Los diversos
climas sociales andan esta temporada tan desapacibles como el atmosférico que
padecemos últimamente. Mal el del paro, mal el del humor ciudadano, peor aún el
de la tolerancia. Es más, algunos cotizan al alza: el de la violencia verbal,
el de la intransigencia, el del egotismo individual y de grupo (el tiempo
presente se podía caracterizar por una elefantiasis de los yoes individual y
colectivo, aquejados todos ellos de una extrema hiperestesia).
El clima de lo
económico social nos depara, sin embargo, algunos momentos de hilaridad. Así,
la propuesta pesoerrubalcabiana de destinar 30.000 millones de euros del MEDE,
el fondo europeo de cien mil millones que la UE puso a disposición del Reino de
España para recapitalizar los bancos, del que hasta ahora no se han utilizado
más que 40.000. Lo cómico no es que Rubalcaba haya efectuado esa sabatina del
día 5 (ya saben, las genialidades se lanzan los sábados para que puedan salir
los domingos en los medios, fecha en que se venden más periódicos y se ven más
las televisiones), sabiendo que su posibilidad era ninguna, pues para ello
habría que firmar un nuevo acuerdo de préstamo con la Comisión Europea, lo que
supondría, cuando menos, más deuda y nuevas exigencias de ajuste; lo cómico son
las finalidades a que pensaba destinar el nuevo préstamo: 10.000 millones para
frenar nuevos desahucios, 20.000 para que las empresas que pensasen despedir
por razones económicas no lo hiciesen, y aguantasen al empleado que no
necesitasen hasta el 2015.
Con respecto,
al primer punto, el de los desahucios, la cifra es un puro cálculo al tuntún.
Como se sabe bien, los desalojos de familias por impago, si todos dolorosos, no
son ni tantos ni tan calvos; es más en muchos de ellos se viene aplicando la
tan jaleada dación en pago. Pero aceptemos la voluntad piadosa de la propuesta
y pasemos a la otra. ¿De verdad creen estos tipos que un empresario va a tener
en la empresa, durante dos o tres años, a gente mano sobre mano, aun costándolo
solo una parte de lo normal, o, incluso, si quieren, nada? ¡Pero estos
fenómenos dónde han visto una empresa! ¿Cuándo han visto un trabajo en el mundo
real? ¿O es que únicamente lo hacen para excitar a los suyos?
Lo jocoso alcanza ya un grado sublime cuando doña Segundas Partes sale
como siempre, un día o dos más tarde, para remachar la propaganda de don Primera
Parte, y, al ver el rechazo de la UE a la socialina propuesta, acusa a Rajoy de
“no pelearlo en Europa”. «¡Hay que pelearlo, hay que pelearlo en Europa (es
decir, de los Pirineos para arriba, debe querer decir), señor Rajoy!». ¿Y qué
tal si se caracterizase con puntiagudo sombrero mejicano, sarape y un par de
cananas, para, arrastrando la voz y con la entonación adecuada retar: «¡Hay que
peliiaaaarlo, cuate».
Vodevil de vociferación y gritos, la representada colectivamente tras
la rueda de prensa de Montoro, Fátima y De Guindos («Tres morillas me enamoran/
en Jaén, / Axa, Fátima y Marién») del 26 de abril. Recuerden ustedes: desde
principios de año todo el mundo (es literal: dentro y fuera de España) señalaba
que las previsiones del gobierno de decrecimiento del 0,5% eran una fantasía, y
que ello andaría bastante más arriba del 1%. Al mismo tiempo, aun el mismo día
25, vísperas, muchos opinaban que iban a subir los impuestos principales, el
IVA y el IRPF, en vista de la regular situación recaudatoria. La rueda de
prensa de los ministros anuncia la cifra previsible de decrecimiento en el
1,3%, establece la tasa de paro acorde con esas previsiones y no sube
básicamente los impuestos (es verdad que no se deflactan las tablas
impositivas, que el IRPF no baja en el 2014, como se había anunciado, y que se
suben algunos de los especiales). Pero, en conjunto, nada novedoso, y, desde
luego, ninguno de los horrores previstos. Y, sin embargo, el minuto siguiente
comenzó una espiral de depresión colectiva, en que cada comentarista corría a
pirindolar un «pongo otra», en una loca carrera por evitar ser el último en el
juego de «puto el postre», como diría don Francisco de Quevedo y Villegas. Dos
semanas después, aquella marea emocional ha bajado notablemente: no se aplaude,
pero nadie entiende ya que hacer reflejar la realidad que todos sabían hubiese
constituido la causa de todos los desastres reales pasados, presentes y
porvenir.
Con todo, a partir de aquel día, empezó —y sigue— un nuevo cantar,
impulsado de forma sobresaliente por un medio que tiene cuentas que pasar al
Gobierno de Rajoy, entre otras razones, porque parece que lo va a privar de una
cadena de televisión, en ejecución de una sentencia de índole general. Todos
estamos de acuerdo en que habría que bajar los impuestos, a los individuos y a
las empresas, pero la pregunta es siempre la misma: ¿cómo se recauda lo
necesario para subvenir las necesidades de deuda, paro, pensiones, empleados
públicos, medicinas, etc.? Ya se sabe: reducir el Estado. Pero exactamente, ¿en
qué y dónde?
Como siempre en política, las preguntas concretas nadie las quiere
contestar, son incómodas: nos exigen saber exactamente de qué hablamos y con
quién nos vamos a meter. Tareas, ambas,
insufribles y enojosas.
Pero tantos están de acuerdo en que hay que bajar los impuestos que
llega don Miguel Sebastián Gascón, ministro de Industria con el Ínclito, y dice
que doña Esperanza Aguirre —alma en simbiosis con el medio que jalea con más ímpetu
la bajada de gravámenes— es hoy «la única oposición en España, pues es la única
que pide bajar los impuestos. Mientras que Rubalcaba sigue empeñado en subirlos
cuando llegue al poder, lo que no hace ni dice—enfatiza—ninguno de los partidos
socialdemócratas europeos».
No está mal la cosa, ¿verdad? Como el clima atmosférico, pero, al
menos, nos hace sonreír al ver la urdimbre real de las conductas políticas y
sociales, así como el vacío que se esconde tras la retórica hueca de la mayoría
de los discursos.
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