Mostrando entradas con la etiqueta cultura. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta cultura. Mostrar todas las entradas

Güei en LNE: Ni siquera lodos (Despilfarro e ineficacia)

0 comentarios
(Trescribo, como davezu, los primeros párrafos.)


L'aprecederu

Ni siquiera lodos

15.08.2016 | 04:38
Ni siquiera lodos
Ni siquiera lodos
Tres textos de LA NUEVA ESPAÑA del pasado 11 de agosto nos invitan a reflexionar sobre nuestro pasado y las consecuencias que de él se derivan en nuestro presente. Dos de ellos tienen que ver con el ámbito cultural. Nos informa el primero de que un chalé comprado por el Ayuntamiento de Mieres en 2009 por 180.000 euros para instalar en él el Muséu de la Toná amenaza ruina. El segundo, es un artículo de opinión. En él Blas Fernández Gallego, que fue responsable del Centro Internacional de Arte del Palacio Revillagigedo, en Xixón, describe cómo el edificio está infrautilizado, al tiempo que recuerda los muchísimos millones que costó, tanto en la habilitación como en las adquisiciones. "Muerto y desprestigiado", dice él, está ahora el palacio, al tiempo que señala a sus responsables.
Tanto lo de Mieres como lo de Xixón son dos muestras más de una larguísima riestra de "inversiones" culturales que se han cerrado, que nunca se han abierto o que no tienen utilidad ninguna; producto todo ello de aquella época en que todos pedíamos más y en que los pueblos votaban ya no a quien les prometía un puente no habiendo río, sino a aquel que les prometía el río y el puente.                                [...............................................................................................]

Cultura libre, vaya patraña

0 comentarios
Invítolos a lleer esti artículu de Juan Soto Ivars n'El Confidencial, sobre la cultura, internet y el robu


Cultura libre, vaya patraña

Quiero invitarles a pensar sobre una mentira gorda de nuestro tiempo. Este es un texto urgente. Un texto desesperado.

- Avanti.

La cultura, la información, el conocimiento: son bienes inasibles, son cosas que en la era digital dejan de ser cosas y se convierten en flujo, en aire, en respuesta inmediata de bits al pulsar un botón. Antes un libro, la película o el disco estaban protegidos por su precio, a veces excesivo. No todos los ciudadanos podían acceder a la cultura. La cultura era un privilegio. ¿Es verdad lo que digo?

- No. No, no es verdad.

Las bibliotecas se nutrían con las novedades literarias y hacían acopio del fondo editorial. Los videoclubs daban por cien pesetas casi cualquier película y la televisión las emitía también, con el estorbo de la publicidad. Grabábamos cintas a nuestros amigos. Decir que la cultura libre viene con internet es dar por hecho que antes de internet la gente pobre era inculta. Y lo cierto es que nadie, en los años ochenta, se consideraba inculto por ser pobre. Había muchas vías para acceder a la cultura sin dejarse los cuartos. El Estado, con todas sus flaquezas, con todos sus excesos, garantizaba el acceso del pueblo al conocimiento. Y las editoriales y productoras tenían margen para abaratar precios. ¿Recuerdan la colección de libros a cien pesetas de Alianza?

- Pero entonces llegó internet. (Seguir)

