000 millones de déficit y
en el que las pensiones lo tienen de 20.000 millones anuales. Pues bien, a
tenor de las promesas, el gasto irá más allá. Por supuesto —Sánchez Pixit—, todo
eso, cumpliendo nuestros compromisos con la UE. Tan maravilloso como milagroso.
Pasemos ahora al campo de las falacias, sobre el que se
asienta y asentó el discurso “progresista de progreso”. La primera es la propia
calificación del programa con esa etiqueta. Consiste el asunto en dotar de
significado y connotaciones positivas y “benéficas” la palabra. Establecido
ello, todo lo que se enumera queda bendecido con esa agua bendita, y, por
tanto, es magnífico, salvífico e incontestable. E inversamente, cualquier
alternativa o crítica pasa a ser negativa, reaccionaria o destructiva.
El gran invento de la temporada es el de la palabra
“bloqueo”, concepto que utilizan no solo los miembros del pacto de gobierno
(incluidos, hace meses, para mi asombro, diputados de ERC), sino conspicuos
comentaristas del rebaño emocional progresista, y que tal vez ha sido usada por
don Pedro en su discurso más veces que “progresista”. El pedestal donde asienta
tal concepto es en esta falacia: los españoles votaron un gobierno progresista,
en consecuencia, los partidos (de la derecha) tenían y tienen la obligación de
no impedir la voluntad de los españoles y facilitar ese gobierno, sin rechistar.
Si no lo hacen, bloquean, esto es, interrumpen la marcha del país y el
progreso. Dedúzcase: son reaccionarios. Porque, además, se argumenta, no hay
otras combinaciones en la Cámara para formar gobierno. Nunca he visto, lo
confieso, nada semejante hasta ahora. Y con aceptación amplia como argumento
presentable. Como si los españoles votasen un gobierno, y no partidos. Como si
a aquel que tuviera más escaños se le hubieran entregado unas Horcas Caudinas
para el sometimiento del adversario. Como si no hubiese más combinaciones
posibles.
Don Pedro trufó su intervención de la palabra “diálogo”.
Ahora bien, ¿qué diálogo cabe cuando se presenta un extenso programa de medidas
que se ejecutarán sí o sí, sabiendo que muchas de ellas son diametralmente
opuestas a las de aquellos a los que se ofrece diálogo? Dos ejemplos: se ofrece
diálogo social con los empresarios cuando ya se decidió anular la legislación
laboral y subir el salario mínimo hasta los 1.200 euros; nuevos acuerdos en el
Pacto de Toledo cuando ya se ha prometido qué hacer con las pensiones en el
futuro. Y la guinda de ese melifluo llamamiento lo constituyen dos momentos del
parlamento del pretendiente, cuando proclamando el diálogo y el respeto a todos
los diputados anuncia que establecerá un cordón sanitario con determinadas
ideas; cuando termina su discurso manifestando que escuchará con atención las
intervenciones de los demás partidos, pero les pide que no vengan a sembrar la
división; en traducción: que no lo critiquen.
Llamar al diálogo y al desbloqueo gratuito alguien tan sectario
como don Pedro, cuya primera medida como Secretario General fue romper el pacto
europeo entre socialistas y conservadores para no votar a los conservadores, o
que dimitió de su cargo y escaño cuando su partido se abstuvo para que Rajoy
formase gobierno, constituye una falacia fáctica ante la que uno no puede por
menos que sonreír. Máxime al pedir el apoyo gratuito (el desbloqueo) de la
derecha, alegando la abstención ante Rajoy del PSOE en su día. ¡Él! ¡Ipse!
Esa desmemoria ocultadora le permite, asimismo, acusar al
PP de los recortes durante la crisis, como si fuesen decisiones voluntarias de
la derecha y no, en gran parte, fruto de la política económica del PSOE en la
etapa anterior (con el voto de Sánchez, por cierto), rechazar la amnistía
fiscal del PP como si el PSOE no hubiese hecho dos, u olvidar lo que sostuvo
durante las semanas anteriores a la investidura para proclamar hoy como un
beneficio aquello que calificaba como un desastre que nunca aceptaría.
Ahora bien, lo que no sé qué significa, con respecto a las
pretensiones independentistas, es lo de abandonar la judicialización y
sustituirla por el diálogo. ¿Quiere decir que si el Parlament vuelve a
proclamar la independencia se dejará correr la cosa? ¿Que se tolerará cualquier
incumplimiento de la ley? ¿Se les pedirá que, por favor, tengan consideración y
sean buenos?
Una observación final. Don Pedro es un magnífico
parlamentario. Impávido cuando miente, ingenioso, con el debate bien preparado,
agudo en las réplicas. Tiene, además, buena planta, apostura y gestualidad.
Ello se nota, especialmente, en el arrobo con que lo contemplan sus ministras
(sigan, sigan las imágenes). Incluso, el señor Marlaska lo contempló embelesado
cuando mencionó otro de los dones de su cornucopia: la subida de sueldo, tantas
veces prometida, para policías nacionales y guardiaciviles.
Ahora bien, la excelencia en materia de transporte la alcanza nuestra doña
Adriana: la primera en empezar el palmoteo, la última en dejarlo; quien casi
pega saltos de alegría cuando don Pedro anunció dinero para las comarcas
mineras sometidas a la desertización exprés del Gobierno; quien osculó, me
atrevería a decir con unción, el carrillo izquierdo del futurible, sentado este
ya en su escaño al acabar su discurso. Non plus ultra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario