VERDADES Y MENTIRAS AL CIS
Casi el 80% de los españoles volvería a votar lo mismo
que votó en diciembre del año pasado, de haber sabido cuál sería el resultado
final, esto es, un parlamento fragmentado sin acuerdos para formar gobierno.
¿Es posible ello? ¿Ni siquiera lo cambiarían, en número considerable, todos
aquellos que estuvieron dudando entre PP y Ciudadanos o entre PSOE y Podemos?
Puede ser. Puede ser que, llevados por la tan repetida argumentación de que los
políticos son los culpables de la falta de pactos, se empeñen en volver a
repetir el mismo estado de cosas para que “los culpables” lo resuelvan de una
vez.
Pero es asimismo fácil que las respuestas de los
entrevistados estén guiadas por los factores que suelen condicionar las
contestaciones a las preguntas que para el entrevistado entrañan una mala
imagen de sí mismo o un desajuste notable con respecto a lo que él cree que
debe responder un ciudadano para ser bien considerado: no quedar mal consigo
mismo, no arriesgar una respuesta que estime que no lo sitúa en el pelotón de
“los buenos o los bien vistos”. Y ello aunque sea consciente que esa respuesta
no la da en público, sino solo ante sí.
¿Mienten, pues, muchos de los que dicen que no habrían
cambiado de voto (e implícitamente que no cambiarán)? Se mentirían a sí mismos,
en todo caso.
La palabra “diálogo” es uno de los estímulos que
provoca inmediatamente una segregación abundante de buenaimaginitis. Quienes,
seguramente con más voluntad que provecho, vengan siguiendo mis artículos en LA
NUEVA ESPAÑA saben que sostengo que, en realidad, nadie quiere el diálogo, esto
es, el acuerdo entre los partidos políticos. He citado muchos ejemplos en el
pasado. Dos solamente. El primero, al respecto de ETA: en las encuestas todo el
mundo sostenía que había que dialogar con la banda, sin embargo en nada se
debía ceder en la negociación. ¿Cuál podría ser el diálogo entonces? El segundo
tiene que ver con Euskadi también: habiendo dado el PP sus votos gratis al PSOE
para que don Patxi fuese lehendakari, la mayoría de sus militantes abominaban
del “acuerdo” y querían su ruptura (pero no sus consecuencias, obviamente).
Pues bien, la encuesta del CIS, como otras recientemente, revela que cuando el
entrevistado pide diálogo lo que pide es, lisa y llanamente, que los demás
partidos apoyen al suyo gratis et amore. Lo decía ya Castelar: “En este país
todo el mundo prefiere su secta a su patria, todo el mundo”. Idiosincrasia
cultural, no genética, obviamente.
Donde no se miente al CIS es el la correlación entre
la televisión y el voto. El 76% de los españoles tiene su fuente de saber sobre
la política y los partidos en la televisión y no en otros medios, algo que
viene siendo así desde siempre por una razón evidente: ahí los datos (que no
siempre son “información”) se presentan en píldoras sencillas y no requieren
esfuerzo de recepción o búsqueda, frente a los que proporcionan la prensa o la
radio. Nada nuevo. Lo que es nuevo es el concreto canal que concita las
preferencias del público: La Sexta.
Ahora bien, La
Sexta es una canal que da una información muy sesgada y manipulada. En La Sexta
la información política aparece generalmente empaquetada como basura. Si hay
una sospecha de corrupción, por ejemplo, acaba presentada como evidente. Si es
evidente o demostrada, amplificada con otros casos. Si ha sido desechada por
los tribunales, presentada con un “sin embargo” que mantiene la certeza del
delito. No es extraño, pues, que la cadena tenga tanta audiencia. En parte,
porque es más entretenida, en la medida en que, como en los programas del
basureo, excita y divierte más al televidente. Pero también porque presentando
la política como basura (más de una parte que de otra) hace creer al ciudadano
que está predispuesto a ello que allí se da “toda la verdad” que otros medios
ocultan.
Por eso no es de extrañar que sea la cadena preferida
del votante de Podemos, y que, a su vez, éste crea que está mejor informado
sobre la política (es decir, sobre la basura de la política que caracteriza a
los que no son los suyos) que los ciudadanos de los demás partidos.
Ya ven, aquí, en estas preguntas que aparentemente no
requieren una autoetiquetación moral, lo que nos enseña el CIS no es cómo se
engaña a sí mismo el declarante, sino cómo es y, al mismo tiempo, cómo se
configura una determinada visión del mundo a través de las medias mentiras y
medias verdades que se suministran para ello.
(Asoleyóse en LA NUEVA ESPAÑA el 22/05/16)
(Asoleyóse en LA NUEVA ESPAÑA el 22/05/16)
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