EL PASADO NUNCA MARCHA

0 comentarios



                Lo encuentro en un acto cultural. Sobrepasa los sesenta años, es titulado superior y ha tenido, sin duda, puestos de responsabilidad. Intercambiamos algunas cortesías. De pronto, irrumpe: «¿A que no sabes lo que significa “esperteyu”?». Se lo murmuro de forma cortés. «Es que se lo he preguntado a muchos de esos del «bable de laboratorio» y no tienen ni idea». Desconoce que algún diccionario de nuestra lengua he publicado; que existe un numeroso grupo de escritores en asturiano, de todas las edades, muchos magníficos; que nunca ha existido eso que se dio en llamar «bable de laboratorio», si acaso la elaboración de un estándar escrito y hablado, con los mismos problemas de extrañamiento con respecto a los usos designativos de la lengua en el agro que se han dado en catalán o gallego (y, de manera semejante pero menos chocante, en castellano). Pero todo ello no me llama la atención, no me sorprende su falta de información —tan conmovedoramente asturiana— sobre una parte de la realidad de su patria. Sí lo hace el que su discurso y apasionadas maneras dialécticas sean exactamente las de los años ochenta del siglo pasado, las de aquella batalla peregrina y provinciana en torno a la normalización de nuestra lengua. Como otros tantos, en torno a aquella fecha ha consolidado un prejuicio con dos datos y dos juicios, y esa visión ha permanecido congelada en él para siempre, inamovible.
                Ese proceder no es en absoluto particular de mi interlocutor, ni excepcional. Es la forma con que, en general, tendemos a comprender y explicar el mundo en muchos de los campos de la emoción o de la inteligencia. En torno a la adolescencia y la juventud suelen configurarse nuestros gustos, nuestras preferencias, nuestros valores, nuestros prejuicios. Como si nuestra psique y nuestro cerebro no fuesen capaces después de admitir más elementos —o tal vez, más bien, como si esos primeros elementos conformasen la estructura de nuestro ánimo y pensar-ver—, a partir de esas fechas un amplio número de componentes de nuestra emoción y sensibilidad quedan fijados para siempre, al modo, podríamos decir, que han quedado fijados por las cenizas los gestos y las posturas de los habitantes de Pompeya y Herculano. El peinado que nos define, la ropa que nos atrae, las músicas y lecturas que nos aplacen, nuestras antipatías y simpatías genéricas suelen quedar plasmadas en esas edades. El resto de nuestras vidas las repetimos, las buscamos, las adaptamos, si acaso. Y esos moldes no son únicamente individuales, sino, en gran medida, generacionales. Miren ustedes alrededor y verán cómo cada uno lleva en sí no solo las marcas de su biografía, sino las señas, gustos y discursos de su quinta, que establecen grupos más o menos homogéneos dentro de una sociedad.
De modo que no es, como nos parece en ocasiones, que el pasado vuelva, sino que nunca se ha ido, es más, es el pasado el que hace el presente. La señardá, la nostalgia, tan frecuente, tan exitosa incluso comercialmente, no sería, en este sentido, el recuerdo de lo pretérito, sino la vivificación de lo que somos, la reafirmación de los elementos de nuestro pasado que constituyen el presente.
Uno de los ámbitos en que es notable la congelación de lo que pudiéramos llamar «el prejuicio adolescente» es en el de la política. Es muy improbable que quien ha votado a un partido determinado a los veinte años vuelva a votar a otro en su vida. Ni la corrupción, ni el desempleo ni la economía son, en general, capaces de mover el voto. Si acaso, una retirada temporal de la confianza. Y la razón fundamental de esa retirada no es tanto el fracaso de las políticas aplicadas por el partido en el Gobierno, su incapacidad para manejar la realidad, sino la de que se haya apartado de la imagen soñada del convencionalismo del votante.
Pero esa congelación del prejuicio obtenido en el pasado no encauza solo la conducta de los ciudadanos, también la de las instituciones. De entre ellas, la de los partidos políticos. La guía de actuación de los mismos no es, en la mayoría de los casos, una dialéctica que se establezca entre la realidad, su análisis y la inteligencia, sino la repetición de discursos y recetas elaboradas en el pasado y que tuvieron en ese pretérito; éxito real o, simplemente, propagandístico, es decir, que conllevaron réditos electorales por conectar adecuadamente con los prejuicios consolidados de una masa de ciudadanos.
«El presente pertenece a los vivos, no a los muertos», dijo Thomas Jefferson, en un intento de apartar del fugitivo hoy la losa sólida e inerte de los intereses y puntos de vista de las generaciones pasadas. Lo que Jefferson no alcanzaba a ver es que, inevitablemente, el pasado somos también nosotros, los moradores del hoy, y que no tenemos modo alguno de evadirnos de esa retícula de prejuicios constituidos en el ayer que nos conforman y condicionan.
            

