NO DEN LA LATA CON EL DESPOBLAMIENTO


                              
(Asoleyóse en La Nueva España del 16/1/20)


                                    NO DEN LA LATA CON EL DESPOBLAMIENTO

Desde hace pocos años, la palabra “despoblamiento” constituye uno de los ejes del discurso social y político. Algunas agrupaciones políticas, como Teruel Existe, han logrado su éxito gracias a agitar las quejas por el despoblamiento, y seguramente inducirán a otros territorios a intentar lo mismo en próximas elecciones.

Bajo esa palabra existen al menos dos conceptos distintos, más o menos difusos, más o menos cargados de emociones, el del vaciamiento, dentro de un estado o región, de territorios que han estado poblados, o, incluso, muy poblados, hasta hace poco (un ejemplo, el de las aldeas asturianas); el de la disminución del número de pobladores del conjunto de una región o Estado (Asturies, otra vez, como ejemplo).

Cuando escucho a un político o a un tertuliano agitar la bandera del despoblamiento como un problema que hay que abordar (soluble, por tanto), sé que estoy escuchando a alguien que no sabe de qué habla o a alguien que miente, ya por seguir la moda ya por obtener votos. La razón es sencilla: el despoblamiento, en la primera de las acepciones, la del abandono, para entendernos, de los territorios rurales y la concentración en las ciudades, es un proceso imparable que arranca, al menos, desde finales del siglo pasado y que se ha acelerado en los últimos años. Es, además, una tendencia mundial, de todos los continentes.

Nos centraremos en el despoblamiento comarcal, para hablar otro día del demográfico. Por visualizar la cuestión en nuestro país: las aldeas se vacían a favor de las capitales comarcales, estas a favor de Xixón y Uviéu; la comarca entera de Les Cuenques, también sobre estas dos últimas poblaciones. A su vez, una cantidad importante de población joven emigra a Madrid, Barcelona, Europa u otros continentes. La desertización de las zonas rurales tiene un efecto secundario: la muerte del paisaje tradicional y el echarse a monte el territorio, con lo que supone de pérdida de caminos, ruinas de edificios, pérdida de saberes, etc.

Ese doble proceso de concentración y de emigración tiene fundamentalmente razones económicas y de empleo, que no son exactamente las mismas. La principal, que la agricultura y la ganadería tradicionales, que sostenían una población numerosísima y entrañaban una ocupación extensísima del territorio han, por fortuna, desaparecido. ¿Quién volvería a vivir hoy en aquellas condiciones? Por otro lado, la producción agraria, cárnica y láctea es mayor que la del pasado, al margen de la baratura de las importaciones.

Con la industria pequeña, agraria o no, y parte de los pequeños negocios que vivían en las zonas rurales o en las cabeceras de comarca ocurre lo mismo: atendían a pequeños mercados geográficos y a un número importante de población en esos ámbitos. Menguada esta; abaratados los costos de transporte, razón por la que pueden ser inundados por productos de fuera; con mayor facilidad de los residentes para realizar sus compras en otros lugares por la facilidad y comodidad de los desplazamientos, desaparecen o su sostenimiento es muy difícil

¿Qué puede hacerse para atenuar en alguna medida ese despoblamiento? En particular, ¿qué puede hacerse para que subsista un sector primario de cierta entidad que garantice ocupación y paisaje? No demasiado, porque, en realidad, si bien es cierto que aparecen algunas nuevas incorporaciones y algunas explotaciones de cultivos antes inexistentes, no muchos quisieran seguir allí, si pudiesen, o están esperando por la jubilación. Pero es que, además, la marcha hacia las grandes concentraciones urbanas tiene un componente cultural que actúa al margen de las motivaciones económicas, como lo tiene también, en el ámbito demográfico, la disminución del número de hijos en las familias.

Pero sí cabe hacer algunas cosas, que pueden resumirse en dos: no legislar en contra del medio rural, no tocar a todas horas… los crotales, con exigencias y pejigueras continuas. Señalemos algunas de ellas.

Ante todo, resolver cuestiones que llevan décadas sin querer abordarse, como la gestión de los montes vecinales; reducir la burocracia o, en todo caso, aumentar los medios para facilitar los trámites administrativos para los ganaderos, y, al mismo tiempo, dotar de medios a las explotaciones para la gestión telemática de “los papeles” (en Euskadi ya lo han hecho por el procedimiento de llevar la fibra a través de los tendidos eléctricos); facilitar la expansión de las explotaciones y la comercialización de sus productos.

En el ámbito de las decisiones negativas hay que señalar especialmente la creación de parques, que acogotan la actividad, con ciudadanos y explotaciones dentro; el imperio de una  mentalidad ecologista ciudadana que convierte en un calvario el trabajo ganadero y lleva al desánimo a sus propietarios, poniendo a los animales salvajes por encima de los intereses humanos (y de los animales domésticos).

Podríamos añadir otros muchos conflictos que provienen de no considerar la vida en lo rural como una vida con sus peculiaridades. ¿Quién no recuerda, en lo reciente, conflictos por los gallineros o multas por transportar unos metros un árbol caído en el remolque de un tractor, al no ser este un vehículo específico para el transporte? ¿O la sanción por defenderse de la agresión de un jabalí en un terreno cercano a una casa?

La lista sería larga. Baste con decirlo claro: No den la lata con el despoblamiento hablando de aquello que no tiene solución, pero hagan todo lo posible por no seguir fomentándolo con sus decisiones o con su inacción.


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