Verdades y mentiras al CIS (elecciones 26J)

VERDADES Y MENTIRAS AL CIS

               Casi el 80% de los españoles volvería a votar lo mismo que votó en diciembre del año pasado, de haber sabido cuál sería el resultado final, esto es, un parlamento fragmentado sin acuerdos para formar gobierno. ¿Es posible ello? ¿Ni siquiera lo cambiarían, en número considerable, todos aquellos que estuvieron dudando entre PP y Ciudadanos o entre PSOE y Podemos? Puede ser. Puede ser que, llevados por la tan repetida argumentación de que los políticos son los culpables de la falta de pactos, se empeñen en volver a repetir el mismo estado de cosas para que “los culpables” lo resuelvan de una vez.
               Pero es asimismo fácil que las respuestas de los entrevistados estén guiadas por los factores que suelen condicionar las contestaciones a las preguntas que para el entrevistado entrañan una mala imagen de sí mismo o un desajuste notable con respecto a lo que él cree que debe responder un ciudadano para ser bien considerado: no quedar mal consigo mismo, no arriesgar una respuesta que estime que no lo sitúa en el pelotón de “los buenos o los bien vistos”. Y ello aunque sea consciente que esa respuesta no la da en público, sino solo ante sí.
               ¿Mienten, pues, muchos de los que dicen que no habrían cambiado de voto (e implícitamente que no cambiarán)? Se mentirían a sí mismos, en todo caso.
               La palabra “diálogo” es uno de los estímulos que provoca inmediatamente una segregación abundante de buenaimaginitis. Quienes, seguramente con más voluntad que provecho, vengan siguiendo mis artículos en LA NUEVA ESPAÑA saben que sostengo que, en realidad, nadie quiere el diálogo, esto es, el acuerdo entre los partidos políticos. He citado muchos ejemplos en el pasado. Dos solamente. El primero, al respecto de ETA: en las encuestas todo el mundo sostenía que había que dialogar con la banda, sin embargo en nada se debía ceder en la negociación. ¿Cuál podría ser el diálogo entonces? El segundo tiene que ver con Euskadi también: habiendo dado el PP sus votos gratis al PSOE para que don Patxi fuese lehendakari, la mayoría de sus militantes abominaban del “acuerdo” y querían su ruptura (pero no sus consecuencias, obviamente). Pues bien, la encuesta del CIS, como otras recientemente, revela que cuando el entrevistado pide diálogo lo que pide es, lisa y llanamente, que los demás partidos apoyen al suyo gratis et amore. Lo decía ya Castelar: “En este país todo el mundo prefiere su secta a su patria, todo el mundo”. Idiosincrasia cultural, no genética, obviamente.
               Donde no se miente al CIS es el la correlación entre la televisión y el voto. El 76% de los españoles tiene su fuente de saber sobre la política y los partidos en la televisión y no en otros medios, algo que viene siendo así desde siempre por una razón evidente: ahí los datos (que no siempre son “información”) se presentan en píldoras sencillas y no requieren esfuerzo de recepción o búsqueda, frente a los que proporcionan la prensa o la radio. Nada nuevo. Lo que es nuevo es el concreto canal que concita las preferencias del público: La Sexta.            
            Ahora bien, La Sexta es una canal que da una información muy sesgada y manipulada. En La Sexta la información política aparece generalmente empaquetada como basura. Si hay una sospecha de corrupción, por ejemplo, acaba presentada como evidente. Si es evidente o demostrada, amplificada con otros casos. Si ha sido desechada por los tribunales, presentada con un “sin embargo” que mantiene la certeza del delito. No es extraño, pues, que la cadena tenga tanta audiencia. En parte, porque es más entretenida, en la medida en que, como en los programas del basureo, excita y divierte más al televidente. Pero también porque presentando la política como basura (más de una parte que de otra) hace creer al ciudadano que está predispuesto a ello que allí se da “toda la verdad” que otros medios ocultan.
               Por eso no es de extrañar que sea la cadena preferida del votante de Podemos, y que, a su vez, éste crea que está mejor informado sobre la política (es decir, sobre la basura de la política que caracteriza a los que no son los suyos) que los ciudadanos de los demás partidos.

               Ya ven, aquí, en estas preguntas que aparentemente no requieren una autoetiquetación moral, lo que nos enseña el CIS no es cómo se engaña a sí mismo el declarante, sino cómo es y, al mismo tiempo, cómo se configura una determinada visión del mundo a través de las medias mentiras y medias verdades que se suministran para ello.

(Asoleyóse en LA NUEVA ESPAÑA el 22/05/16)

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