La cultura como ficción

0 comentarios

Escuchando «Vieja habanera» caigo en que su estribillo contiene una ficción, aquella que dice «dejan atrás estelas, caminos nuevos […], van cortejando mares, la proa al norte […], hombres de mar, soplos de libertad. Quiero sentir la inmensidad, contigo quiero estar». Esa ficción consiste en suponer en los marineros —forzados galeotes de su forma de ganar el pan, como casi todos nosotros— unas emociones y una percepción de la realidad que no está en sí mismos, sino en quien proyecta sobre ellos una fantasía empática.

Esa forma de percepción ficta de la realidad es común en el ámbito de la creación artística, la novela de caballerías, la pastoril son modelos históricos de ello. En nuestra tierra es ejemplo señero el Cantar y más cantar, de Acebal, donde la naturaleza toda y todas las actividades del labrador son un continuo gozo cantarín. Años después, por cierto, el mismo autor escribiría una parodia de Cantar…, La vida del aldeanu, que es su palinodia, pues aquí las vacas son miseria; el barro, barro; la naturaleza, dolor y ruina.

Estas consideraciones pueden servirnos de pórtico para algunas reflexiones sobre aquellas de las producciones que, acogidas al nombre de «cultura», podríamos clasificar como cultura artística o creativa, cultura de la imaginación (cine, pintura y escultura, literatura; discursos ideológicos y religiosos). Quedan, al margen, pues, los hechos culturales de interpretación objetiva del mundo y de manipulación del mismo (las ciencias) y las normas de regulación de las conductas individuales y sociales (leyes, formas de articulación política, propuestas de comportamiento).

Hemos visto arriba que algunas fórmulas de interpretación del mundo que se realizan desde la creación artística no son otra cosa que un hábito imaginario con que se disfraza la realidad. Pero es que, incluso, cuantas formas artísticas se proponen como mecanismo de interpretación —y acaso de trasformación— de la realidad se manifiestan al cabo del tiempo, a veces sin que transcurra más allá de una década, como ingenuas, parciales, ficticias o, incluso, infantiles. Echen ustedes la vista atrás, por ejemplo, con esta perspectiva a la mayor parte de los productos de las manifestaciones «sociales y de denuncia» de los años 50 y 60 del siglo pasado y no podrán evitar, en la mayoría de los casos, una sonrisa. Ya no digo nada si van, ciento y pico años atrás, al grito romántico o a la temblorosa filantropía dieciochesca.

Es cierto que, en ocasiones, las manifestaciones artísticas son capaces de suscitar respuestas sociales notables que parecen surgir a su impulso. La ola de suicidios que siguen a Las desventuras del joven Werther, la empatía hacia la causa antiesclavista tras La cabaña del Tío Tom, son ejemplos notables de ello. En un tono menor o más próximo, podríamos señalar las barbas y melenas que en su día emularon las maneras de los Beatles o cuántos jóvenes imitaron el cigarrillo de Bogart o la copa en la mano de algún galán. Y, en un dominio más amplio y más terrible, podríamos decir, mutatis mutandis, de ideologías y religiones aquello que Marie-Jeanne Roland pronunció al pie de la guillotina, «¡Oh, religión (o «ideología»)!, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!». Pero, con todo, y en la mayoría de los casos, cuando los objetos culturales alcanzan un papel social extraordinario sin que sean impuestos bajo una coacción violenta no es tanto porque susciten reacciones antes inexistentes, sino, más bien, porque tienen la virtud de concitar o revelar lo preexistente.

