Cuando lo oí a don Diego
Valderas me dije: «¡No puede ser! La exculpación es peor aun para el personaje
que los hechos!» Ustedes ya saben quién es don Diego, sin duda. Parlamentario
por IU (o por Izquierda Plural, o por IU-Los verdes, o comoquiera que ahora se
disimule el PCE), oficia de vicepresidente de la Junta de Andalucía y es un
tipo especial, un tipo-tero (recuerden el «Martín Fierro»: «Pero hacen como los
teros / para esconder sus niditos: / En un lao pegan los gritos / y en otro
tienen los huevos»), que, por la mañana, vota a favor de los recortes
salariales y de servicios que su gobierno propone y, por la tarde, sale a
manifestarse contra esos recortes, y un «¡A
mí, que me registren» en la pose y la pancarta.
Pero perdonen la prolepsis.
Viene ello a cuento de don Juan Manuel Sánchez Gordillo, alcalde de Marinaleda
y diputado por IU. Ya saben ustedes quién es. Un tipo dotado de una poblada
barba decimonónica, como de usurero en el Londres de Dickens o, tal vez, como
de asaltante de diligencias en Sierra Morena, que siempre lleva al cuello una
especie de mantel a cuadros, tal vez para extenderlo en el suelo y comer sobre
él cuando vivaquea en las fincas que ocupa a cada rato, tal vez para limpiarse
las manos en él en los restaurantes de lujo y dejar constancia así, pese al
lugar, de su vocación proletaria.
Pues bien, el martes siete de
agosto una serie de individuos pertenecientes al SAT y liderados por el citado
diputado asaltaron un par de supermercados y robaron mercancía, al parecer para
darlo a los pobres. Megáfono en mano, servilleta-mantel al cuello, cámaras,
grabadoras y micros —previamente convocados— expectantes ante su persona, así
lo proclamaba don Juan Manuel a la
puerta del súper: «En este momento de crisis, cuando están expropiando
al pueblo, queremos expropiar a los expropiadores, esto es, terratenientes,
bancos y grandes superficies, que están ganando dinero en plena crisis
económica». Y es aquí el momento en que
entra en juego don Diego (Valderas, no «El lindo don Diego»). Porque, cuando
empezaron a menudear las acusaciones de robo y asalto contra su conmilitón
corrió a excusarlo afirmando que don Juan Manuel no había puesto los pies en el
supermercado, sino que se había limitado a permanecer en el exterior, luego no
había delinquido.
De mano, no quería aceptar yo ese relato.
Pensaba, suponiendo que el señor Gordillo había participado efectivamente en el
acto justiciero, que un tipo que presume a todas horas de revolucionario sería
capaz de asumir las consecuencias de sus actos y que, aun manteniendo su
condición de aforado, se manifestaría orgulloso de su acción. Y, por otra
parte, no podía creer que el alcalde de Marinaleda se hubiese limitado a azuzar
a sus compañeros quedándose él fuera para zafarse de denuncias. ¡Pues menudo
revolucionario de pandereta! De ser así, se habría comportado como un ruin,
como un villano y como un cagón. Pero sí, efectivamente, poco después, muy
indignado con quienes, según él, lo acusaban injustamente, el señor Gordillo aclaró
que él nunca había pisado el establecimiento. «Yo no he sido, yo no he sido,
han sido ellos», venía a decir, como el niño acusica que, tras haber
participado con los demás en la planificación de la trastada y animado a su
ejecución, se echa atrás y los delata cuando son descubiertos.
De
modo que, a la manera de las distinguidas damas de los más selectos barrios de
Madrid en fechas señaladas, don Juan Manuel se encontraba allí, en la ocasión,
emperejilado con sus galas revolucionarias, al igual que las otras con sus
joyas y modelitos, con la única finalidad de hacer la colecta caritativa con su
cestita: un poco de propaganda y unos votitos para los suyos.
Don
Gaspar Llamazares, el excusador, ha venido a Asturies a completar las
justificaciones del expolio, según puede leerse en La Nueva España del viernes
10. (Don Gaspar ejerce el oficio de excusador con frecuencia. Así preguntado
hace pocos años por qué IU no condenaba la dictadura cubana afirmó que «Cuba no
es una dictadura, es una revolución», lo cual no es más que una tautología, que
tal vez emitía sin saberlo, porque todo régimen comunista no puede constituirse
más que como dictadura.) Pero vengamos a lo nuestro. En primer lugar, don
Gaspar utilizaba el viejo proverbio de los tontos que miran al dedo cuando este
señala a la luna, para censurar a quienes miraban al dedo (Sánchez Gordillo), en
vez de mirar a la luna. Y tiene razón don Gaspar ahí. Porque no existe cosa
estéticamente más deplorable que contemplar a don Juan Manuel y su
servilleta-mantel. Es mejor, sin duda, mirar a la luna, admirar una piedra del
camino e, incluso, una boñiga, esos excrementos vacunos, tan semejantes, por
otra parte, al emblema con el que con tan mal gusto el señor Botín ilumina su
banco, tal vez por razones freudianas.
La
segunda de las aseveraciones de don Gaspar constituía un potentísimo foco que
iluminaba perfectamente un aspecto de la cuestión. Según él, los asaltos a los
supermercados no fueron hurto, ni robo, ni nada, sino una «perfomance», es
decir, una representación. Esto es, como en la canción que tan magníficamente
La Lupe interpreta: «Igual que en un escenario, finges tu dolor barato, tu drama no es
necesario, ya conozco ese teatro. Teatro lo tuyo es puro teatro, falsedad bien
ensayada, estudiado simulacro» (Escuchar aquí).
Así son, por más
que lo disimulen con siglas o lo vistan con logomaquias: entre villanos y comediantes.
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