Pero de todos modos, y en situaciones normales, el papel fundamental de la cultura artística, de las artes creativas, no pasa de ser un papel eutrapélico individual: el entretenimiento, la ensoñación imaginativa, la evasión temporal de la realidad. Junto con ello, en el campo de los creadores de una manera y en el de los receptores de otra, la mejora y agudización de las capacidades personales ligadas al ámbito de la percepción, de la reflexión, de la contemplación; de la manipulación y combinación de los materiales, instrumentos o procesos manejados.

De modo que no nos dejemos confundir. Todos esos artefactos del cosmos de la creación artística que nos quieren vender como imprescindibles para la vida social y para la perfección individual, no son, en ocasiones, más que puro engaño o ficción bienintencionada. A veces, el simulacro no es sino intento de confusión o manipulación, propaganda destinada a lograr objetivos que rara vez coinciden con nuestro interés individual o con el bien colectivo, aunque aparenten a él destinados. Y, en la mayoría de los casos, aunque, como ciertas especies de sapos, pretendan henchir el papo de la importancia para fingir una trascendencia que no poseen, no son, al fin y al cabo, y en el mejor de los casos, más que efímeros y triviales placeres. Como chuches, y eso, con suerte.

Cultura inventa la calificación por igualdad de género en el cine

0 comentarios

Ya saben, como la Iglesia: "mayores con reparos", "gravemente peligrosa", etc. El caso es salvarnos de los pecados y dirigir nuestra vida. Amén.

Cultura asturiana y barbarie

1 comentarios

La Ilesia de Santiso'l Real, que ta a escasos metros de la catedral, ye de la dómina del nuestru rei Alfonso II el Castu  (sieglu IX), y de la construcción orixinal queda la fachada de la semeya.

La Ilesia formaría parte de les construcciones (ilesies, palacios, la Catedral y muria defensiva) entamaes pa llevar la capitalidá del reinu a Uviéu al entamu del reináu d'Alfonso II (añu 791).

Ta catalogada como Bien d'Interés Cultural, cola categoría de Monumentu, dende l'añu 1931, y dende entós figura en tolos llaos como Monumentu Hestóricu Artísticu.

Agora, a la vista del tool mundu, cueyan unes parafuses, martiellos, y torniellos. Y con muncho respetu y sensibilidá...

semeya de Jesús Díaz pa El Comercio

semeya de Luisma Murias pa La Nueva España

Agora Ayuntamientu Uviéu, Ayuntamientu Xixón y Gobiernu Asturianu yá tán al empar (empaten colo de La Campa Torres) y pueden gritar: "Cultura ye barbarie, ¡yeahh!".

Capitalidá cultural d'Asturies

0 comentarios
Como saben, los del PSOE, los de Xixón y Avilés, los d'Areces, los de Javier Fernández y otros anden tomándonos el pelo a tolos asturianos cola cuestión de la capitalidá cultural europea d'Asturies (Uviéu) pal 2016.

Primero faciendo que nun sabíen cómo funcionaben les riegles de la candidatura, dempués, ensin promocionala.

De la mesma forma l'Ayuntamientu d'Uviéu, el PP y Gabino toréennos diciendo que tán, que marchen, que tornen...

Pero, sobre too, la burlla infinita enxértase dientru del despreciu hestóricu que tooes ellos, especialmente los socialistes, tienen a tolo que sea Asturies, nesti casu, al so patrimoniu hestóricu.

¡Maltraten de tala manera l'arte asturianu dende que gobiernen! ¡Tiénenlu fechu llaceria tala! ¡Y la xestión de les cueves con arte parietal! ¡Menuda llaceria!

Asina qué, ¿cómo van quererer y pretender p'Asturies la capitalidá cultural europea, si quieren más a Lleón qu'Asturies, a Madrid qu'a Lleón y Asturies, a Europa más qu'Asturies, a Cuba más qu'Asturies, a Venezuela más qu'Asturies?